Opinión Nacional

Halcones y “palomas”

Las firmas que la oposición entregó el 19 de diciembre del año pasado son suficientes para convocar el referendo revocatorio. Esto lo saben desde los directivos del Consejo Nacional Electoral hasta el Presidente de la República. De allí el cambio de discurso del oficialismo. Del megafraude anunciado por un Chávez aterrorizado, quien veía cómo el mundo se le derrumbaba ante su mirada impotente, 30 horas antes de que concluyera la recolección de firmas, se pasó al planteamiento de la demolición pura y simple de las rúbricas. Ya lo dijo Diosdado Cabello en el acto de presentación pública del partido de Lina Ron: si es necesario eliminar dos millones de firmas, pues se eliminan, ¿cuál es el problema? Tras la búsqueda de este objetivo inventan máquinas de triturar rúbricas.

El último aparato pulverizador es el que llaman las planillas “planas”, es decir, aquéllas cuyas celdas fueron llenadas por personas distintas a las que estamparon su rúbrica. Sin el menor rubor Jorge Rodríguez y Oscar Bataglini dicen haber determinado un número sospechosamente alto de planillas con una caligrafía de copistas medievales, tan simétrica que no guarda relación con los trazos burdos de las firmas. Imaginemos nada más que este peregrino argumento se utilizase para anular matrimonios: no existiría ninguna unión conyugal legal en Venezuela, pues, como diría Nelson Socorro, nunca una pareja se toma la molestia de llenar con su propio puño y letra el documento que consagra la unión formal del hombre y la mujer, sino que firma lo que el juez le entrega. Es más, todo el sistema legal basado en notarías y registros se funda en esa práctica. Quien compra o vende, digamos, una vivienda o un carro, firma documentos elaborados por terceros. El propio sistema electoral está regido por la misma norma. Cuando se vota queda estampada la firma en un cuaderno electoral cuyos datos ya han sido escritos por el CNE, sólo que ese cuaderno no está caligrafiado sino impreso por una computadora. La maniobra de descalificación es tan burda, que aunque la eleven a la Comisión Técnica Superior, no pasará de ser un nuevo truco sin mayor trascendencia. Además, de todas estas triquiñuelas están tomando debida nota los observadores internacionales de la OEA y el Centro Carter. Por lo tanto, el Gobierno no podrá contar con el aval de estos organismos para darle un barniz de legalidad a la gigantesca trampa que quieren montar.

Ante la contundencia de las firmas a Chávez y al MVR se les presenta el siguiente dilema: acatar la voluntad popular o desconocerla por la calle del medio, pasando a un estadio superior de cerco y represión a la oposición. Esta última fue la amenaza denunciada por Carlos Ortega y Américo Martín cuando señalaron los planes del Gobierno dirigidos a producir un autogolpe en una fecha cercana al 13 de febrero. Sólo el desarrollo de los acontecimientos dirá si Ortega y Martín tienen razón. Lo que sí puede afirmarse sin ningún género de dudas es que existe una línea dura (para simplificar, los halcones), que acata órdenes directas de Fidel Castro y está dispuest a radicalizar el proceso revolucionario, lo cual pasa por despojar al pueblo democrático de su derecho a realizar el revocatorio. Este sector parece ser liderado por Diosdado Cabello y de él forma parte ese personaje pintoresco llamado Lina Ron, al que nadie toma en serio, pero todos utilizan como punta de lanza para promover violencia sin que aparezcan los responsables fundamentales. Los halcones estarían dispuestos a encarcelar dirigentes de la oposición, cerrar medios de comunicación y demostrar que la opinión internacional le sabe a eso que tanto le ha dado Diosdado a los pobres. La reciente visita de la hija del Che Guevara debe de haber provocado una especie de éxtasis revolucionario en ese grupo.

En la otra esquina se encuentran quienes consideran que desconocer las firmas provocaría un caos mayúsculo y la deslegitimación del Gobierno, y, en consecuencia, que lo más conveniente es ir al referendo revocatorio porque, además, Chávez cuenta con una probabilidad muy alta de ganarlo. Llamar a este sector el de las “palomas” sería una exageración que ni siquiera la simplificación pedagógica permite. Sin embargo, lo cierto es que parecen dispuestos a medirse en una confrontación electoral. Para ello cuentan con suficientes recursos financieros, las posibilidades de realizar una campaña mediática de largo alcance nacional e internacional, y una popularidad de Chávez en las encuestas que lo ubica en un porcentaje relativamente elevado. Para los partidarios de esta opción, además, los 3.770.000 votos obtenidos por Chávez en 2000 representan una barrera muy espigada, difícil de remontar, sobre todo si se toma en consideración la abstención recurrente de los últimos veinte años y el escepticismo que existe respecto de los líderes de la Coordinadora Democrática. En este campo, en apariencia, se coloca el propio Chávez. Mesiánico y ególatra como es, no admite que pueda salir derrotado en una medición en la que se estarían evaluando los resultados de la “revolución bonita” y su desempeño como conductor y caudillo.

Hasta dónde llega la profundidad de las diferencias dentro del chavismo, no lo podemos saber. Lo que sí resulta vital para la oposición es tomar en consideración que no se enfrenta a un bloque monolítico, como algunos analistas lo presentan, sino a un mosaico compuesto por varias piezas. Una de ellas constituida por Hugo Chávez, quien, obligado a la medición, tendrá que derrotar a los halcones de su partido y obligarlos a acatar las reglas que él fijó cuando impuso la Constitución de 1999.

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