Opinión Nacional

Q.E.P.D.

Hablar de este señor, en el presente, es hablar de cosas tristes. Hurgar en la memoria y vislumbrar tiempos idos como contrapartida de un hoy acorralado por la antítesis de lo que se marchó, en definitiva produce pena ajena, encogimiento de hombros, suspiros rellenos de decepción.

Traer a colación la desfigurada imagen de José Vicente Rangel, defensor y alcahuete a ultranza de la «revolución», funciona para darse cuenta de cuán frágil es la línea fronteriza entre la sensatez y la imprudencia, la ponderación y la algarabía de quienes actúan dejando de lado la razón, el entendimiento, el diálogo.

Hoy, Rangel tiene el gran mérito de limpiar los trapos sucios, de dar la cara por un gobierno sordo, ciego y charlatán. Un gobierno, por ejemplo, que descuida como si tal cosa sus intereses y relaciones con el principal socio comercial que posee Venezuela. Un gobierno que lanza pataletas sin sentido y sin asidero sólido pero con ganas de mucha propaganda a quien nos compra el sesenta por ciento del petróleo que estamos obligados a vender para vivir. Un gobierno que se regodea y se enfrasca en el discursito ostinante, acabado, de los años sesenta, para deleite sólo de una partida de amanecidos, cuestión en la que se ha transformado, tristemente, la fracasada e incapaz izquierda venezolana.

Cuánta razón tenía Carlos Rangel cuando se refería al gigantesco complejo de inferioridad latinoamericano frente al coloso del Norte, complejo traducido en actitudes meramente efectistas, alejadas hasta el infinito de lo que pudieran ser conversaciones, propuestas, entendimientos, debates, sustentados en el tú a tú y en el plano de una dignidad verdaderamente apoyada en la coherencia, en la toma de posiciones claras, contundentes, no ambiguas. Pero qué va, aquí se esparcen nada más que gritos trasnochados, chasquidos producto de cotorreras y desaforadas lenguas carentes de toda relación con el cerebro.

¿Dónde va a esconder la cara Rangel cuando este vapuleado país mande para el mismísimo infierno, sin boleto de retorno, a la «revolución» que nos ahoga? ¿Dónde quedó el coraje para enfrentar (entre otras muchas cosas) la corrupción, que mostraba aquel señor en su exitoso programa televisivo? ¿Qué hizo con su piel y su alma de periodista cuadrado con los más nobles fines que persigue todo Hombre? ¿Cómo es posible que pueda quebrar lanzar y suscribir el atropello, la falta de respeto, las mentiras, las ofensas contra los medios, contra la Iglesia, contra el sector privado, contra personas en particular, contra los que hacen oposición, contra las instituciones, contra el país en general?. Hay que ver los milagros (negros milagros) que el poder es capaz de realizar. José Vicente Rangel se ha ganado el nada halagador título de «parapeteador de entuertos» del régimen, los más terribles, esos idénticos a un tumor maligno por su capacidad para crecer de forma indetenible y sin mínimas perspectivas de cura.

Este es un claro ejemplo de qué es lo que sucede cuando el ser humano se enajena a una manera obsesiva de pensar que no tiene mayor sentido ante una realidad particular, ante el indiscutible perfil que dibujan los hechos: termina perdiendo irremediablemente la vergüenza. Perdiéndola además porque con ella no podría seguir actuando. Y lo que es peor: termina sin saber , sin sospechar siquiera lo que es «vox populi» para todos los otros desde tiempo atrás, es decir, no se percata de que ha alcanzado el rango de desvergonzado, cosa lamentable para quien alguna vez disfrutó del respeto, consideración, admiración, credibilidad y audiencia de toda una nación.

Descanse en paz, señor Rangel.

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