Opinión Nacional

Rómulo Betancourt: Adiós al Capitán histórico

En el seno de su tierra, cubierto por este cielo caraqueño que se prolonga, confundido, en los colores de la bandera, estamos dejando –con el corazón adolorido pero, también, extrañamente reconfortado- los restos mortales de Rómulo Betancourt.

Rómulo, barro de pueblo, tostado de sol y de raíces, iluminado para siempre en la memoria de los venezolanos por la luz interior de los predestinados a hacer historia y señalar caminos.

De su modesto origen, de las virtudes de la casa ejemplar – reminiscencias de la Orotava canaria y de Barlovento- de su tránsito infatigable por nuestra geografía física y humana – y por la de América- le vino su vocación de pueblo, su sensibilidad social. De los libros del estudio incesante, de la universidad rebelde frente a la dictadura ominosa, del escuchar a sus gentes y del oír su propia voz interior, le vino el mandato de redención y la aventura agónica, apasionada y fecunda que fue su vida. El discurso incendiario antidictatorial en la semana de Beatriz Primera, los disparos heroicos e inexpertos al cuartel San Carlos; las persecuciones; el exilio, que amplía y profundiza su visión latinoamericana y su militancia inquisitiva y fugaz en la izquierda internacional, señuelo de triunfante revolución con profundos cambios, el rechazo de manidos esquemas y del traslado maquinal a América de la teórica revolución proletaria y el creer en la necesidad de una nueva concepción política afincada en la realidad histórica y social de nuestros pueblos, en su genuina democracia social de la que trasciende una posible convivencia de clases, le hacen concebir –como a Haya en el sur- un proceso diferente, autóctono, precursor en décadas de la socialdemocracia. Y la construcción piedra a piedra, hombre a hombre, con cemento de ideas, de organización –pero también de fraternidad humana- de un partido moderno, hecho a imagen y semejanza del pueblo venezolano. Y su acción democrática y su ejemplo estimulante, configuran una democracia de partidos, sobre la base de la organización de los obreros y de los campesinos, los estudiantes, los profesionales y gente democrática de empresa. Con este instrumento y su capacidad infatigable –la pluma cae de sus manos sólo cuando es siderado por el golpe inevitable- transforma a Venezuela, desde la oposición y desde períodos de gobiernos difíciles y constructivos. El país de hoy: libertad política, democracia representativa, desarrollo económico, justicia social, rescate de las riquezas básicas, desarrollo industrial, agrícola sobre la base de la reforma agraria, salud, educación, esfuerzos de integración latinoamericana y hacia un nuevo orden internacional; todo ello, que afianzó la democratización y el desarrollo de Venezuela y la puso a salvo de las conmociones traumáticas con las que otros países hermanos buscan romper esclavizantes estructuras, fue obra en su génesis y en su acción, del genio y de la mano de este hombre, cuyo perfil se empinará en el futuro hacia las gloriosas cercanías de nuestras más altas y señeras figuras de la historia.

Estamos aquí no para llorarle, sino para rendir a Rómulo el tributo que merece en calidad de CAPITÄN HISTÖRICO. Para rendir homenaje al amigo que lo supo ser, al compañero de las largas jornadas del destierro en lejanos países, de vigilia en defensa de la herencia de libertad y de independencia soberana; íntegra, completa, que nos legó el Libertador. Estamos aquí esta tarde para inclinar nuestras banderas ante el coraje, la valentía del cuerpo y de la inteligencia del ciudadano Rómulo Betancourt, quien nos condujo con su ejemplo, nos guió con su palabra y nos alentó con la más férrea de las voluntades, para honrar al Rómulo de las jornadas gloriosas, sin miedos y sin incertidumbres, al estadista de excepción que nunca dejó de ser un hombre de pueblo y de su pueblo, no engañado por falsos oropeles, inmune, como él habría dicho, a los palafreneros y a los botafumeiros, arquetipo de austeridad, de sencillez venezolana, de solidez de carácter en una sola pieza.

Yo quisiera tener palabras para traducir en verbo las lágrimas de nuestras mujeres y de nuestros niños, el silencio hondo de nuestros trabajadores, la emoción de sus compañeros y compañeras de la vieja guardia. Nos acompañan invisibles los que lucharon a su lado y se marcharon antes, todos de la estirpe gloriosa de los regimientos de Simón bolívar, el primero de los grandes. Nos acompaña el país, sobrecogido, identificado con su vida y con su ejemplo. Los más altos personeros del estado han recogido en ejercicio gallardo de deber, ese sentimiento, el Presidente de la República el primero de ellos, así me complace reconocerlo recordando que honrar honra. Y más allá, en otras tierras que conocieron de su brega incesante por la libertad y la justicia, ha encontrado eco esta eclosión de amor nacional y aquí están también presentes con nosotros personeros legítimos de sus pueblos, en gesto de solidaridad que agradecemos, bien merecido ciertamente por quien tuvo un sentido ecuménico de la existencia.

Huellas profundas en los caminos de la patria

Es obligado decir en este instante que Rómulo enseñó a nuestro pueblo y aprendió de él. Su carácter se templó en la lucha y su personalidad se fue moldeando al calor de cada desafío. Así, en la agónica búsqueda de una convivencia democrática,  definió la línea central de su actuación política, cuya característica eje estuvo signada por su capacidad para adoptarlas mejores decisiones en los momentos más cruciales. Y todas éstas llevaron la impronta de su entereza y de su fuerte personalidad para colocar siempre los intereses de la patria por encima de las incidencias momentáneas, temporales o coyunturales. Así se forjó el gran estratega y el admirable táctico. Es obligado decir que Rómulo fue un venezolano integral, que vivió como hombre su vida plenamente, con autenticidad, porque fue consecuente con lo que predicó. Rómulo, un hombre que no se dejó envenenar por las concupiscencias del poder, tuvo la grandeza de abrir paso a las nuevas generaciones de conductores políticos y por sobre las rencillas minúsculas e intrascendentes dedicó sus esfuerzos y volcó el peso de su experiencia a la medular tarea de afianzar las instituciones democráticas. Limpio, se va terrateniente de su propia tumba.

Este pedazo de tierra donde lo dejamos, fue comprado por él mismo como o cualquier modesto trabajador. Hasta el instante de convertirse en raíz de nuestra tierra, Rómulo nos deja un ejemplo de estadista verdadero: honesto hasta en sus cenizas.

Hasta aquí nos condujo la presencia integral de un liderazgo. Desde aquí nos orientará la estrella permanente de un ejemplo. Culmina en esta tumba el camino que con profundas huellas surcó la tierra de la patria, al paso de sus pasos, el mismo camino que hasta aquí trazara y que ahora desde aquí lo alumbra. Huellas de luz inmensas se agregan a la claridad del transitar colectivo. Más verticalidad para la sentencia histórica del liderazgo venezolano. Más responsabilidad para la conciencia nacional. Más pensamiento para la acción política. Más ética para los requisitos de conductor de masas. Más luz desde esta tumba la historia nos ofrece.

Rómulo fue, ante todo, el cumplimiento permanente de una responsabilidad histórica. Continuar su obra, honrar su memoria, seguir su ejemplo presupone, ante todo, asumir y ejercer la responsabilidad que la historia ahora exige de nosotros. Paradigma de moral es hoy su vida toda. Su extraordinario ejemplo ético no encontraría ubicación satisfactoria en apologías retóricas. Para nosotros, los que continuamos, tendrá que ser un espejo infinito que sirva a las generaciones por venir para que al andar sus respectivas trayectorias vitales, desanden la vertical e imperecedera conducta de Betancourt. Su muerte lo consagra al mundo como un predestinado de divina estirpe humana. Rómulo, para adquirir en su muerte la gloria de lo infinito, fue porque en su vida tuvo conciencia exacta de su valor finito. Y fue por eso, que la religión universal y eterna, cuyo Dios simbolizan la libertad, la igualdad, la justicia y el amor y el respeto entre los hombres, encontró en la vida de Betancourt su más pleno sacerdocio. Venezuela y América Latina fueron purgatorio de este enviado que hoy regresa, tras haber demostrado que sí es posible para el hombre pensar, sentir y actuar en correspondencia con las causas revolucionarias de los pueblos, aportando dignidad e integridades como la suya para hacer grande, universal y permanente la dinámica de la historia. Recojo en este instante su sustancia para decir con vocación de compromiso, que el movimiento político por él fundado sólo podrá sobrevivirlo en la medida en se inspire a la dinámica de su actuación nacional e internacional con los valores permanentes de su amor a Venezuela, de su lucha indeclinable por la democracia que es libertad y que es justicia, y de su ética inflexible en la persecución y defensa del interés colectivo. Cabe recordar que en la última y definitiva etapa de su patriarcado democrático logró congregar a todos los sectores de buena voluntad para la CONSOLIDACIÓN DE LA DEMOCRACIA EN Venezuela. Ayer, tras la noche dictatorial, su vivo liderazgo nos congregó, hoy en el día democrático, su muerte también lo hace. Es su último servicio. Amplitud, respeto, solidaridad y entendimiento, parecen ser la primera gran lección de esta sagrada tumba de la democracia venezolana. Unidad y convergencia de los mejores y más capacitados esfuerzos, para la continuidad de la transformación que Betancourt iniciara y que hombre e ideas nuestros han venido afirmando.

Regresa al seno de la tierra un soldado de la libertad y la justicia

Aquí quedan los despojos mortales de Rómulo Betancourt, bolivariano. Su obra es inmortal. En lo adelante, su presencia invisible continuará iluminando las angustias de los obreros y de los campesinos a quienes dio organización y aliento revolucionario; incentivando la búsqueda de los jóvenes y de las mujeres, a quienes dio vigencia e instrumentos para cabal realización. Su presencia invisible estará orientando a los oficiales y soldados de las Fuerzas Armadas a las cuales modernizó y transmitió conciencia cívica de su condición de garantes fieles del régimen democrático. Su presencia invisible ejercerá rigor para el pulcro actuar en función pública y el recto ejercicio del poder político. Su presencia invisible será obligante para nosotros, inmersos en la hechura suya que es Acción Democrática.

En este instante de dolor y reflexión, pensamos que es trágicamente inherente a la condición humana, el que con frecuencia el bien que un hombre hace, se vuelva polvo al igual que sus huesos. Que así no sea, es nuestro reto y nuestro compromiso con su memoria obligante. Nos deja, como instrumento para el logro, su mejor obra: Acción Democrática, faro continental de libertad, herramienta popular recia y poderosa en la cual sabemos cifradas las mejores esperanzas del destino nacional.

Defenderla y enaltecerla es el obligante compromiso. Por Venezuela y por tu gloria así lo haremos. Así, determinados, sin miedo y sin incertidumbres, seguros como tú, con fuerza de convicción, aquí te digo, al despedir tus restos mortales, compañero, maestro, amigo. Rómulo Betancourt, juramos ante ti y ante los pueblos de nuestra patria, de América y del mundo, en nombre de la dirigencia y la militancia de Acción Democrática, que en nuestras manos no se perderá tu herencia política y moral. Confía en nosotros, Rómulo. ¡ADIÓS COMPAÑERO!

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