Opinión Nacional

¡Feliz devaluación!

 Una de las pocas cosas de las que un venezolano presume frente a los habitantes del primer mundo agobiados por los altísimos precios del combustible es de lo barato de la gasolina nuestra. Cuando se les cuenta que con lo que ellos llenan un solo tanque uno tiene para la gasolina de todo el año, se les cae la baba y les invade un sentimiento de estupefacción. Nada de lo nuestro les impresiona más que eso, ni siquiera lo de la diarrea en cadena, que ya es mucho decir. Incluso he escuchado a muchos llegar al extremo de afirmar que se calarían la inseguridad con tal de conseguir semejante ahorro.

Vamos a estar claros, uno sabe que este petro-Estado nos financia, que esto no le conviene al país, pero le conviene a uno. El progreso personal y el del país parecen estar reñidos, como que son inversamente proporcionales. A uno la lógica más elemental le dice que no puede sostenerse un negocio en el cual lo producido se vende por debajo de los costos de producción, pero qué sabroso es el derroche, saber que puedes dejar el carro encendido media hora mientras esperas fresquito, con el aire acondicionado puesto.

Todos los ciudadanos que despotricamos del gobierno que nos conduce, somos especialistas en la utilización de cuanto instrumento en dólares desde las alturas del poder, generosamente, se nos brinda. Uno viaja y se gasta el cupo completico y con los 3 dólares finales que te quedan en la tarjeta te tomas un café helado en Starbucks, para no dejar ni medio. Uno cuadra el viaje que te agarre terminando un mes y comenzando el otro para sacar el límite de efectivo correspondiente al mes que termina y al que comienza. Hay tiendas en el «Dolphin Mall» con la bandera venezolana en la puerta, anunciando que somos «wellcome»

El control de cambios destruye al país, pero es un excelente negocio, hasta para los que se sirven de él decentemente. Uno reconoce a un compatriota en el extranjero porque es el que está en la caja de la tienda, mirando el punto de venta con las manos unidas en actitud de oración.

No se consigue aceite de maíz de producción nacional, pero la variedad de olivas extra vírgenes no es normal: de España, Portugal, Italia, hasta más baratos que en sus países de origen. La paridad cambiaria propicia la destrucción del sistema productivo nacional, pero nos conviene. En un país en el que la leche, el azúcar, la harina y hasta los pañales escasean no ha faltado nunca el whisky mayor de edad (como lo llamamos cariñosamente) y en pocos «pubs» de Londres se encuentra la variedad que hallamos en el más chimbo de nuestros botiquines.

Frente a esto, como diría Lenin, ¿qué hacer? Mariano Picón Salas, ya en 1949, hablaba del «vivamos, callemos y aprovechemos» en el que se consumieron varias generaciones de venezolanos (¡si nos viera hoy!). Uno siempre piensa que el chicle del país da para más, que se puede seguir estirando sin que se rompa.

Pero la verdad, pensar el progreso individual y la riqueza personal por encima del país nos confirma en aquella angustia cabrujiana de que somos solo un país de paso, un sitio para hacer billete. Donde nos matan y nos secuestran, donde no hay seguridad social, ni hospitales que sirvan, ni sistema productivo, pero se gana el billete parejo. Con lo que ahorramos aquí, en el país de la gasolina gratuita, pagaremos algún día los altos precios de nuestra propia gasolina en el primer mundo si nos toca poner en marcha el plan «B». La gran mayoría, la que solo tiene plan «A», será al final la que pague las consecuencias de los malos manejos de sus defensores, como ha sido siempre.

¿Hasta dónde se puede aguantar esto? ¿Hasta dónde la ausencia de un presidente al que siempre la firma le queda igualita? ¿Hasta cuándo la corrupción y el saqueo? Venezuela sigue siendo el país de excelentes oportunidades en el que todo es posible mientras haya billete. En fin, ¡feliz devaluación!: «vivamos, callemos y aprovechemos». ¿No se podrá poner este lema en nuestro escudo?

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