Opinión Nacional

Las virtudes democráticas del sistema político venezolano

El insustituible método democrático representativo

El sistema político democrático venezolano ha superado una de sus pruebas más difíciles: transferir, por la vía electoral, el poder de decisión pública, de manos de una elite política comprometida con prácticas liberales agotadas, a otra contra-elite, sin experiencia previa en los asuntos de gobierno y ansiosa de conducir los asuntos públicos a nombre de un proceso de cambio y transformación radical.

La mayoría de los analistas, intensamente involucrados en la confrontación inmediata, pierden de vista que el espacio público, -lugar donde se desarrolla la confrontación y la competencia por la influencia o control de los recursos de poder-, suele imponer sus propias reglas a quienes se movilizan a la lucha política y así mismo, establece los límites donde tendrá lugar tal contienda. Reglas y límites, impregnados por la existencia de relaciones que subrayan el predominio de lo económico, lo cultural, lo ideológico o lo ecológico que, le dan sentido a la diversidad sistémica de la sociedad venezolana y a la pluralidad de prácticas políticas de quienes se involucran intensamente en la lucha por el poder.

Una de esas reglas del espacio público venezolano es que, el acceso a los cargos de elección pública se realiza según las pautas electorales de un ciudadano un voto. Nadie puede optar por una posición pública, sin estar precedido de la voluntad electoral. En tal sentido, el sistema político venezolano adquiere su condición democrática, a partir de su capacidad de integración de todos los ciudadanos, opositores o no, al sistema electoral. Seleccionar a los gobernantes haciendo uso del voto, es la regla insustituible de los procesos democráticos. Y esto es, precisamente, lo que ha sucedido en los diversos actos electorales donde ha salido triunfadora la opción bolivariana.

De esta forma, se ha resuelto democráticamente, el primer problema de quienes se propone llegar al poder político: la legitimidad de la acción política de los gobernantes, y desde allí adelantar políticas de cambio y transformación social. En el 2004, el sistema político democrático venezolano, solucionó el problema central de la crisis de legitimidad, creada por las acciones de los constituyentistas y las respuestas de quienes estaban siendo desplazados de las posiciones donde existe la probabilidad de movilizar los recursos del poder político. Las sucesivas convocatorias a los electores a expresar su voluntad política, crearon las condiciones de legitimidad del nuevo régimen político y demostraron la virtud del tal método democrático, para superar la crisis de legitimidad.

Esta fortaleza del sistema democrático, no supone que todos los problemas inherentes a las instituciones democráticas están resueltos. La transferencia de las posiciones de poder de un proyecto político desgastado a otro que supone cambios de fondo en las relaciones políticas democráticas fue lo que llevo a los contituyentistas a la creación del Poder Electoral, con lo cual estaban aceptando colocar las relaciones democráticas en el centro mismo de las nuevas relaciones políticas entre el Estado y la Sociedad, entre las organizaciones sociales y los partidos políticos; y dentro de las instituciones de la sociedad. Desde esta nueva perspectiva constitucional, la democracia impregna todas las relaciones sociales y políticas, incluyendo por supuesto las relaciones económicas.

Por supuesto, el hecho que la constitución bolivariana garantice la ampliación de la democracia representativa, incorporando la noción de democracia participativa y protagónica, no significa que tales nuevas relaciones y prácticas democráticas, a seis años de haber sido introducidas en la constitución, estén dinamizando las prácticas políticas del presente. Sabemos la distancia entre los deseos y la realidad. Entre las constituciones escritas y las constituciones reales. Los errores de la oposición y los fallos del gobierno están, precisamente, impregnados de la carencia de tales nuevas calidades de la democracia anunciada. No hay dudas que se trata de un problema de aprendizaje. Sólo a partir de prácticas políticas democráticas representativas, participativas, protagónicas, radicales y revolucionarias, o una síntesis o hibridación de ellas, es como los venezolanas podrían incorporar tales enunciados a su cultura política. En el momento en que este artículo se desarrolla –instalación de la Asamblea Nacional y elección de su junta directiva- todo indica que, las prácticas políticas han tomado un camino débilmente democrático.

No fallar en la ejecución de las promesas electorales

Desde 1998 hasta el 2004, la nueva elite gobernante centró su esfuerzo en las tareas políticas asociadas a mantenerse en el poder. Se vio obligada a lidiar con una confusa oposición sin liderazgo, sin proyecto político alternativo y débilmente democrático. Resuelto el problema político, se abre un período en el cual el objetivo central es reforzar la estabilidad política por la vía del desarrollo de una política de redistribución de los recursos escasos que tenga como prioridad acelerar la activación de la economía. No se trata de decisiones estructurales, sino de atención a los problemas más agudos que afectan al ciudadano de a pie y de asistencia social de los sectores mas deprimidos de la sociedad venezolana por una parte, y de creación de las condiciones de reformas estructurales que permitan la transformación social de la sociedad venezolana, por la otra.

Es a partir del 2005 que, tanto el gobierno como la oposición, saben a que atenerse en materia de influencia electoral y correlación de fuerzas políticas. El gobierno, cuenta con un sólido respaldo político entre los electores. Tiene por delante un año, para adoptar las decisiones económicas que apunten hacia la solución de los problemas relacionados con la pobreza, el desempleo, el alto costo de la vida y la inseguridad. La esperanza de los votantes decisivos en el 2006, está centrada en la ejecución de las políticas gubernamentales relativas a tales males que día a día los agobian.

Es así como, el destino político del actual régimen, está en correspondencia con la satisfacción de las expectativas y esperanzas generadas en las contiendas electorales. Si falla en la ejecución de sus promesas electorales, la mayoría de los votantes buscaran otras opciones. Así de simple. Las dificultades de los gobernantes de hoy, residen en la debilidad, inexperiencia, voluntarismo y sectarismo de quienes han aceptado la responsabilidad de gobernar en condiciones de extrema incertidumbre. Hasta el presente, su fortaleza se ha centrado en el respaldo de millones de electores y en los sorprendentes errores de sus opositores. Sin embargo, la historia electoral venezolana enseña que, la mayoría de los votantes, en su afán por encontrar salida a sus abrumantes problemas vitales, en fin de cuentas, se inclinan a favorecer con sus votos a la propuesta electoral que ellos perciban como la más probable y esperanzadora.

Creer que quien tiene, legítimamente, la capacidad de movilizar los recursos del poder, siempre puede imponer, impunemente, su voluntad al contrario, es un equivoco. Uno de los problemas de quienes detentan el poder es, asumir tales relaciones en términos asimétricos. La capacidad de imponer la voluntad a otros, es un problema probabilistico y no está determinado, sólo, por la influencia o el control de los tradicionales recursos del poder: la fuerza, el dinero y el conocimiento. Viet Nam e Irak son buenos ejemplos de tal afirmación a gran escala y, las 47 horas fuera de la Presidencia, el 11 de abril del 2002, es también, un buen ejemplo, a pequeña escala. La regla de la lucha por mantenerse o llegar al poder es optar por las ideas asociadas al análisis de las probabilidades y no por supuestos deterministas.

Una sabia oposición democrática

No tengo ninguna duda que, la naturaleza radical del proyecto político, adelantado por los bolivarianos, amerita una clara e inteligente oposición democrática la cual cumpla la función de equilibrio y contrapeso a las presiones voluntaristas, confrontacionales, irrealistas e irracionales, existentes dentro de algunos factores del gobierno, las cuales podrían constituir un serio obstáculo al desarrollo de los contenidos democrático del proyecto bolivariano. De tal manera que, la oposición democrática debe evitar colaborar con prácticas políticas no democráticas que puedan contribuir a fortalecer perspectivas políticas gubernamentales inclinadas hacia respuestas intolerantes, autoritarias y antidemocráticas.

Se incurriría en una grave falla, considerar los errores y las debilidades actuales de la oposición, como una ventaja para quienes dirigen los asuntos de estado. Por el contrario, una oposición, capaz de comprender las raíces democráticas de los cambios políticos incorporados a la constitución del 99 y las prácticas políticas tolerantes del gobierno, tendría unas relaciones con la gestión de gobierno que podrían repercutir en el fortalecimiento de la gobernabilidad del proyecto en el largo aliento.

Tal propuesta, podría lograrse con una creativa oposición democrática, capaz de acompañar aquellas gestiones de gobierno que apunten hacia un mayor grado de democratización económica y social, y la solución de los agudos problemas que afectan a la población más pobre del país. Y, en consecuencia, una oposición capaz de oponerse con firmeza a aquellas decisiones gubernamentales que refuercen el autoritarismo, la intolerancia y la irracionalidad política. Este tipo de oposición no es fácil, dado que depende de perspectivas valorativas las cuales pueden estar en contradicción con los fundamentos de las propuestas y decisiones del gobierno. Pero, tampoco es imposible. Lo recomendable, en este caso, es guiarse por una práctica política apoyada firmemente en la realidad y no en los deseos. Los sueños, las utopías y los deseos hay que volcarlos con creatividad y conocimiento en los proyectos políticos de largo alcance. Esos que hacen las grandes diferencias entre los grupos humanos y los llevan a organizarse en partidos y movimientos existenciales. Los asuntos de la cotidianidad política hay que construirlos a partir de una acertada evaluación de la correlación de fuerzas sociales y políticas que se enfrentan en cada acontecimiento político. La política pasa a ser así una sabia combinación entre los grandes propósitos y las reales posibilidades de lograr objetivos específicos. Es lo que muchos han llamado el “arte de la política”. Este no es un problema de los electores, de los activistas, de los manifestantes, ni mucho menos de las masas o del pueblo. Es el problema de la dirección política de todo movimiento que aspira llegar al poder.

Se trata, por lo tanto, de la construcción de una sabia dirección de la oposición democrática y de un gobierno capaz de ejecutorias democráticas, a partir de rupturas con modos de concebir y hacer las políticas, ancladas en desgastadas nociones de las relaciones entre competidores políticos, percibidas como amigo-enemigo. Si la referencia básica es la democracia, sea esta representativa, participativa, protagónica, radical, revolucionaria o una realista combinación de ellas; la percepción de enemistad vendría asociada a los actos políticos no democráticos y no a la existencia inevitable de pluralidad de opciones políticas, las cuales, necesaria e inevitablemente, se disputan la influencia y el acceso a la toma de decisiones que afecta a la sociedad en su conjunto.

El camino democrático civilizatorio

El éxito del proyecto político democrático bolivariano está condicionado a que, los actuales gobernantes –desde los alcaldes hasta la Presidencia de la República- aprendan a gobernar bien, en condiciones de elevada incertidumbre. Y, gobernar bien, es gobernar para la mayoría y para las minorías, es decir, para todos los venezolanos. Así mismo, amerita de una oposición que aprenda a ser oposición democrática, desde su condición de minoría; para que pueda optar a convertirse en una alternativa electoral para la mayoría de los venezolanos, inscritos en el registro electoral permanente.

La garantía de integrar los esfuerzos políticos, de todos los venezolanos, en el encuentro de las decisiones que permitan administrar correctamente los inmensos recursos materiales, espirituales y humanos con los que el país cuenta es, construir un espacio publico en el cual, tanto los gobernantes de talante democrático y/o revolucionario, como los lideres de una oposición democrática moderna, fortalezcan los canales de comunicación política y los accesos a los mecanismo de influencia y control de los asuntos públicos, a partir del desarrollo y fortalecimiento de otra regla de la vitalidad, estabilidad y permanencia de la democracia: el respeto de la minoría a través de la representación proporcional, en los cargos de las instituciones colegiadas.

Debemos contribuir al desarrollo de una etapa caracterizada por la negociación, por los acuerdos parciales, por los esfuerzos mutuos desde posiciones diversas. Así como, la probabilidad de errar no es un atributo de la oposición, tampoco es un atributo del gobierno hacerlo bien. Tanto en los componentes democráticos del gobierno, como en los de la oposición, hay recursos capaces de contribuir en diversas áreas con la formulación de políticas públicas acertadas.

Tal conducta, no significa que la lucha ha cesado, sino que ésta ha tomado un camino civilizatorio y de amplia democracia para todos. Se abriría así un período de inéditos aprendizajes políticos, donde el encuentro y el desencuentro entre opciones divergentes transitarían por caminos, donde la elaboración de nuevos conocimientos políticos y la inevitable incertidumbre de las apuestas, irían de la mano de prácticas políticas gubernamentales y opositoras combinadas con una intensa dinámica de relaciones democráticas inclusivas. Los males de la democracia se curan con más y mejor democracia. No es una utopía. Es una probabilidad que los demócratas, radicales o no, no deberíamos despreciar.

Caracas, enero 2005

*Director de la Escuela de Estudios Políticos y Administrativos de la UCV
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