Opinión Nacional

Sentido crítico o afán destructivo

No se debe confundir la gimnasia con la magnesia, porque una cosa es la valoración crítica del desempeño de la oposición política y otra, muy diferente, es hacerlo con un afán de descrédito sin cortapisas. Lo primero es una necesidad y lo segundo una barbaridad.

Las grandes fallas hay que llamarlas por su nombre y no hay que temer a la denuncia razonada, pero si la intención no es construir sino destruir, entonces se trata de una realidad tan distinta como peligrosa.

Lo anterior viene a colación por el agrio debate que ha surgido a partir de los resultados del referendo del 15-F que, en la base o sentimiento opositor, suponen una especie de anticlímax, luego de la hazaña del 2-D del 2007 y los logros parciales del 23-N del 2008.

En las primeras de cambio se hizo visible una corriente de opinión que planteaba la derrota como una victoria. Algo muy difícil de procesar, entre otros argumentos, porque al inicio de la campaña referendaria todas las encuestas le daban una estimable ventaja al «no». En el transcurso de la misma, las tendencias fueron variando y en no poca medida ello tuvo que deberse a errores y negligencias de sus conductores políticos.

Cuando el alcalde Ledezma planteó la oportunidad de una «autocrítica» al respecto, algunos entendimos que era para discutir con franqueza las opiniones y pareceres contrarios a la tesis del supuesto triunfo opositor.

Lamentablemente, no han faltado quienes participan en el contrapunteo no tanto para expresar visiones fundadas en el análisis o la buena fe, sino más bien en la bilis y la mala índole. Con esto el beneficiario principal no es otro que el «empoderado» oficialismo.

Alegar, por ejemplo, que lo consumado el 15-F es producto de una componenda secreta entre dirigentes de los partidos políticos de oposición y la cúpula roja-rojita, equivale a transmutar la discusión en paredón, y a degenerar el examen en linchamiento.

¿Quién gana y quién pierde con esto? Muy sencillo: perdemos todos los que estamos en la acera de enfrente de la «revolución bolivarista», incluyendo a los que cultivan esas especies; ganan, no faltaba más, los que detentan el poder con pretensión ilimitada.

Conste que formo parte de los que no se sienten inspirados por ningún partido político y, todavía más, tienen sobradas reservas sobre la llamada dirección del movimiento opositor. Pero de allí a prácticamente criminalizar la actividad que realizan hay una separación sustancial.

Es más, el mejor tributo que se puede ofrecer a los estudiantes que a diario reivindican la aspiración democrática de la nación venezolana es, precisamente, la revisión crítica de la oposición político-partidista. Eso sí, no con el ánimo de hundirla sino de levantarla.

Discutamos a fondo, ásperamente si se quiere, pero no dejemos que se imponga ese afán destructivo que, al fin y al cabo, es la otra cara de la moneda de este régimen que debemos superar.

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