Opinión Nacional

La naturalización de la intolerancia

Vivimos momentos difíciles que se manifiestan en diversas formas. Nos encontramos en un entorno de vaga responsabilidad o, si se quiere, de notoria irresponsabilidad. El ambiente es de división, hostilidad, inseguridad e intolerancia. Por siglos Venezuela ha sido considerada una nación abierta, respetuosa, liberal, contraria a la exclusión y donde hay cabida para múltiples creencias y opiniones. En resumidas cuentas, un país donde se disfruta de la libertad de pensamiento y expresión. Esa Venezuela puede desaparecer.

La intolerancia, expresada en conductas sacrílegas, antisemitas, xenofóbicas y de exclusión política y social, que algunos quieren implantar, se está convirtiendo en el gran desafío al que debemos enfrentar ya que nos está infectando lentamente pero con firmeza. Estos hechos alarmantes, junto al sectarismo y el absolutismo excluyentes, inundan diariamente los medios de comunicación. La esencia de estas acciones, que no son circunstanciales, viola nuestra dignidad y vulnera nuestros derechos y principios fundamentales, socavando nuestra condición de personas y ciudadanos.

Es difícil predecir los efectos finales del prejuicio segregacionista y la forma en que puede afectar nuestros valores, pero sí sabemos que usualmente comienza por la formación de una matriz de opinión pública negativa hacia determinados grupos, lo que le abre paso a la animadversión social, a la privación de derechos y al repudio, llegando a veces a expulsiones masivas, ataques físicos o matanzas de esos grupos. No olvidemos las lecciones que la historia nos proporciona: los regímenes de la Alemania nazi y de la Rusia de Stalin y, recientemente, los de la antigua Yugoslavia y de Ruanda. Los poderes públicos, las instituciones sociales y toda la ciudadanía deben estar vigilantes y trabajar unidos para prevenir esa barbarie y protegernos y, llegado el caso, reprimir de forma contundente los brotes de intolerancia.

La grandeza y dignidad de Venezuela, como dijo Barack Obama refiriéndose a los EE.UU., son más importantes que la suma de todas las diferencias de origen, religión, ideología o posición económica. Las manidas discusiones políticas que nos han consumido y confundido tanto tiempo son muy nocivas. Un país no puede prosperar cuando sólo favorece los estrechos intereses de unos cuantos y populariza la ideología de amigo-enemigo, propiciando situaciones irreconciliables. Necesitamos una fórmula equilibrada que sin alterar la base de libertad y democracia fomente una visión compartida de los valores que sustentan una mejor calidad de vida, mayor equidad económica y justicia social – ideales que eran la mejor parte de nuestra tradición de vida venezolana-. El momento para la acción es ahora porque sabemos que si no actuamos la situación puede empeorar. La intolerancia bien puede convertirse en un desastre.

Sin duda que todo ello implicará grandes esfuerzos, pero requerirá especialmente coraje, voluntad y amor al país, en sintonía con los valores propios de una ética y moral cívica. Necesitamos urgentemente un clima de armonía.

Mahatma Gandhi decía: «Apostamos por un compromiso moral, activo, con valentía cívica; por construir una cultura de solidaridad, tolerancia y derechos humanos; por levantar un frente social que no deje resquicios al fanatismo y a la violencia; por erradicar la intolerancia de la faz de la tierra».

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