Opinión Nacional

Tres cuentos para extrapolar

DOMINÓ. Aquel Torneo regional ya llevaba varios días, y el equipo local (cuyo jefe además tenía en ese local casi doce años, y se sentía dueño absoluto de las mesas, las sillas, la rockola, la barra, el patio de bolas y la licencia de licores, a pesar de que todo, incluído el local, era alquilado), aunque había ganado las primeras partidas, a mitad de la competencia comenzó a modificar sus estrategias,  jugaban distinto,  como si sus integrantes hubieran perdido la compenetración mutua, y cierta prepotencia del arrendatario del negocio impedía que tuvieran efectividad las piedras que su compañero iba colocando, ya fuese para trancar cuando convenía, o para que llegara el que era mano, traduciéndose gradualmente aquel despelote en una inversión de los resultados, que ahora perjudicaban notablemente a los locales y hacía prácticamente imposible que se coronaran campeones. Cuando el equipo contrario alcanzó 26 puntos con una tranca que hubieran podido evitar, si se hubieran concentrado en el juego y no anduvieran dando palos de ciego, jugando al dominó cada vez peor, el que fungía de jefe, de un manotazo sobre la mesa interrumpió la actividad, hizo señas a los tres vigilantes armados para que dejaran sus posiciones y se acercaran, les ordenó colocarse a su lado, y ante el asombro de los otros jugadores y del público presente, anunció; A partir de este momento, cada tres puntos que mi equipo obtenga se contarán como diez, y cada diez puntos que el equipo contrario consiga se sumarán como tres. En otras palabras, para los que aun no entiendan, mi equipo gana la partida cuando alcance treinta puntos, el otro equipo para ganar debe alcanzar trescientos treinta y tres puntos. Los jugadores de los equipos visitantes, y la mayor parte de los espectadores, luego del asombro inicial iniciaron una tímida protesta, ante lo cual aquel mal jugador convertido en energúmeno y apoyado en sus tres guardias armados y unos pocos incondicionales, clientes regulares del negocio, les advirtió: ¡ Esas son las nuevas reglas y todos tienen que respetarlas ! Si no gana nuestro jefe, dijo uno de los guardias, no hay más torneos de dominó y el patio de bolas queda exclusivamente para los locales. Por alguna razón, que todavía muchos no tienen bien clara, desde aquel momento la absoluta mayoría de los parroquianos, incluso algunos que se llevaban bien con el tipo antes del abusivo incidente, se fueron distanciando de él. Menos equipos foráneos participaban en los torneos de dominó que organizaba. A pesar de sus arbitrarias reglas increíblemente continuó perdiendo, y desde la vez que impuso la regla del 3 que era 10 y el 10 que era 3, nadie lo llamó por su nombre de bautismo, todos lo llamaban “la Salamandra”. El negocio se vino abajo, los dueños no le renovaron el contrato de alquiler, y parece que lo citaron a declarar sobre una contabilidad que tenía de todo menos transparencia. El dominó volvió a ser lo que siempre será, un juego donde todos tienen oportunidad de ganar, y en el que cada punto representa eso, un punto. Ni más, ni menos.

TAREAS. Aquella mujer, además de fea y antipática, era pésima en el ejercicio de la docencia, pirateaba en el manejo de las informaciones científicas que correspondía enseñar en las materias que le asignaban en ese liceo, donde ocupaba un cargo desde hacía doce años, sin siquiera ser graduada. Era tal su falta de preparación y el mal trato que dispensaba a la mayoría de sus alumnos, (con la excepción de aquellos que le caían bien y llegaban al extremo de alabar sus virtudes pedagógicas, sabiendo que eso les garantizaba una nota aprobatoria, como ya era habitual en sus secciones), que en una Asamblea Extraordinaria a la que convocaron a todos sus alumnos y asistió buena parte de los respectivos representantes, presentados los testimonios mayoritariamente se acordó solicitar al cuerpo directivo su inmediata remoción, lo cual debieron hacer ante el cúmulo de pruebas y la firme decisión de no entrar a clases hasta que estuviera a cargo un docente académicamente capacitado, de trato amable y criterio equilibrado. Para curarse en salud y evitar que la situación se repitiera, y que le achacaran la culpa si el nombramiento recaía en otro profesional indeseable, el Director del Liceo fue autorizado por el Ministerio para escoger de la Nómina General a tres graduados con satisfactorias Hojas de Vida profesional y sin reclamos por razones académicas o mal trato a los alumnos, y dejó en manos de la comunidad la escogencia, de esa terna, de la persona que seguiría a cargo de las materias que estuvieron asignadas a la que fue rechazada a pocos meses de comenzado el año escolar. Ciertamente se esmeraron los estudiantes y sus representantes al escoger al suplente, recayó la preferencia de la mayoría en una persona afable y joven, aunque ya tenía un postgrado y varios años de experiencia docente, con excelentes recomendaciones de quienes fueron sus profesores en el Instituto Pedagógico, y muchos de sus colegas en el ámbito laboral, así como de anteriores alumnos, y todo lo había logrado superando una condición que le ataba a una silla de ruedas permanentemente. Pero se encontró con un obstáculo enorme desde el primer día de actividad en su nuevo cargo. La que ella vino a substituir, había modificado sus horarios, colocándole las clases a primera y última hora, obligándola a asistir de lunes a viernes (en lugar de mantener la prerrogativa que le habían acordado en sus anteriores sitios de trabajo, donde le concentraban las horas de clase, para que pudiera cumplir sus obligaciones académicas en tres días, permitiéndole que realizara parte de las labores administrativas y de corrección de pruebas en su propia casa). Además, la removida cambió las aulas donde debían recibir clases las secciones de la nueva profesora, las ubicó en el tercer piso de la edificación, que no tenía ascensores, y asentó en el libro de actividades obligatorias que los estudiantes deberían realizar en el aula, suficientes tareas como para ocupar todas las horas correspondientes a las materias que debía enseñar la nueva docente, quien, de no modificarse esta compleja situación, estaría forzada a asistir toda la semana al liceo, debiendo ser cargada para llegar a su salón de clases y bajar del tercer piso, para acompañar en silencio a los alumnos mientras se ocupan de las tareas que les dejó asignadas la maestra que ellos repudiaron. Lo último que supimos fue que no se quedaron de brazos cruzados, andaban atareados organizando otra Asamblea Extraordinaria. Resolverían también el nuevo problema.

DIVORCIO. Aquel hombre, apenas terminó la Luna de miel, sufrió una increíble metamorfosis, y el novio complaciente, educado, cariñoso, dio gradual paso al patán desconsiderado y chabacano, borracho y mujeriego, que maltrataba de palabra y con violencia física a su esposa, quien sin embargo soportó en silencio las humillaciones, por dos razones esenciales: para no preocupar a sus padres y hermanos con este cuadro de conducta que era la antípoda del marco que había caracterizado su noviazgo de años, y porque remotamente esperaba que ocurriera un milagro y su marido volviera a ser el que la enamoró cuando aun estaban en apenas el tercer semestre de sus respectivas carreras universitarias. Aguantó aquel injusto vía crucis durante cuatro años, hasta que le fue imposible seguir en esa cuerda floja ni siquiera un día más. Con determinación que la sorprendió a ella misma, halló fuerzas donde no imaginaba que las tenía, regresó a media tarde al apartamento (segura de que él estaría en su oficina), tomó unas cuantas prendas de vestir, dos álbumes de retratos, su libreta de ahorros, y durante el recorrido en taxi hasta la casa de sus padres sólo pensó en la ventaja de no haber quedado embarazada, los hijos son el eslabón más débil en una separación, y también en la vergüenza que estaba a punto de volcar sobre sus seres más queridos, al regresar con aquel absurdo conflicto a la casa donde jamás hubo una expresión vulgar ni un mal trato, un hogar donde el respeto era un derecho inalienable desde antes de nacer. Luego de la comprensible sorpresa inicial, y la indignación posterior, por el prolongado lapso en que aguantó los abusos y arbitrariedades de ese canalla, acordaron que de inmediato debía iniciar el trámite del divorcio, para pasar esa sucia página y reanudar su vida. Como era de preverse, el macho quiso hacerla regresar, por la fuerza, alegando que la mujer debía seguir al marido a donde éste dispusiera. Ante su negativa y el decidido respaldo de su familia, que no le permitían acercarse, fue de un extremo a otro; Llevaba serenatas con mariachi una madrugada, la noche siguiente lanzaba piedras a la casa, le enviaba ramos de flores, la insultaba a la entrada de su lugar de trabajo. Hasta que fue evidente que ella no lo aceptaría de nuevo, y él dedicó sus esfuerzos a tratar de perjudicarla cuanto pudiera. Habló con sus amigotes, movió sus conexiones, y sin que ella imaginara siquiera que una componenda previa la esperaba en el desenlace judicial, llegó la fecha en que el Tribunal decidiría. El juez autorizó la separación, pero en su alegato justificativo, sin patria potestad sobre la cual litigar, hizo hincapié en la ausencia de pruebas de los presuntos maltratos sufridos (tres veces pronunció el término “presuntos”, mirándola con sorna) y en el hecho de que ella había sido quien abandonó el hogar conyugal y eso merecía una sanción. Incorporó la prohibición para ella de poder contraer segundas nupcias durante un lapso similar al que tuvo de duración la unión matrimonial que ahora se disolvía legalmente. Esa noche una mezcla de profunda tristeza y rabia se apoderó del ánimo de toda la familia de la mujer que había sido vejada una vez más, mientras el ahora ex marido celebraba ruidosamente con sus íntimos amigos, entre los cuales destacaba el juez que tuvo a su cargo esa sentencia talibana.

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