Opinión Nacional

La revolución Hummer

Para su desgracia Chávez acaba de descubrir el agua tibia: la “revolucionaria” afición de la nueva burguesía -incubada a la sombra del árbol de las tres raíces- por los vehículos de lujo. Pero, ¿será de verdad nuevo este hallazgo? O, esta escena forma parte del tinglado montado para impulsar la mal llamada reforma constitucional. De ser cierto lo primero, debemos concluir que el Presidente de la República vive absolutamente aislado de la cruda realidad. En una burbuja de cristal opaco.

¿No se percata el mandamás de Miraflores de la ostentosa vida (a cuerpo de rey) que llevan los próceres del proceso, incluyendo a sus familiares cercanos… ¿Por eso trata de exorcizar sus propios fantasmas? Lo malo es cómo después de casi nueve años de (des) gobierno se desande lo andado o se enderece lo torcido. Muy difícil por no decir imposible. En este momento las rabietas y amenazas no valen nada si no van seguidas de acciones ejemplares contra la corrupción, el despilfarro y la impunidad.

Vistas las cosas así, estamos en presencia de un régimen, en el cual el lujo y la fastuosidad son elementos característicos de la cotidianidad de sus altos dirigentes. Sus actuaciones están teñidas de un exhibicionismo revelador.

Muchas revoluciones del siglo XX surgieron del alma del mismo pueblo para combatir las tiranías e injusticias. Crecieron como movimientos telúricos, de abajo hacia arriba, para implantar y consolidar la democracia. Ejemplos hay muchos: la revolución de los claveles, provocó la caída de la dictadura salazarista; la revolución de terciopelo, movimiento pacífico por el cual el partido comunista chequeslovaco perdió el poder, y ese país volvió a la democracia con Vaclav Havel; la revolución naranja liderada por Yushchenko, en Ucrania. Eso sin mencionar las revoluciones serenas promovidas por Luther King, Mandela y Ghandi en sus respectivas naciones.

A diferencia de las mencionadas, el chavismo es un movimiento formado desde lo alto (el caudillo) para imponer, por medio de la dominación, su particular concepción de la política y la existencia del ser humano. Allí radica la debilidad e inviabilidad de su propuesta. No nace del fervor popular, por ello necesita para mantenerse de procesos electorales preñados de ventajismo, abuso de poder, demagogia y populismo… Halagar a la gente, comprar conciencias y jugar con las necesidades de los desposeídos para hacer digerible, potable, un autoritarismo desfasado y atosigante. El País presencia, entonces, un proceso de deterioro de las libertades públicas, dirigido por una clase política sin mística ni principios revolucionarios. La defensa de los pobres y la exportación del proyecto político de Chávez, representan, en si mismos, la esencia del pretexto ideal a fin de perpetuarse como gobernantes y seguir disfrutando de la inmensa renta petrolera. Estamos ante la indignante paradoja de altísimos ingresos fiscales, dilapidados sin misericordia, mientras la resolución de los problemas de miseria, hambre, desigualdad social, servicios públicos, vivienda y salud, es postergada por la retórica vacía de la promesas incumplidas.

Seguramente los ideales de cambio seguirán siendo quimeras y fantasías adormecedoras de la voluntad nacional. Mientras el jefe único vocifera contra la riqueza (ser rico es malo) la revolución Hummer avanza sin tropiezos ni sobresaltos…

De vez en cuando, alguno que otro remilgo dominguero, despierta una mirada de compasión de los invitados hacia quien se cree el vengador predestinado… Nadie le hace caso ¿Porqué será? El festín continua como si nada pasara: palabras, palabras, palabras, qué más da… ¡Viva la revolución, carajo! ¡Viva Chávez, carajo!…

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