Opinión Nacional

Que nadie decida por Usted

La implantación del voto universal, directo y secreto ha seguido diversas vías. Mientras que en los países industrializados ha sido un larguísimo proceso que ha ido avanzando por etapas, en los países subdesarrollados fue impuesto, más o menos, de manera definitiva cuando hubo las condiciones para hacerlo. De allí que su ejercicio en nuestros países tiene un sentido diferente al que tiene en los países de economías más fuertes y tradición democrática más acendrada.

El arduo camino que han tenido las ideas democráticas y su puesta en práctica en los países del Norte, culminó con la ampliación del sufragio a todos los ciudadanos mayores de edad, superando el voto censatario que exigía ciertas condiciones económicas para poder participar o la prohibición del sufragio femenino o la elección no directa de tercer y segundo grado, en las que el votante elegía a unos delegados que a su vez serían quienes elegirían a los representantes populares.

Por lo general en nuestros países el proceso fue mucho más corto, casi sin transición se llegó a la modalidad del voto actual, usada en las democracias de mayor tradición. En Venezuela, después de un largo paréntesis sin elecciones de ningún tipo –desde finales del siglo XIX a la muerte de Gómez-, se pasó del voto para varones que sabían leer y escribir y de la elección de segundo grado, puesto que se elegía a los diputados regionales que elegirían a los nacionales, al voto directo de todos los ciudadanos (mujeres y hombres) en un lapso de diez años. Es más, las mujeres lograron votar aquí primero que en muchas democracias europeas.

Cuando los industrializados llegaron al voto universal, directo y secreto, ya el Estado de derecho había sido establecido y ya se entendía como imprescindible el pluralismo político. En nuestras latitudes se mantiene la demanda de democratizar el sistema político, de instrumentar o fortalecer el Estado de derecho y de promover el pluralismo. Todas condiciones necesarias para que el voto universal, directo y secreto sea verdaderamente efectivo y cumpla con su función de escoger los representantes populares en un régimen democrático.

Como el establecimiento del voto no ha sido la natural culminación de los avances de la democracia en nuestros países, sino que ha sido a su vez un arma para ir abriendo espacios democráticos, el voto adquiere en nuestros países una dimensión de mayor importancia política. Cuando vota alguien en una democracia con carencias como la nuestra, está colaborando para que la misma se haga más fuerte y se estabilice. El ciudadano latinoamericano o de Europa del Este mediante el sufragio empuja a la democratización del sistema político. No ocurre lo mismo en las democracias occidentales donde se da por hecho el consenso sobre el pluralismo, el acceso libre a las instituciones y el respeto a los Derechos Humanos.

Muchos creyeron que en Venezuela bastaba la implantación del voto popular para lograr la democracia. Pero resulta que las elecciones son una condición necesaria pero no suficiente. Lo que tanto se repitió de la crítica al voto quinquenal no debió nunca convertirse en apatía y ausencia de toda participación. Una importante porción del electorado venezolano en vez de aferrase a la posibilidad de influir con el voto en las decisiones públicas y desde allí mover las fronteras de la democracia, prefirió replegarse.

La abstención electoral en Venezuela ha ido creciendo desde el año 1983 cuando se hizo evidente la crisis del modelo económico venezolano. Desde entonces ha ido aumentando hasta llegar a la marca de 43,69% de julio de 2000 en una elección presidencial. Para más de cuatro venezolanos de cada diez (a menos que les fuese imposible hacerlo) no fue importante participar en las elecciones anteriores.

No votar en EEUU o en Francia no significa lo mismo que abstenerse de hacerlo aquí en Venezuela. La mayoría de los estudios sobre la abstención en aquellos países parten del principio de que alguien que no asiste a las urnas electorales lo hace porque se siente satisfecho con el sistema político. Es un ciudadano que al no molestarse en ir a votar convalida lo que hay. No representa –desde la óptica de esos investigadores- una amenaza para la estabilidad de las instituciones democráticas. En EEUU, por ejemplo, tradicionalmente la mitad de los electores se queda en su casa el día de las elecciones y es visto como una demostración de conformismo, no una protesta.

Hoy estamos ante una disyuntiva y lo mejor sería que nadie decida por nosotros. Que cada quien de manera responsable vote y no deje en otros la decisión sobre su futuro.

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