Opinión Nacional

Reflexiones no tan petroleras

Revolución, palabra que da para casi todo lo que se le pueda imaginar, muchas veces invocada para arengar a las llamadas masas desposeídas, otras para amenazar a los que por una u otra razón poseen algo. Palabra llena de contenido dependiendo de quien la use, algunas veces llena de poesía como en el poema de León Felipe, otras veces de muerte como cuando la invocaron los franceses cuando la famosa revolución francesa. Unas veces llenas de esperanzas de cambios como cuando fue invocada por nuestro presidente en los inicios de su gobierno. La mayor parte de las veces como el mayor de lo engaños y de abusos totalitarios cuando fue usada por casi todas las revoluciones africanas para luego masacrar explotar a su propio pueblo.

Revolución, palabra llena de frustraciones y tristezas, hueca de contenidos, máscara de incompetencia, lugar común sin mayor significado como el que le da el actual gobierno.

No es que el actual gobierno seguirá inexorablemente el camino de las revoluciones africanas y asiáticas de los últimos 50 años, ni que tampoco seguirá el modelo de la revolución cubana pasando por las armas a todos aquellos que no comulguen jubilosamente con sus postulados. Si bien nuestro gobierno no copia al detalle los ejemplos cubanos, africanos y asiáticos para destruir la disidencia por más pequeña que esta sea, por otra parte perfecciona y toma de esos modelos todo el conocimiento y asesoría para exaltar el culto a la personalidad, el totalitarismo, la eternización en el poder. Ya no es necesario pasar por las armas al disidente, hoy día hay mecanismos mucho más inteligentes, la exclusión, el acoso económico, la centralización del empleo mediante el cual se intenta que todos pasemos a ser asalariados directos o indirectos del Estado, la eliminación progresiva de los espacios sociales y económicos para las iniciativas personales o privadas. Todos estos modernos y sofisticados mecanismos, con la experta asesoría cubana, conforman una pieza fundamental para intentar la instauración de un modelo político, social, económico que garantice la permanencia del líder más no necesariamente de la revolución.

Los sectores que se oponen a este modelo han logrado con muchísimo esfuerzo retrasar y en algunos caso detener los intentos de un totalitarismo que no ceja en su empeño por imponerse, recurriendo para ello a toda clase de acciones.

El creciente capitalismo de estado nos recuerda cada vez más al primer gobierno de Pérez, las semejanzas con el actual gobierno son muchísimo mayores que las diferencias. La estatización de casi toda la actividad económica, como modelo político ya la vivimos en el quinquenio del 73 al 78. Esto es más de lo mismo pero con la grandísima diferencia que el país y sus ciudadanos ya lo vivieron. El modelo no es original, no es creativo, ni siquiera trae el entusiasmo que trajo en el 73, no hay ilusiones en participar, lo que hay es «quítate tu para ponerme yo», al final del día lo que hay es «como quedo yo allí».

Con respecto al culto a la personalidad se enfrenta a un pueblo diestro en el uso de la ridiculización, de la burla, del sarcasmo, un pueblo que le encanta ser parejero. En síntesis un pueblo muy parecido al cubano en manejar la socarronería. No falta mucho para que la figura de un dictador militar africano lleno de medallas y condecoraciones sea utilizado para remedar cualquier intento del Presidente por exaltar el personalismo. El propio Fidel así lo entendió y en lugar de recurrir a una exaltación al culto de su persona, utilizó con profunda manipulación la imagen casi santa del Che Guevara, a quien convirtió en una suerte de emblema de su revolución.

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