Opinión Nacional

Todo igual

Me da por hacer zapping y cuando paso por el ocho veo al gordo Chávez en las suyas. Nuestro rollizo presidente sugiere a un grupo en el Poliedro que es necesario ejercitarse: “hay mucho gordito por allí”, grita jadeante. Me detengo en seco, acomodo la almohada y lo que viene, como siempre, es para coger palco.

Será el poder, será el delirio, será creerse por encima de lo bueno y de lo malo, será que los narcisos no distinguen medio paso más allá de sus narices o será la luna llena, pero el tipo como que no se ha visto en un espejo, cosa rara en quienes se sienten la Frescolita universal. El dueño del Ejecutivo debe a estas alturas haber roto una marca, debe tener el récord de frases descocadas por segundo, o algo así. En su hilarante perfomance, Hugo Chávez se funde a tal punto con su personaje que termina sin saber dónde queda la frontera entre su representación y eso que llaman vida real. El señor Chávez se supone socialista, maoísta, comunista, demócrata, humorista, estadista y demás istas (también se cree el flaquito de hace nueve años, por lo visto), de modo que allá en el fondo, en los recovecos de su caja craneana reverbera un acomodaticio imaginario, bueno para todos los públicos.

Por lo general quienes juran tener a Dios prensado por las barbas manifiestan conductas parecidas, pero en el escenario presidencial -incluida la opereta que le sirve de coro, de telón de fondo, de loros repetidores- el asunto cobra ribetes que ponen los pelos de punta. Entre disparate y disparate el mundo continúa girando, los vivos siguen siendo vivos, los chulos aprovechan al máximo su chulería y los adulantes caen en éxtasis, soponcios, vahídos y teleles, previa firma del mandante en la chequera que corre por América Latina. Pero digo, en el escenario presidencial y más allá, la onda expansiva que rebasa al disparatero mayor pica y se extiende, ante lo que uno concluye que sólo cuando baje el valor del oro negro, justo cuando un barril de petróleo deje de ser la posibilidad cierta de fabricar espejismos, los vidrios comenzarán a romperse sobre mil pescuezos. Mientras tanto en la fiesta siguen empinándose los decibeles.

Sin irnos demasiado lejos: José Albornoz justifica su cerviz clavada en el subsuelo con un disparate prensil -por jalabolas, claro-, manifestando que a los padres no se les responde. Nada menos. El señor Cabezas disparatea feliz cuando sostiene, previa mueca que hace las veces de sonrisa, que ahora sí somos soberanos. Chao deuda con el FMI, chao villanos acreedores del Banco Mundial. Sin embargo nada dice de la deuda externa o de la interna el pobrecito, de sus colosales aumentos. Supondrá otro disparate: pensará que aquí abundan los pendejos. Luis Fuenmayor Toro, por su parte, escribe en el semanario “La otra cara” una joya disparatérica con méritos para el carbonífero a propósito de invitar a la unión en esto que llaman el proceso: “Tengo que recordar de nuevo una máxima del presidente Mao quien, independientemente de las equivocaciones que tuvo en su vida, tuvo unos logros y aciertos que inclinan la balanza grandemente en su favor y que ya lo hicieron imperecedero para el gigante asiático y para el mundo: unir a todos los susceptibles de ser unidos”. Sin mayores comentarios.

Y para no terminar sin los ejemplos de la casa, sumo y sigo. Clemente Scotto no se queda atrás en las afirmaciones que recoge hace muy poco el Correo del Caroní. El alcalde pisa el acelerador y rasguña magníficas cotas de fraseología sin pie ni cabeza: “Actualmente la soberanía que ha logrado desarrollar Venezuela sobre sus recursos energéticos permite cubrir gran parte de las deudas en el ámbito nacional e internacional”. El tipo se cayó de un coco. Semejante disparate es casi el hermanito gemelo del que urdió con tino el señor Cabezas, sólo que Scotto practica la fantasía superlativa: si Cabezas no habla ni por el carajo de la deuda interna, que pasó de 26 millardos de dólares a 76 en la piñata Chavista, él sí que la introduce en su saco soberano, como si nada, como si no fuera una vergüenza, como si no fuera una perla de colección en el reino de la insensatez populista, como si no fuera como para poner presos a unos cuantos. Total, que de disparates está lleno el mundo, si a ver vamos.

Pero Rangel Gómez carga con el palmarés. Varias veces, con la misma piedra y con el mismo pie, nuestro gris gobernador se ha llevado por delante a sus rivales en eso de confeccionar enunciados cantinfléricos. Ha dicho de todo, desde pretender silenciar páginas rojas en los diarios para evitar el incremento de la delincuencia, hasta apoyar el uso de recursos públicos a la hora de defender su parcialidad política. Todo un rosario de aquilatados disparates, públicos y notorios, que llegan a la estratósfera.

Y en apariencia todo igual. Petróleo a manos llenas, excelente para que delirios de cualquier pelaje engorden mientras el precio lo permita. Vacas gordas para demagogos y demás especies de esta pintoresca fauna retro. Todo igual. Hugo Chávez, en su mesianismo y en sus desvaríos, se parece demasiado a Carlos Andrés Pérez: son dos gotas de agua, con el agravante de que el primero es insuperable a la hora de las destrucciones, pero inútil para lo que implique construir. Cuando el señor Chávez esté sentado ante un tribunal penal, nacional o internacional, ¿que harán Rodrigo Cabezas, Albornoz, Scotto o Rangel Gómez?, ¿qué dirán?, ¿qué gestos parirán de buenas a primeras?, ¿se lavarán las manos?, ¿se conformarán con el inocente “me engañaron”?. Es lo más probable, no puede esperarse algo muy diferente. Mientras tanto Venezuela anda muy mal, yo diría que cada vez peor. Hemos arrojado al basurero nueve años, y por los vientos que soplan se perderá otro tanto. Todo igual. Eso es lo más triste: todo igual.

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