Opinión Nacional

Entre el fatalismo postmoderno y el utopismo ingenuo

A lo largo de nuestra historia como civilización hemos observado una serie de tendencias, movimientos e iniciativas que casi siempre han estado en la búsqueda del avance y del progreso en todos los órdenes, y al mismo tiempo han estado intentando reducir los conflictos y los riesgos que como sociedad hemos tenido en algún momento. De manera que es a través de la cultura, las letras, el arte, la ciencia, y el humanismo que los pueblos han planteado la posibilidad de cambiar, innovar y progresar, sin embargo, no siempre ocurrió así.

La ilustración por ejemplo hizo una proclama donde la máxima era el dominio de la ciencia , el conocimiento, la razón, la educación. Paralelo a estas iniciativas y procesos han existido en todos los tiempos las ansias de poder, la ambiciones desmedidas, las mentes febriles y desbandadas que terminan siendo la antitesis del progreso, o mejor dicho, han hecho de la civilización y de la ilustración una cuestión perversa.

Basta ver los horrores generados y observados en el transcurso del siglo XX definidos por holocaustos, el stalinismo, campos de re-educación desde Siberia hasta Camboya, la creación y empleo de armas químicas o bacteriológicas, genocidio, sida, destrucción del ambiente, alteración de los ecosistemas, surgimientos de ideologías transversales, xenofobia, y fundamentalismos de diversa índole que en su conjunto nos indican la presencia de una sociedad de riesgo como en su momento recordara Ulrich Beck.

De manera que la ciencia y la tecnología también han sido seducidas y empleadas con fines no necesariamente humanitarios, con lo cual nos conducen a nuevas barbaries que unidos a la exclusión, la miseria, la megalomanías de nuevos populistas y el escepticismo de apartamento, terminan fraguando una situación compleja, donde la política pierde día a día su condición de instrumento cohesionador y de cambio, vaciándose, banalizandose y reduciéndose a nada, a mera instrumentalización, asimismo, se alteran los valores, se extravían las coordenadas y las ilusiones.

Debemos detenernos a reflexionar sobre lo observado. Frente a la desilusión y el escepticismo debemos labrar y formular nuevos planteos, críticas y categorías para una discusión sana, productiva y rica en elementos que enaltezcan nuestra condición de ciudadanos por medio de la ciencia, la tecnología, la ética, la moral. No postulamos la exaltación de la globalización con sus nuevas desigualdades ni tampoco la apología y una suerte de agiornamiento de tiempos pasados. Lo que no podemos eludir es la imperante necesidad de construir espacios de convivencia más democráticos, más sanos, más prósperos y cívicos.

Más que en ningún otro momento debemos asomar luces y pistas alrededor de la crisis de la política, la duda de los sistemas expertos y demás indicadores del mundo desbocado de hoy: nuestro discurso y escritos deben evitar caer en los extremos de un fatalismo postmoderno o del utopismo ingenuo. Simplemente debemos de formular las críticas que consideramos nos pueden permitir tiempo mejores, más prósperos y menos antagónicos e intolerantes. Esperemos que esas ideas e inquietudes no se queden en nuestras mentes o en nuestros bolsillos.

(*) Politólogo – Magíster en Ciencia Política

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