Opinión Nacional

Esperpentos sonoros televisivos

La lengua es música. Los acentos que empleamos son notas musicales. Con poco oído que se tenga, cualquiera aprende a reconocer, gracias al acento, a los oriundos de un país ajeno. En América latina casi todos sabemos diferenciar a un colombiano de un argentino, y no solo por la diferencia en los usos gramaticales, tales como el voseo o el pronombre informal de la segunda persona del plural (vosotros).

Es más complejo precisar la característica cubanía que creemos adivinar en otros pueblos caribes. En lo personal, me pierdo todavía cuando se trata de identificar de inmediato a un peruano de un ecuatoriano. Eso no me pasa con los chilenos. Tienen un registro muy alto al concluir las frases. Y no me estoy refiriendo a las muletillas y a la injuria leve de todo idioma que permite reconocer también de donde viene una persona, por ejemplo, cuando dice «joder» (en la acepción de interjección, para expresar enfado, irritación, asombro, etc.) cada tres minutos (pero nunca tanto como un norteamericano que traduce ese vocablo más brutalmente y con peso menos coloquial cada treinta segundos). Claro que estoy generalizando. Exagero para volver notoria la especificidad a la que me estoy refiriendo. Cada vez resisto menos ciertos acentos, como verán al final. No se trata de criticar los sonsonetes de los grupos humanos que dentro de un mismo país se identifican claramente por la tendencia al canto en el fraseo o al golpeteo de las palabras, como dicen que hacemos los que somos del norte de México. En la península de Yucatán se mece el habla con una tonada que denota la amabilidad de la estirpe maya. En Chiapas y en Guerrero hay regiones emparentadas con otras de Centroamérica. Allí los chapines hablan de manera muy diferente a los hijos de Cuzcatlán. Y entre un hondureño de la costa atlántica y un panameño del pacífico hay notorias divergencias, sin que medien muchos miles de kilómetros. Ya el habla de los colombianos tiene el prestigio de ser una de las más bellas en el acento musical de los costeños o en la mágica propiedad en la que se expresan los andinos. A mi me enamora, por ejemplo, la cadencia de la lengua en Venezuela. La pérdida parcial de las últimas palabras, proveniente tal vez de Andalucía y de las Canarias, sufre una práctica nasal peculiar que la diferencia de la gente de la Habana, y así por delante. Y no profundizo en las variedades dialectales o geolectales. Por ejemplo, para el lingüista Menéndez y Otero tendríamos ocho: las variedades castellana, andaluza y canaria en España y las variedades caribeña, mexicano-centroamericana, andina, chilena y rioplatense en nuestro continente.

Más que de una lengua rica, universal, bella también en lo conversacional, en Latinoamérica entonamos sinfonías al hablar. Los de este lado del Atlántico tenemos resistencia a los peninsulares españoles y decimos de ellos que hablan alto y “golpeado”. Extremamos la cosa y decimos que son secos y bruscos. En el fondo son más terminantes que muchos de nosotros y la hospitalidad, la amabilidad la demuestran con hechos más que con palabras. Sin embargo nosotros, los latinoamericanos, podemos llegar a sentirnos “heridos” con la pertinencia del tono de los peninsulares en la “Piel de Toro”, como se le conocía al mapa ibero.

II
Al despertar y antes de irme a dormir hago un recorrido por los noticieros. Comienzo con los mexicanos. Gracias a la televisión satelital hay manera de dar seguimiento, en diferido, a las televisoras locales más poderosas, y también asistir cotidianamente a la información inglesa, francesa, italiana, española, brasileña, gallega y alemana (éstas últimas con ediciones en inglés y en español) Y si supiera japonés, a la nipona. Salimos perdiendo, y con mucho. No en el aspecto tecnológico ni de imagen, sino periodístico. Se me viene a la memoria el comentario de un profesor de comunicación europeo que decía: el periodista mexicano no informa, editorializa. Y tenía razón. Además, y lo que es peor, el lector de noticias personaliza en exceso. Las dos figuras públicas más notorias de las cadenas con mayor audiencia en México, hablan como si atrás de ellos no existieran equipos de profesionales que rastrean, indagan, redactan, graban, dan seguimiento, precisan, lo que luego se les escribe para que lean en pantallas ingeniosas que no detectamos. Eso no quiere decir que esas figuras no intervengan a lo largo del rico proceso anterior. El problema radica en su proyección de divos. No se trata de que sepamos lo que pasa sino que nos lo diga EL, quien repetitivamente nos anuncia: LES TENGO…, y no el más demócrata y justo: les tenemos. La cuestión no para allí. Esos figurones y otros directores en la sombra no son capaces de regular a su propio equipo y exacerban un estilo deleznable de comunicar. Es lamentable y triste el tono, la voz dramática, lastimera y sobre todo la entonación sin origen de mujeres y hombres que narran los “hechos” dramatizándolos, sin la necesaria distancia que se debe establecer entre la realidad y su “presentación”. Si prestamos atención descubriremos voces con acentos artificiales y desagradables en su entonación, que además no corresponden a ningún lugar, ni de México ni de Latinoamérica. Nadie les ha dicho a esos honestos trabajadores que la “neutralidad” en el tono universaliza, y nos implica mejor a todos. Vuelvo a decir que en la comparación con otros medios regionales perdemos. Para dar solo dos ejemplos, en “O GLOBO” nunca sabremos si los que narran son paulistas, cariocas o mineiros; en RADIO TELEVISION ESPAÑOLA será difícil saber si narra la noticia un vasco, un catalán o una andaluz. Aquí se nos siguen contando las cosas con patética música de fondo, sin dicción, y en un tono estridente sin más origen que la grave ausencia de autocrítica y el silencio de los corderos.

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