Opinión Nacional

Santa evita de los Lupanares

Llega tarde Oliver Stone al festín de Baltazar. Llega cuando la pintoresca, aborrecible y bufonesca figura del teniente coronel vive los últimos estertores del Poder. Cuando se ve obligado a montar gigantescas e inútiles operaciones de guerra sucia para impedir la precipitación de su caída.

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La izquierda norteamericana no deja de tener sus bemoles, sobre todo si es culturosa. Es tan desarraigada e insólita, tan absurda y extemporánea, que cuando asoma su extraña figura suele hacerlo, dicho derechamente y en criollo, para mear fuera del perol. Si no, que se lo pregunten a la Mata Hari del zarrapastroso marxismo vernáculo, la tristemente célebre Eva Golinger, ya eclipsada y desaparecida del primer plano nacional por razones tan inexplicables como las que la trajeron al candelero. Ser de izquierdas y portar pasaporte norteamericano sólo se le puede ocurrir a esas rarezas del mundillo intelectual, como al inefable Noam Chomsky, a financistas excéntricos como George Soros, a humoristas como Al Franken o al panfletista Michael Moore. Todos norteamericanos profundamente anti norteamericanos. ¿Por qué no? La democracia da para todo.

Al calor de la tajada, tan suculenta en Venezuela durante estos últimos años rojo-rojitos, ha surgido un espécimen muy particular de izquierdista norteamericano: es el progresista hollywoodense, el activista de la meca del Cine. Un par de vivarachos argentinos – tan abundantes en las tierras de la monarquía kirchneriana – se acercó a Izarrita, que maneja el cotarro más íntimo del teniente coronel, y le proveyeron de top models a millón de dólares la noche, como Naomi Campbell, a actores aventajados con perfil contestatario, como Danny Glober o el ex de Madonna Sean Penn y a un famoso director de la gran pantalla, nada más y nada menos que Oliver Stone. Si Fidel Castro encontró en García Márquez al apologeta perfecto, ¿por qué no buscarle el suyo a su aventajado y multimillonario hijo putativo?

Que se puede ser políticamente estúpido y merecer tres Oscares y tres Globos de Oro lo demuestra Oliver Stone. Entró al cine por la puerta grande escribiendo los guiones de extraordinarias películas, como El expreso de medianoche.

Recibe su primer Oscar como director por Pelotón, el conmovedor filme sobre la tragedia bélica vietnamita. Encontró en la política el filón para asegurar el éxito de taquilla: Nixon y John F. Kennedy le sirvieron los argumentos para seguir ronroneando en el difícil mundillo del celuloide y la industria cinematográfica.

Acuciado seguramente por el agotamiento del material nativo, ha decidido voltear al patio trasero y escarbar entre la chatarra política del indigenismo latinoamericano. Ya San Ernesto proveyó de la primera película de la saga de personajes de la revuelta del subcontinente. Es entonces que Izarrita, algún argentino cercano a los Kirchner o algún aparatatshik del G2 cubano tuvo la genial idea de ofrecerle vida y milagros del teniente coronel Hugo Chávez, con financiamiento seguro y suculentas ganancias bajo cuerda.

Comienza la saga del chavismo hollywoodense. Bien decía nuestro maestro Antonio Gramsci, anticipándose a sucesos de este jaez: “sólo tú, estupidez, eres eterna”.

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Ignaro en asuntos políticos latinoamericanos pero suficientemente desenfadado como para soltar sus perlas, Oliver Stone acaba de meter tremenda pata. Después de recabar una privilegiada imagen en primer plano del teniente coronel se ha ido a Argentina y en pleno Buenos Aires ha acusado a Evita Perón de ser una extraña mezcla rara de Santa – vaya a saber uno qué entiende Oliver Stones por tal sustantivo – y prostituta. Una verdad, esta última, del tamaño de una catedral, que se le escapó sin considerar que el caudillismo vernáculo hoy bajo la producción artística y ejecutiva del teniente coronel es un batiburrillo de ladrones, mafiosos, gángsters, teniente coroneles, prostitutas, ambiciosos desaforados que se enriquecen con la velocidad del rayo y tiranos uniformados. Cuya expresión venezolano-argentina es un maletín con $ 800.000, una relación privilegiada con la más directa heredera de Evita, la Sra. Fernández, y un peronista del ala radical llamado Néstor Kirchner, montonero y reverencial admirador de nuestra Santa Evita de los Lupanares.

Busca Stone material documental para hacer el gran filme sobre los revoltosos de América Latina y lo que encontrará será violencia, sangre, abusos, estupros y corruptelas. No es él el director perfecto para hacer la gran película sobre Hugo Chávez y su pandilla: es Brian de Palma, es Quentin Tarantino, es Steve Carver. Más cercano a Al Capone que a John F. Kennedy y a Benito Mussolini que a Nixon, la temática de Hugo Chávez va por otros lados que los imaginados por Oliver Stone, el oportunista. Va por el lado del pandillismo de Chicago y las mafias sicilianas, tan influyentes sobre la política cubana y la carismática figura de Fidel Castro. Y mejor aún que en Los Intocables, de Carver, o en China Town, de Polansky, encontrará una prefiguración de la actual situación de Hugo Chávez en Der Untergang (El hundimiento), esa maravillosa película de Oliver Hirschbiegel que narra los últimos días de Hitler en su bunker del Tiergarten, en Berlin. Basada en hechos reales y no en estúpidas fantasías hollywoodenses. Como que su guionista es el mejor biógrafo de Hitler, Joachim Fest. Sin dejar de lado a Kevin Macdonald, y su extraordinario filme El último Rey de Escocia.

Llega tarde Oliver Stone al festín de Baltazar. Llega cuando la pintoresca, aborrecible y bufonesca figura del teniente coronel vive los últimos estertores. Cuando se ve obligado a montar gigantescas e inútiles operaciones de guerra sucia electoral violando una vez más su propia Constitución Nacional, último subterfugio para impedir la precipitación de su caída. Una caída que no tendrá los trágicos y conmovedores ribetes del hundimiento del Tercer Reich y el suicidio de Hitler, Eva Braun, Goebbels y su Estado Mayor, sino la farsesca, funambulesca y desvergonzada de los atorrantes y vividores de la Opera del Malandro, de Chico Buarque. Chávez, el payaso, no da para Bertolt Brecht. Su destino es menor: una teledramática rochela.

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Vive cambios dramáticos nuestro personaje rochelero: el “gas del bueno”, la orden más reciente dada en cadena nacional para enfrentar a nuestros desarmados estudiantes universitarios con que mostrara su grandeza de general en jefe, ha terminado por revertirle el “por ahora” con el que entrara a la celebridad por la pantalla chiquita. Con el “gas del bueno”, propio de Adolfo Hitler en sus recomendaciones a Himmler, a Eichmann y a los demás administradores de los campos de concentración nazis, muestra su verdadero talante: un gorila tercermundista a punto de caer por el barranco de su infamia.

Que Oliver Stones abra sus narices y se entere de nuestra historia. No necesita ir a Miraflores. Recorra nuestros barrios. Verá entonces que huele a diciembre de 1957. A lenta, progresiva e inexorable acumulación de desastres. A precipitación de infortunios. Chávez empujando a una confrontación que el país no necesita y los venezolanos rechazan, creyendo de esa forma terminar por agarrar por la cola al tiempo que se le va por entre los dedos. Pretende ganarle la partida al destino aliándose con el demonio de la destrucción: sigue el ejemplo de Pérez Jiménez. Encuentra los mismos obstáculos: la juventud venezolana, los intelectuales, la iglesia, las universidades. Sólo le acompaña la infamia, la maldad, el rencor, el odio, el resentimiento, la estupidez. Oliver Stone, Danny Glober y Sean Penn. Y en todos esos contra valores supera en miseria al general de la vaca sagrada.

Huele a hora de definiciones. A desmoronamiento generalizado. A chamuscado. Un ex dirigente universitario siembra de bombas lacrimógenas y cócteles molotov un camión inofensivo que difunde canciones, ordena caerle a peinillazos y perdigones a valientes estudiantes, arma la canalla fascista con pistolas y metralletas para asaltar eventos de los partidos de la izquierda. Gorilaje nazi fascista, castrismo tercermundista, pinochetismo del bueno. Con perdón del general Pinochet, canalla pero al menos eficiente hasta en su destructividad.

Huele a crisis terminal, a putrefacción agónica. Sin que la oposición mueva un dedo. No inventó el recurso al “gas del bueno”. No ha disparado un tiro. No ha hecho más que desvelar la naturaleza golpista, anticonstitucional, dictatorial y represiva de un régimen que se cae a pedazos. Y eso que estamos recién en el comienzo del tercer acto. Cuando todavía no resuenan las trompetas y los cornos del Apocalipsis.

¿Qué sucederá de aquí a pocos meses? Seguirá en Miraflores cuando su vida se estrene en Los Ángeles, compitiendo con el Último Rey de Escocia? Presagiando su desastre, le caen a saco a las reservas internacionales. De una sola zampada pretenden embolsicarse doce mil millones de dólares. Pérez Jiménez se conformó con una maleta de dólares. Chávez tiene a todos sus esclavos haciendo transferencias, raspando las bóvedas del banco central, montando el más gigantesco saqueo de la historia de occidente.

Huele a epílogo. A final de juego. Chávez tiene las patas quebradas. Tiró gas del bueno y el viento de la historia le devuelve las letales consecuencias por los ventanales de Miraflores. Se derrumba a vista y paciencia de la decencia nacional. Los demócratas tenemos a la juventud universitaria, a los intelectuales, a los mejores artistas y profesionales de nuestro lado. Él, a Lina Ron, a los hampones tirapiedras, a la guardia nacional. Y a Oliver Stone.

A todos ellos les espera el Estatuto de Roma, La Corte Internacional de los Derechos Humanos, la Justicia del Honor. Son ellos, no nosotros quienes están escribiendo la lista de la vergüenza. Que carguen con sus consecuencias y no lloren cuando les caiga encima el inevitable peso de la ley.

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