Opinión Nacional

Sólo Contándonos

Ningún demócrata duda a estas alturas acerca de las cuentas del Consejo Nacional Electoral: se produjo un atraco, y a mano armada. Los criterios utilizados para mandar nuestras firmas a volar yacen deslegitimados luego de que no se dio el aval de la OEA y el Centro Carter.

Qué cosas, ya antes en Venezuela ha habido fraudes más o menos parecidos. 1952 titila en la historia contemporánea gracias a la trampa hecha a Villalba, y en 1957, nada más que para ilustrar con otro ejemplo, Pérez Jiménez se embolsilló así como así el mandato de la mayoría, sólo que en menos de un mes andaba de patitas en la calle. Mire las vueltas que da la vida.

Hoy en día se repite el cuentecito, con sus variantes por supuesto pero harto de vagabunderías y raterismo político concebido, impulsado y fraguado desde el Ejecutivo. Es muy clara la meta del hamponato gobiernero, lanzado de cabeza a impedir cuanto pueda oler a revocatorio. Para una mente cuyas coordenadas se mueven entre el terror que le produce imaginarse echada del poder, la creencia enfermiza de que solamente ella guarda las llaves de la salvación nacional (es decir, del paraíso revolucionario al rancio estilo del dictador Castro), todo esto mezclado con nada pediátricas dosis de litio, lo único que puede esperarse es el desequilibrio, la insensatez y los raptos desesperados en función de espejismos, evidenciados claramente en el mitin caraqueño de hace poco. Y es que un enajenado, y sólo él, puede meterse entre ceja y ceja a la luz del presente aquello del megafraude en su contra, la conspiración eterna del pueblo oligarca (con “pruebas” de magnicidio incluidas), o el chiste del fascismo cotidiano que le espanta el sueño como un fantasma de sí mismo, sobre todo si salta a la vista el chorro de rúbricas (grandioso gesto democrático, fíjese bien) pidiendo referéndum de una buena vez. Ni el teatro del absurdo procuraría mejor montaje.

En instantes como éstos, aceptar los reparos equivale a suicidarse, en esencia porque no existen mínimas condiciones para seguirle el juego a tamaña truculencia. La primera razón para negarse a ellos, claro, es que los derechos de la gente son sagrados, no mercadeables. La segunda se sustenta en que en la Venezuela destartalada que tenemos no hay fiscal, no hay contralor, no hay defensor, no hay Poder Electoral, ni Judicial, ni Legislativo. No hay instituciones. La Guardia Nacional es una máquina de producir vergüenzas, y el resto de los componentes de las FAN apenas una incógnita, vaya usted a saber si finalmente garantes de la Constitución. Reparar, tal como están las cosas, es aceptar además que los demandantes son unos delincuentes, pues implicaría darle el visto bueno, o sea, legitimidad, a la inversión de la carga de la prueba, patraña entre otras perpetrada por los operadores de la marramucia electoral.

¿Qué nos queda?, diálogo hasta donde sea posible, calle, resistencia, sin violencia pero sin blandenguerías y con la contundencia que otorgan la razón y las leyes. Sería útil e interesante observar, por ejemplo, pronunciamientos en bloque, sólidos, de gobernadores, alcaldes (hasta el del último pueblito), diputados, concejales, señalando, denunciando, condenando y no aceptando esta locura fraguada por el gobierno, concretada mediante el CNE. Todos ellos, que se dicen líderes a cada rato, deberían practicar tal condición (mañana es tarde, ahí sí que no caben dudas) se me ocurre que presentándose unidos incluso ante las mismísimas oficinas de la OEA, más allá de las fronteras venezolanas, exponiendo y rechazando lo que sucede aquí. Hasta ahora muy poco han hecho. Prácticamente nada salvo extender pañitos tibios vía chasquidos de la lengua.

El Consejo Nacional Electoral está deslegitimado, pisoteó el mandato de la gente. La comunidad democrática mundial lo sabe, lo saben los observadores internacionales apostados en Venezuela, los saben las Fuerzas Armadas y lo saben quienes firmaron en cantidad más que suficiente para disparar el referéndum. Lo demás es pura y simple trampa, estafa que enciende la mecha de un escenario en extremo peligroso, por lo explosivo, al desatar los demonios de la gente vulnerada en su dignidad, en su voluntad expresa y en los derechos constitucionales a ella consagrados.

Sólo contándonos hallaremos el camino para desactivar la bomba sobre la que estamos montados. Sólo contándonos.

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