Opinión Nacional

Por qué Chávez no iría a la Cumbre de El Salvador

No puede ser más significativo que en la primera oportunidad que tiene Chávez de dirigirse al planeta para proclamar el fin del capitalismo y establecer que en cuestión de meses la estrella roja del socialismo guiaría los pasos de la doliente humanidad, pues sencillamente arrugó, puso pies en polvorosa y salió con el pretexto ridículo de que no iría a la XVIII Cumbre Iberoamericana de El Salvador porque y que el gobierno del presidente, Antonio Saca, no le garantizaba la seguridad que merece tan cabal y descollante líder de la revolución mundial.

Cómo si no fuera cierto que lo menos que necesita Chávez son gobiernos que lo protejan, que acostumbrado a viajar por el mundo hasta con 100 guardaespaldas y con anillos de seguridad que convierten al simple acto de acercársele en una misión imposible, pues pasa por ser el jefe de estado más protegido de que se tenga memoria desde que el mundo se hizo uno y los presidentes la han cogido por recorrerlo cada 6 meses.

Sobre todo Chávez, quien ya batió el récord en horas de vuelo del difunto Papa, Juan Pablo II, y superó con creces la curva de los días que lleva gobernando, al cruzarla con los que pasa instalado en las nubes y al rescoldo de un avión personal que dicen los que lo conocen es simplemente un hotel 5 estrellas volante.

O sea, dándose la vida de un jeque supermillonario, de rey del petróleo a 147 dólares el barril, dueño de la llave que permite que a unos llegue y a otros escaseé el flujo de tan precioso maná, y por lo tanto, odiado pero temido, criticado pero en silencio, ya que tan pronto el hosco personaje sentía que lo miraban mal o de reojo, o no lo trataban con la obediencia debida, pues prorrumpía en insultos contra el primero que se le atravesara en su camino.

Tradición que, por cierto, el primero en romper fue el Rey de España, Juan Carlos de Borbón, cuando en la XVI Iberoamericana de Santiago de Chile, alterado por los ataques de Chávez al expresidente del gobierno español, José María Aznar, le espetó el celebradísimo y promocionadísimo: “¿Por qué no te callas?”.

Y, repasando estos recuerdos, pero sobre todo leyendo el reporte de las agencias internacionales de ayer que informaban que el precio del crudo había cerrado en 63 dólares, es donde me doy cuenta, lo incómodo que debe sentirse el rey del petróleo que se durmió una noche con el precio a 147 dólares el barril, y despertó al otro día con la sorpresa de que apenas valía 63.

O lo que es lo mismo: haciéndolo regresar a la condición de simple mortal que solo puede tomarse en serio, no por la prepotencia que imprime a sus discursos, sino por la racionalidad con que dota las cosas que dice y que hace.

Y las cuales, generalmente, no se aprecian sino cuando vienen con un fuerte componente de humildad, de la timidez del que puede estar en lo cierto, pero desconfía aun de las razones que tiene para sostener lo que sostiene.

Caso que, por supuesto, no es el de Chávez, quien desvaría a lo largo y ancho de la historia de Venezuela, América latina y el mundo, de las ideologías, las religiones y la ciencia y había que calársela porque sencillamente lo decía el rey del petróleo a 147 dólares el barril.

Tránsito de rico a pobre, de poderoso a débil, de centro a suburbio del mundo que, ya sabemos, quienes menos lo aceptan son los fanáticos que alguna vez pensaron eran los depositarios de los mandatos de la Divinidad o de la Historia.

Y, desde luego, que no estamos hablando sino Hugo Chávez, del venezolano que confundió la soberbia con el poder, la suerte con la virtud, la educación con la debilidad y el respeto que se le debía como venezolano y jefe de estado con el miedo que azuzaba como dueño de las llaves del petróleo gratuito o barato.

Hoy este escenario ha cambiado, ya cambió, y es razonable esperar que Chávez se está poniendo al abrigo de las sornas de quienes antes atropelló, y ahora solo puede volver asustar con el fantasma de que, dentro de poco, el petróleo estará caro otra vez.

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