Opinión Nacional

La ciencia señala el camino

En una entrevista publicada en el semanario The Guardian Weekly, el especialista en física de partículas Brian Cox aborda de modo indirecto el conflicto entre los descubrimientos científicos y algunas creencias religiosas, sociales o políticas que se oponen a ellos. Inicia su argumentación diciendo que, para poder partir desde una base indiscutible, hay que dejar bien establecidos desde el principio algunos datos básicos, ya bien comprobados.

Es importante saber que el Universo comenzó su existencia hace unos 13.700 millones de años, y que nuestro Sol y nuestro sistema solar nacieron hace algo menos de 5.000 millones de años.

Considera también conveniente recordar que solamente en nuestra galaxia hay unos 200.000 millones de estrellas, y que se conoce la existencia de unos 100.000 millones de galaxias en el Universo. Este aluvión de cifras, difícilmente concebibles por la mente humana, es, sin embargo, el substrato sobre el que la ciencia va construyendo sus hipótesis. Causa asombro constatar que, desde nuestro pequeño rincón del Universo, la mente humana haya podido medir y cuantificar datos tan apabullantes, gracias al tesón de los investigadores y a los métodos científicos, elaborados y reafirmados al paso de los siglos.

Cox no pretende ridiculizar a quienes, interpretando literalmente algunos textos religiosos, trabajan con cifras y conceptos distintos, en abierta oposición a cualquier dato comprobable experimentalmente. Al preguntarle sobre los dilemas éticos que plantea hoy la ciencia, responde así: “Creo que uno de los principales retos para la comunidad científica es el modo de debatir con personas que argumentan desde opiniones legítimas, pero que se ha demostrado que son erróneas y potencialmente peligrosas”.

Las principales religiones hoy dominantes nacieron en un mundo precientífico; Cox no alude a esto en su entrevista, pero es evidente que las religiones “del Libro” nacieron en los albores de la razón científica.

De ahí que arrastren en la literalidad de sus textos elementos nefastos, como los que hacen que los Testigos de Jehová se nieguen a aceptar transfusiones de sangre, aunque peligre su vida. Otros se oponen a las vacunas y sabido es el rechazo que a lo largo de la Historia mostró la Iglesia ante cualquier teoría cosmogónica que no pusiese a la Tierra en el centro del Universo. También es conocida la errónea y peligrosa postura actual del Vaticano sobre la prevención del sida, esa plaga que hoy afecta a parte de la humanidad.

“La ciencia es muy clara en esos aspectos -asegura Cox- y es la mejor guía de que disponemos para hacer frente a los problemas globales. El dilema es cómo convencer a unas minorías muy ruidosas de que un planteamiento racional y científico no es una amenaza para sus creencias políticas o religiosas y que es el mejor modo de abordarlos”.

Ocurre que a nadie le gusta ser tenido por irracional, y los que creen firmemente en la próxima llegada del Mesías o que el mundo se creó en seis contados días, descargan la irracionalidad de su pensamiento en la pretendida autoridad de un Ser supremo e imaginario, que dejó escritas para siempre las normas que regulan toda existencia. “Creyendo, no puedo equivocarme”, exclamó en mala hora aquel que, con esa rotunda frase, creía destruir para siempre la posibilidad de una visión científica del universo y poner freno a cualquier progreso de la humanidad.

No se engañe el lector: la ciencia no es inocua. La ciencia nuclear produjo Hiroshima, la química aportó las cámaras de gas y otras ramas contaron con “doctores” tan monstruosos como Mengele o Vallejo-Nájera senior. Pero las religiones han dado vida a la Inquisición, a la lapidación o a la Ley del Talión, ejemplos destacados de inhumanidad. Cualquier instrumento puede utilizarse al servicio de la maldad y la ciencia no es una excepción. Aunque la religión sea lo único capaz de hacer que una persona buena obre el mal, según dicho común.
En un mundo asediado por minorías fanáticas que hacen de la religión un instrumento de odio o de dominación, es necesario volver los ojos hacia la ciencia, no para hacer de ella una nueva religión que sustituya a las otras, sino para que de su contacto con la realidad objetiva de la que formamos parte, y de modo imparcial y neutro, nos provea de los instrumentos de juicio necesarios para ser capaces de mejorar las condiciones de la humanidad, aquí y ahora.
 

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