Mirada
Llego de afuera. La calle se cierra sobre el cuello de la gente con su calor, su basura y su ruido. La calle, a estas alturas, como una lápida niega promesas remotas o juramentos (políticos los más visibles) que pasan agachados, por debajo de la mesa. En la calle está la gente, revolotea la vida o la muerte, al punto de que casi conforma otro cuerpo, otro organismo, el ser mismo de esa eterna dialéctica llamada ciudad.
Resulta curioso, pero de Puerto Ordaz se desprende mucha gente y pocos ciudadanos. Una cosa es la selva de cemento, bien nombrada así por el señor Héctor Lavoe, y otra el individuo que se levanta en sus entrañas. Ciudad y ciudadanos, construidos mutuamente, digo yo, como un diálogo que se alimenta poco a poco, marchan cada uno en direcciones contrapuestas. Cualquiera vive de espaldas a la urbe, y viceversa. Cualquiera transita por las avenidas pero éstas de ningún modo tienen lugar en su conciencia.
De ahí, claro, tenemos un conglomerado de edificios, asfalto y carros, pero con muy pocos espacios. Los espacios aquí huelen y saben a materia ferrosa y a aquella frase desgastada por los años y la inopia: “empresa básica”. Y esto es peligroso, en esencia porque el peldaño de la ciudadanía reposa entonces sobre las espaldas del Estado. Tengo, porque ese señor otorga; emprendo, porque ese señor guarda en el puño mi oportunidad para salir adelante; pido, porque ese señor es el que da.
La calle teje el rostro pálido o de buen color que la ciudad ofrece. Vengo de la calle, y los indígenas sin el lugar y la vida que por elemental derecho les corresponde están ahí, extendidas las manos, como prueba viviente de lo mal que andan las cosas. Acabo de llegar de la calle y la avalancha de niños, hombres y mujeres que piden cualquier cosa refleja todo menos futuro cierto o esperanza.
La falta de razón siempre produce errores reiterados, y ellos, a la luz de su presencia desastrosa, gozan hoy de tanta salud como de partidarios. Acabo de llegar de la calle: nada cambia y todo queda, no salimos del siglo que pasó y lo peor es que la mirada apunta hacia mayores retrocesos.
La calle es una selva de cemento, sí. Hoy bastante más que nunca.