Opinión Nacional

Un Inférnum llamado Haití

Lugares olvidados en el mundo vaya si los hay; Sierra Leona; Sudan; Etiopía; Uganda y los etcéteras son varios.  En los comienzos de la década del 50, el economista y demógrafo Alfred Sauvy denominaba como “Tercer Mundo” aquellos olvidados por el primer mundo “los capitalistas” y por el segundo mundo “los comunistas”.  Hoy el olvido es aún mayor;  no depende (únicamente) de fuerzas políticas, la consciencia social y el sentido humanista han tapado con un dedo esa luz tan potente que ciega (hasta el alma) y molesta.

Hemos pasado por varias etapas desde aquel “Tiers Monde”; modernismo,                post- modernismo, tercer mundo, consumismo salvaje o bien la sociedad de riesgo de U. Beck.  Son padecimientos industriales, económicos, políticos y religiosos que nos han eclipsado el mayor de nuestros poderes, la razón.  No hemos sido lo suficientemente inteligentes para prever algo que podríamos denominar como “El cuarto estado: el inframundo social”.  El infierno existe en la superficie terrestre y no hay que estar muerto para experimentarlo.  El Tártaro griego lo encontramos en Haití; zona predestinada a la angustia, a un dolor físico y moral casi eternos. 

Su clasificación dentro de un “Estado del inframundo” encierra cierta lógica; es un lugar de muerte aunque los vivos están enterrados antes de nacer.  Si bien la naturaleza se ha encargado (en parte) de diezmar las pocas posibilidades de sobrevivencia; el descuido, la falta de preocupación y empatía mundial son dagas silenciosas que van degollando la esperanza.  ¿Quién es el culpable?  Quién tenga la respuesta es un privilegiado; un fenómeno no humano.  El estado de situación al cual ha llegado Haití es producto del hombre, ése animal casi humano.  El humanismo de Comte ni siquiera está en una etapa larvaria, no esta concebido.  Tan es así que ese rasgo humanista donde la razón humana toma un valor supremo no es compatible con el país de las Antillas.

Haití no cuenta con una organización social; lógicamente tampoco cuenta con una organización política que garantice una estabilidad mínima en los distintos procesos estatales.  Haití se muestra como una “Sociedad líquida” (recordando un poco a Bauman); una expresión acorde dando a entender que cada molécula social se dispara de forma independiente buscando sobrevivir.  La sociedad esta separada, la distancia entre cada integrante social se va ensanchando y se hace cada vez más líquida.  Esto trae por consecuencia, un roce constante y permanente con otras “moléculas sociales” que necesitan satisfacer sus necesidades básicas; esta fricción provoca a la larga una reacción “molecular social” en cadena.  La temperatura social aumenta y la explosión es inminente a cada segundo.

¿Cómo “solidificar” la sociedad haitiana?  En este momento, a un año del terremoto, no se cuentan con las garantías, medios, infraestructura y recursos para unir una sociedad.  La única identificación común es la desesperación.  Es cuando se asume que, la “Sociedad Líquida” de Bauman se evapora.  Quizás aparece en escena la “teoría de la pobreza” del antropólogo O. Lewis; casi como una ley natural, indispensable y necesaria, la planificación de “mañana” esta condicionada por sobrevivir “hoy”.  Vivir el presente no es una cuestión de filosofía de vida, es una cuestión de probabilidades ligada a las condiciones de convivencia y coexistencia entre unos y otros.  Sobrevive el más fuerte.

Los esfuerzos son fútiles y la utilidad del método parece ser una pieza de otro rompe cabezas.  Se hace cuesta arriba pensar una solución cuando nada tiene un sentido coherente sumido en un caos total.  Los lineamientos tiemblan por las urgencias humanitarias y sanitarias.  Entre rituales y creencias sobrenaturales se va alimentando el hambre y la esperanza está en una fase agónica.  Se sigue esperando, con muy pocos fundamentos, lograr los objetivos (¿?) que tanto se han vaticinado.  La retórica, el arte del bien decir de las grandes potencias,  intenta convencer y persuadir al mundo que, lo bueno esta por llegar.  Lo cierto, hecho casi científico, es que el Leviatán con su modesto “bellum omnium erga omnes” es el tuerto que domina entre los ciegos. 

Haití, ahogado por sus propias lágrimas, se va muriendo a la vista de todos mientras el resto del mundo observa “atónito” el descubrimiento de una “supernova”.  Un sufrimiento constante desde el “pretexto perfecto” de Estados Unidos para invadirlo, pasando por François Duvalier y Jean-Claude Duvalier y las condiciones de inestabilidad sociopolíticas como algo que perdura en el tiempo hasta un año después del terremoto del 2010.  La desgracia y la parca están de fiesta, encontraron su paraíso.  Tan patético es todo, que ni los zombis haitianos intentan levantarse.  Es cuando los especialistas y tecnócratas saben que la muerte pasa a ser una solución.

El problema no es de ayer, ni de hoy.  El problema es que no se supo hacer una lectura a tiempo.  El “background” lo tenían todos y no estaba bajo un código indescifrable.  Haití se tambalea entre la anarquía y un estado salvaje, donde el animal más voraz es el propio hombre que se divide entre homínido y homo-erectus.  ¿Culpables?  Decir que todos somos culpables es caer en otro discurso barato y estéril.  Lo esencial es no dejar la suerte de Haití librada al azar; hoy la ayuda se debate entre un “equeco” que proporciones abundancia y prosperidad y una Ley “ex post facto” que cambie las consecuencias jurídicas, políticas y humanas de hoy para recomenzar mañana.  Y entre tanto; Haití muere, calla y vuelve a morir, condenado a seguir esperando una limosna del resto del mundo.

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