Opinión Nacional

Por qué importa ese día de abril

 

Me imagino que muchos lectores evitarán este artículo: sé lo que es no querer seguir oyendo interpretaciones sobre episodios que, por oscuros y terribles, forman a su alrededor como una especie de costra mineral y sobre los que uno ya no quiere cambiar de opinión. Casi que así se define un trauma, en lenguaje psicoanalítico. Ese es el punto: como en todo trauma, importan muy poco los hechos y lo que sí importa, lo que es radicalmente relevante, es cómo a partir de la nebulosa de los hechos se diseña la ruptura fatal, la división de los venezolanos que servirá, esencialmente, a consolidar la identidad del chavismo a la medida del proyecto militar y personalista, es decir, como una identidad agonista, como la pesada línea roja de la lucha de clases (ya no sociales sino identitarias, simbólicas).

Ese día, digo, también es de duelo porque se perdió la inocencia política, en el sentido de que conocimos el mal. Todos la perdimos, cualquiera que sean la definición o los referentes que queramos darle a ese mal.

Entonces, también importa porque cambió el paisaje. Dejamos de tener un lenguaje común y nacieron los idiolectos que nos parten en dos.

Como digo en un texto que debería publicarse pronto bajo el cuidado de los Lugarcomunistas (http://lugarcomunistas.wordpress.com), y me excuso por el autoplagio y la autocita, «lo importante es que las negociaciones que condujeron al desenlace que conocemos fueron llevadas a cabo con una gramática estrictamente militar, y me refiero al tratamiento dado a la persona de Chávez y al modo en que, entre militares, se dirimió su destino.

El esquema del `pronunciamiento’ con el cual aparecían (y desaparecían) distintos miembros de los altos mandos militares para manifestarse frente a la situación planteada por la masacre de civiles que había tenido lugar, formaba parte a la vez de un complejo código de comunicación que revelaba apenas lo que sólo mediante testimonios posteriores se sabrá: que el núcleo de la confrontación, ese día nefasto, fue entre facciones militares, y que aquella `política de calle’ nunca tuvo la eficacia pretendida. Ni la de una oposición insurrecta, ni la de quienes se movilizaron en defensa del Gobierno.

«Lo visible y lo invisible van a juntarse en un resultado grotesco: un escenario vacío que terminó tomado por unos aventureros que impresionaban por la falta absoluta de autoconciencia, por así decirlo. Lo dramático de la hora venía acompañado de un aire de farsa, como de guiñol de pueblo francés. Durante los estertores del poder soviético con sus `revoluciones de terciopelo’, durante la década de los noventa y ahora, en esta década de `primaveras’ políticas, el mundo ha presenciado situaciones similares a las de aquel día de abril. Pero no creo que ninguna haya ofrecido imágenes tan extravagantes y al mismo tiempo densas de significado político como las que transmitió la televisión durante aquellos cinco minutos en los que, desafiando el mandato del Gobierno de transmitir en cadena nacional la trivial alocución que el Presidente daba, los canales decidieron `partir’ la pantalla en dos para mostrar también los acontecimientos terribles que ocurrían en los alrededores de esa misma sede desde donde hablaba Chávez. Las imágenes de dos mundos, el de adentro y el de afuera, el del poder y el del contrapoder, el de los civiles en la calle y los militares en el cuartel, aparecían yuxtapuestas sin conectarse una a la otra.

«Una imagen que nos perseguirá por años y que a la vez metaforiza la otra división, la que hará falta años para curar, la que nos mostró que podemos albergar odios y resentimientos impensables y la que nos obliga a mirarnos muy de cerca».

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