Opinión Nacional

La cerveza y el whisky polarizados en Venezuela

Como ya lo hemos señalado anteriormente, no es que seamos dipsómanos empedernidos, sino que pertenecemos a los mortales comunes y corrientes que de cuando en vez bebemos ocasionalmente, cuando la circunstancia así lo amerita; lo cierto es que al arribar por estas tierras libertarias, hace ya unos 27 años atrás nos tuvimos que acostumbrar a un nuevo consumo etílico. Veníamos configurados por ese vino chileno con una serie de variantes, empezando por el norte con el copiapino, luego con los mostos de la extensa región central, sin olvidar los pipeños de nuestra patria chica, la “república” de Hualqui, enclavada desde hace doscientos cuarenta y cinco años en la ribera sur del Bío Bío y sus aledaños, constituidos por Copiulemu, Quilacoya, Rere y Talcamávida entre otros, donde se saboreaba un vinillo delgado y raspador, producido por los pequeños viñateros de la comarca. Por último, también fui probador de la chicha fuerte de manzana por los predios de Panguipulli y la provincia valdiviana. En estas tierras caribeñas, lo primero que comprobé fue que el vino era sólo para consumirlo como caballero, en breve proporción, por el efecto del clima caluroso que nos producía molestias, que se nos manifestaba en agudos dolores de cabeza después de un consumo mayor. De tal manera, que la nueva madre tierra que nos recibía, nos ofrecía en aquella época dos vías: la de la cerveza y la del whisky.

A decir verdad, elegí la ruta cervecera. Las primeras, las consumí con el fraterno Enrique Ravelo, quien me dio la bienvenida entre unas tascas del sector del Paraíso en Caracas y otras cuantas que ingerimos al lado del río Apure, cuando a poco de llegar, mi amigo me invitó para que lo acompañara en labores de supervisión, que en ese tiempo ejecutaba como representante del Ministerio de Educación. Beber cerveza en una zona caliente como es la tierra de “Doña Bárbara” es una delicia incomparable. Esos días, además de refrescarnos, nos sirvió para acompañar una carne asada, al lado de una yuca que se nos deshacía en la boca y unos plátanos sancochados. A ello se agregaba el sabroso queso llanero, mientras escuchábamos la típica música folklórica, comandada por el arpa, de esa zona plena de leyendas, por donde alguna vez pasó el insigne Alejandro de Humboldt en su transitar por las regiones equinocciales del continente. Nunca olvidaré, que en una de esa noches cuando disfrutábamos de tales agrados, contándonos nuestras vidas, surgió más en detalle la dictadura de Pinochet, que nos había impelido a marcharnos hacia la patria de Bolívar, lo cual por supuesto condolió muchísimo a este nuevo hermano y a toda la población del país, que tanta solidaridad le brindó a unos 80 mil chilenos, arribados aproximadamente en aquella época. A una inquietud mía, de si una situación similar pudiera ocurrir en el país venezolano, sobre la base de esa tesis que anda penando por América, en torno a la “sucesión de las claridades y las tinieblas” Enrique, mi amigo, se paró tensionado y golpeando la mesa, me expresó: ¡No te preocupes, aquí jamás volveremos a tener regímenes “de facto”, como en el pasado. Eso es imposible…!

La excelente cerveza nos acompañó por mucho tiempo, consumiéndola en lugares disímiles como Canoabo, donde fundamos con el inolvidable educador Félix Adam una Universidad y convergimos con otros connacionales que construían una represa, portadores de una sed incontenible que se les multiplicaba y por fin aplacaban, especialmente los fines de semana. Posteriormente, en la ciudad que residimos de Valencia, compartimos durante muchos años con colegas universitarios, profesionales heterogéneos y ciudadanos comunes y corrientes en un restaurant conocido como el “Globo”. Ahí, durante la época dictatorial, después de las reuniones oficiales en el local de la “Alianza Francesa”, que albergó por muchísimo tiempo a nuestras organizaciones de exiliados caíamos en el “Globo”, con Emerson, Leopoldo y otros desterrados, algunos vivos, retornados en su gran mayoría a la patria nativa; otros, como Alan , el “gordo” Cerda y Sergio Rojas, que se quedaron a dormir, eternamente, en tierra bolivariana. Ahí, surgieron las principales ideas y estrategias para mantener siempre condenado al régimen de Pinochet por las principales instituciones de la ciudad, como la Universidad de Carabobo, el Concejo Municipal y la Asamblea Legislativa. junto a los principales sindicatos de la región, que en el día a día, hasta el término régimen dictatorial estuvieron alertas y atentos a lo que sucedía en Chile. De esta suerte, por el “Globo”, corrió la cerveza, durante esos años, como salida de un manantial inagotable.

La cerveza es la bebida alcohólica más popular del venezolano. Cubre todo el espectro social con mayor o menos intensidad. Sólo pongo un ejemplo:. Entre nuestra ciudad de residencia y una localidad cercana, situada a unos 25 kilómetros, he contado cerca de unas 30 cervecerías. Y ahí., como en el resto del territorio nacional he visto al trabajador, que obtiene un magro ingreso semanal, que se las arregla para libar tan preciado líquido. El día más marcado de la “bebezón” es el viernes. A mediodía suspenden las faenas para percibir su paga y así dirigirse a la primera cervecería que encuentran. Creo que es el único solaz, que con seguridad después de ingeridas, unas seis o siete cervezas, lo conduce a un mundo de evasión y de ensueño. De alegría y de olvido de la cruda realidad de la semana. Ahí, se habla de todo, de lo humano y de lo divino, hasta que sobreviene el sueño y el trabajador retorna a su casa, cabalgando por mundos más gratos y utópicos De tantas anécdotas registradas, recuerdo una que me impresionó. Sucedió en un “botiquín” (cervecería) en la localidad de Bejuma. Llegué con unos paisanos, entre quienes figuraban colegas del centro universitario recién creado en Canoabo y compañeros de la represa , y de pronto. me encuentro metido en una ardua discusión entre dos parroquianos, que al verme de inmediato me pidieron que dirimiera para determinar quién tenía la razón de lo que se discutía. El problema estribaba en determinar si Don Quijote y Sancho habían sido hombres de carne y hueso. Con mucha parsimonia y tratando de no herir susceptibilidades y dejar a ambos como amigos, les expliqué que los dos personajes eran de ficción y existían en la realidad. Por supuesto, ninguno sabía que Cervantes era el autor de la obra narrativa: De ficción, porque forman parte de un relato novelesco y reales porque a los sanchos y a los quijotes los vamos encontrando a cada rato a través del mundo, cualquiera sea la zona geográfica por la que nos desplacemos. Satisfechos o no con mi explicación, se tranquilizaron y prosiguieron amigablemente libando, como grandes amigos que eran, el líquido derivado de la nutritiva cebada.

La cerveza venezolana es de calidad y debe beberse justo a una temperatura baja, que linde con el hielo para que de este modo refresque al tomador. En su punto, como diría alguna vez mi amigo Juanito Aquino, docente universitario, oriundo del llano y y autor de letras de canciones vinculadas con su región nativa.

Sin embargo, nunca pensó el bebedor social venezolano que algún día le quitarían tan preciado líquido. Y esto ha ocurrido en estas fiestas finales de Navidad y Año Nuevo. Nunca se imaginaron que la familia Mendoza, dueña de la mayor empresa cervecera del país se plegara al paro, que ya cumple cuatro semanas, Estos al igual que los “meritocráticos” de Petróleos de Venezuela, integrantes de la nómina mayor se confabularon para dejar a los más menesterosos y a la población en general sin gasolina para que no circule el transporte de los productos, entre las cuales resulta afectada la popular cerveza, la cual además no se está elaborando. Les arrebataron lo más preciado de que disponían para celebrar una Navidad, dentro de su particular cotidianidad, la cual se tornó triste, como quizás nunca habría ocurrido en la nación. Lo mismo sucederá igualmente durante el Año Nuevo. Sin ley seca, la que siempre se evadió cuando se impuso, porque nunca faltó el abastecimiento soterrado, durante estos días sí que es seca de “verdaíta” No hay nada, ni siquiera una gota para agradar la garganta y acompañar las hallacas, plato tradicional, los que alcanzaron a elaborarlas antes de que se acabara la harina de maíz, refinada por los grandes empresarios, que como ocurrió en Chile quieren que el presidente constitucional salga a como dé lugar. Muchos de estos “Señorones” no se sienten identificados con la mesa de diálogo que facilita Gaviria y donde concurren los auténticos demócratas de la nación, buscando preservar la república.

El whisky, en tanto, hace dos décadas y media atrás circulaba por diversos estamentos sociales. En cualquier “botiquín” era muy común observar a bebedores de diferentes estratos consumiendo “palos” de buen escocés. Cualquiera familia de media baja, podía con algún esfuerzo reunir unas cuantas botellas y celebrar los “quince” años de sus hijas, junto a las transnacionales cocacola, de los Cisneros, dueños igualmente de “ Vene y Chilevisión” y pepsicola, también de los Mendoza, hoy ausentes por similares motivos, como refrescos especialmente de los niños Lo mismo ocurría con otras fiestas familiares. Aunque, no he sido tan afecto a este producto etílico imperial, en más de una oportunidad, cuando en algún evento se disponía exclusivamente del excelso líquido, no me quedó más remedio que consumirlo. Por ahí tengo una anécdota que raya entre lo real y lo que está más allá de lo contingente humano: Una vez, un compañero de trabajo me invitó a su boda, que se celebró en el citado Canoabo, el pueblecito, enclavado en un valle de la región carabobeña, donde inicié recién llegado mis actividades laborales y por lo cual mis connacionales de Caracas, me remoqueteaban con el apelativo del “doblemente exiliado” Nosotros, a unos dos años del arribo, residíamos con nuestra familia en la localidad cercana de Bejuma, situada a unos 25 kilómetros, trayecto que lo transitábamos todos los días , porque la Universidad era nuestra fuente de trabajo. La vía presentaba alrededor de 130 curvas, por cuanto había que traspasar una sierra. Por supuesto, la conocíamos como “la palma de la mano”, visualizando cotidianamente cada precipicio desde nuestro automóvil. El día de la boda decidimos concurrir a última hora. Por ahí encontramos un acompañante, que accedió de inmediato a tal invitación. Arribamos a la casa de los novios, cuando ya se estaban instalando los invitados alrededor de mesas especialmente dispuestas para tal celebración. Justo, caíamos en una, donde se encontraban tres compañeros de labores y muy respetables por su inclinación a la bebida venida de Escocia. De inmediato empezaron a circular las botellas del buen whisky que se consumía en aquel tiempo. Se inició un diálogo que fue revisando diversos aspectos locales, regionales, nacionales y universales, y a cada rato, las botellas desfilaban sin cesar. Pasaron las horas y no aparecía la cena o los pasapalos, por ninguna parte. A cada instante le preguntábamos al novio, cuándo se serviría la comida y el respondía simplemente “Ya viene el pollo”. Con mi acompañante esperamos como hasta las 3 de la madrugada, anhelantes de que llegara la joven ave cocinada, consumiendo constantemente whisky. Decidimos, por fin, retirarnos Nos despedimos y aparentemente no nos sentíamos mal. Hice partir el carro y le advertí a mi copiloto que fuera atento a la vía serrana. Sin embargo, antes de salir del pueblo comprobé que mi compañero había caído en brazos de Morfeo. Había neblina, pero la vía estaba bien demarcada por la línea divisoria Recuerdo perfectamente, el inicio del ascenso, la línea señalada y la presencia de la neblina. De ahí no recuerdo nada más. Tal vez, después de una hora y media más tarde desperté y al observar el entorno identifiqué que me encontraba con mi amigo aún dormido, frente al cementerio de la localidad de Bejuma. No sé cómo llegué ahí. Me impresioné enormemente y me imaginé que éste era un aviso de quien rige nuestras vidas. Era como una advertencia, que me indicaba que a la próxima pasaría hacia el interior. El auto estaba apagado. Lo puse en marcha, salí del lugar y arribé a mi casa que estaba a unas tres cuadras de distancia. Entré el vehículo, lo dejé con todas las ventanas abiertas para que mi compañero continuara durmiendo a pleno pulmón. Me fui a las habitaciones de mis tres hijos, que se encontraban durmiendo, les di un beso a cada uno y me fui a acostar, muy impresionado por lo acaecido. Hasta el día de hoy, no me explico cómo llegue al lugar indicado, tal vez, sería porque el whisky me jugó una mala pasada y me borró todas las imágenes del viaje.

Hoy, el whisky está presente en las licorerías, pero sólo al alcance de los altos grupos económicos, quienes continúan celebrando sus fiestas con este licor. Los estratos inferiores ya no pueden darse ese lujo, desde el febrero de 1983, cuando se devaluó el dólar y se inició la crisis, que a casi veinte años ha recrudecido notablemente y ningún gobierno, ni de la cuarta o de la quinta república han podido detener el ascenso de la moneda del imperio, que en este tiempo ha transitado de 4.30 a 1300 bolívares. En la actualidad, el valor de cada botella de los regulares oscila entre los diez y veinte dólares y las marcas de calidad, se enciman por los cincuenta . Con seguridad, los dirigentes que llaman al paro y que pertenecen a una CTV en corruptela por años, una Fedecámaras, con sus grandes empresarios y los ejecutivos de la nómina mayor del petróleo, que obtienen ingresos entre 15 y 60 mil dólares mensuales han degustado de las exquisiteces de siempre, con los whiskies que el pueblo podía disfrutar antaño, y en el presente sólo engalanan las mesas de los poderosos económicamente, cuando llegan estas fiestas y cualesquiera otras en el curso de cada año.

En conclusión, estas dos bebidas alcohólicas también se han polarizado, afectándose más la cerveza, porque los productores son los potentados que beben whisky y a quienes nos les interesa que los trabajadores de su propio país, consuman el líquido que les da algunos momentos de solaz, sobre todo cuando en la Navidad con sus hijos reciben al Niño- Jesús y en el Año Nuevo sueñan con alentadoras esperanzas, que jamás se concretan en la realidad y prosiguen arrastrando sus existencias, situados en la otra ribera de este río vital, que como lo dijera el poeta, irremisiblemente nos conducirá a todos, sin excepción, igualitariamente: “a la mar que es el morir” .

*Escritor chileno, radicado en Venezuela, desde enero de 1976.

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