Opinión Nacional

Una cantata para Chávez

Este último mes en el que Chávez se fue a Cuba para someterse a una de las múltiples operaciones por su enfermedad, su ausencia en Venezuela se ha notado especialmente, sobre todo porque le tocaba juramentarse como presidente reelecto. Ha traído cola su ausencia. Una cola que se refleja en los medios de comunicación internacionales que, si bien han estado siguiendo los acontecimientos minuto a minuto, también han tratado con las fuentes que tienen, de dar luces al panorama sombrío que se le avecina a América Latina sin la figura de su líder ideológico y, sobre todo, de soporte económico.

Nicolás Maduro ha estado ejerciendo el poder sin tener el carisma de su mentor, al estilo chavista pasando de toda la institucionalidad y, cuando le ha hecho falta, ha manejado los hilos del poder para que sea el propio tribunal superior de justicia el que le avale las sinvergüencerías. Ahora, como de eso sabemos porque estamos al día, habría que preguntarse de dónde viene todo esto, esta historia de chavismo que lleva 14 años y 10 días.

Chávez despierta

En febrero de 1989, luego de las primeras medidas económicas tomadas por el recientemente juramentado Carlos Andrés Pérez en su segundo mandado (CAP II), la reacción popular en contra del aumento de los precios del combustible generó una revuelta que se denominó el caracazo[1]. Este caracazo llevó a que fuesen las fuerzas armadas las que tuvieran que dominar la situación luego de que el propio gobierno civil, atemorizado y débil entregase inclusive a los medios de comunicación. El ministro de relaciones interiores Alejandro Izaguirre fue el encargado de dar un parte público sobre la situación. Las rodillas de los televidentes se pegaban a las pantallas encendidas buscando respuestas a tan compleja situación social. El ministro, tembloroso, inseguro de sus palabras dijo “no puedo. No puedo” y abandonó el micrófono. Quedó la pantalla por seis eternos segundos, vacía. Sin respuesta. Una ausencia patética y una porta vocería que dejó en entredicho el poder de control social del nuevo gobierno.

Fue entonces el turno de los militares. Ítalo del Valle Alliegro, quien era el ministro de la defensa, tomó las riendas de los micrófonos y puso orden social con su aparición por televisión. A su voz, los militares tomaron las calles y dispararon para disipar a los manifestantes y con las balas, muchos muertos y tras los caídos, las conciencias de quienes arrojaron fuego por sus cañones. Dentro de esos soldados estaba Chávez. Sorprendido, conmovido y dolido por haber tenido que disparar contra el pueblo.

Se decretó un estado de excepción, un toque de queda y un racionamiento de alimentos consecuencia de los saqueos. 1989 fue un año que quedó para el imaginario colectivo como complejo, duro y a la vez, de difícil digestión. Pero, trajo como consecuencia que el mando militar hacía falta. Que los uniformes no eran tan despreciables como se creía desde la caída de Marcos Pérez Jiménez en 1958.

Chávez hace un golpe de estado

Hugo Rafael Chávez Frías ha dejado de ser teniente y ya maneja tropas. Es teniente coronel. Se alía a otros militares de esa cruzada por el orden, la disciplina y la lucha contra la corrupción. Quiere vengar a las familias que habían perdido a los suyos en aquel febrero de 1989 y, como no sabe ser demócrata, se alza en armas contra el presidente Pérez y toda la institucionalidad venezolana en 1992.

Fue a la vez un año muy duro para la ciudadanía. Eso de tener golpes de estado no era un lugar común desde la salida de los militares en el año 58 y eso de estar de sustos tampoco era parte del paisaje de Venezuela. Al contrario, era el país del Caribe un modelo democrático a seguir en América Latina. Mientras la mayoría de los países de la región apenas despertaban a las urnas y a la legitimidad, Venezuela lucía orgullosa desde 1961 una constitución con separación de poderes, un congreso bicameral y una alternabilidad democrática que se vivía cada lustro.

Sí era cierto que la corrupción se había convertido en el modus vivendi, que había mucho qué hacer en todos los órdenes, pero se tenía democracia y, sobre todo, separación de poderes hasta tal punto que al presidente Carlos Andrés Pérez se le juzga por peculado[2] y es el Fiscal General de la República de Venezuela, Ramón Escobar Salom, quien se ocupa del caso, razón por la cual, el orgullo que se sentía en aquel entonces por la democracia no era menospreciable, al contrario, era de sumar voluntades. Pero, como apareció la figura de Chávez como antisistema, era ocasión de que algunos se sumaran a esas voces disidentes.

Chávez prisionero

Este golpe de estado fracasa y es entonces cuando son los medios de comunicación los que le dan la palestra a Chávez. Se convierte en el héroe, en el único que asume la responsabilidad, en aquel militar soñado que pondría orden en un país lleno de corruptelas y con tantas falencias que había que actuar.

Desde la cárcel de Yare se gesta entonces un movimiento revolucionario. Un pensamiento que venía de la jura ante el samán de Güere (emblemático árbol que acogió a El Libertador) y que sirvió para los militares que dieron el golpe como inspirador ideológico.

Fue un tiempo de estudio y, sobre todo, de acercamiento a la prensa. Los medios lo convirtieron en esa figura necesaria, ideal para entrevistar. Un ave curiosa de plumaje extraño que daba luces a un país de oscuridades. Chávez era Juan Bimba, Chávez era el pueblo, Chávez era la sensatez… Para muchos, otros nunca le creímos.

Nuevamente la democracia asume que todos caben en Venezuela

Luego de que Pérez fuera enjuiciado y fuese preso, tomó el poder Ramón J. Velásquez. Fue un presiente de consenso por seis meses que convocó a elecciones y que llevó al poder a Rafael Caldera (Caldera II). Caldera fue un hombre profundamente demócrata que prefirió darle el indulto a Chávez y que desde el ejercicio democrático fuese el pueblo el que tomara las riendas del destino venezolano.

Chávez libre adopta una actitud de diálogo con el país. Visita pueblos y ciudades, recorre caseríos y barriadas populares. A todos lleva un mensaje esperanzador de lucha contra la corrupción y de nueva patria. Se acerca a Cuba y se baña de ideología con Fidel Castro, se alía a personas que llevan años en la lucha popular, transforma su movimiento político y lo convierte en partido. En fin, hace las cosas como se espera que se hagan, por la vía de lo que la constitución y las leyes proponen, disponen e imponen.

Los intelectuales estaban encantados con Chávez (algunos), los industriales y medios de comunicación también. El pueblo lo consideraba un héroe por sus hazañas en febrero de 1992 y, sobre todo, por plantear esa férrea lucha contra la corrupción.

Habló por televisión con Jaime Bayly en una célebre entrevista y describió el modelo que pretendía (que resultó ser todo lo contrario a lo que dijo) y, por si fuera poco, ganó las elecciones de 1998.

En la jura por el cargo demostró quién era. Tildó a la constitución de moribunda y sentó las bases para una asamblea nacional constituyente. En esa ocasión, en 1999, diseñó el modelo de Estado que necesitaba, creó una constitución a su medida, que le permitiera expropiar, alterar el rumbo de la historia y, sobre todo, crear lagunas que solo él pudiera resolver, tal y como hemos visto el último mes (dic. 12 – enero. 13).

Adoptó una novedad, la creación de cinco poderes del Estado. Atrás que quedaron los revolucionarios franceses y sus poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Chávez se ilumina y crea el poder moral y, por si fuera poco, el electoral. Estos nuevos poderes le dan una legitimidad a todo lo que haga, porque si alguna cosa le pudiera incomodar, sería el propio tribunal lleno de sus acólitos, los que crearan la casación necesaria para que la constitución (la “Bicha” la bautizó él mismo) quedara ajustada a sus necesidades.

La presidencia

Desde que Chávez tomó el poder las cosas se complicaron en Venezuela. Desde el momento en que decidió la asamblea nacional colocarle adjetivos calificativos a la información, se sabía que las decisiones que en materia de comunicaciones se tomasen siempre serían a favor de Chávez. La ley habilitante de noviembre de 2000 fue otro de los procesos que definieron el carácter dictatorial de Chávez. Esta ley habilitante le permitió a Chávez asumir el control de los procesos de recaudación petrolera y de pesca con el consiguiente resentimiento de las patronales.

Pero, la verdadera explosión de la oposición se produjo cuando pretendió cambiar el modelo educativo en 2000. Un decreto aprobado como muchas de las resoluciones del ejecutivo, entre gallos y medianoche, para que el pueblo no se enterara sino que fuese desayunado más tarde. Allí padres, madres, tíos, abuelos y padrinos salimos a la calle a protestar contra el decreto 1011. En ese decreto se establecían las bases de la profesión docente y fue este detonante el que llevó a pensar que la situación no estaba suficientemente dibujada desde la democracia sino desde unas formas poco ortodoxas de manejar el poder.

De allí en adelante fue un proceso de medición de fuerzas. La oposición, encarnada por los padres y madres de familia, se movilizaba, hacía toques de cacerola, mostraba su indignación. Los que le apoyaron en un primer momento, dejaron las filas del chavismo y se fueron a la acera de la oposición. El chavismo se fortaleció especialmente luego del paro nacional del 2002-2003.

La industria petrolera paralizó sus funciones con el apoyo de las fuerzas sindicales y la federación de cámaras de comercio, el grupo de la oposición conocido como Súmate y los medios de comunicación. Fue una pausa de 45 días que llevó a una medición de fuerzas que terminó con el despido masivo de 15 mil personas. Chávez, silbato de réferi en mano, fue diciendo nombres de personas y tras el nombre, soplaba su silbato, hacía un gesto de expulsión con el brazo y gritaba la palabra “fuera”. Dejó así en la calle, por protestar, por el legítimo derecho a huelga que está en su “Bicha” a montones de personas. Una vez más, el estupor y el desasosiego hicieron estragos en la moral de los venezolanos.

Y así. A partir de allí un intento de golpe de estado por parte del presidente de la patronal, Pedro Carmona Estanga, demostraron debilidad en la comprensión de la institucionalidad que el chavismo había creado con su constitución. Chávez por su parte, demostró en ese abril de 2002 y todas las veces que pudo de ahí en adelante, que no podría la oposición tomar el poder nuevamente porque el pueblo está con él, las leyes las hace él y, las decisiones, esas, también las toma él.

Un rosario de errores políticos por parte de la oposición hizo que el chavismo se fortaleciera. Un saco de odios acumulados por cinco siglos ha llevado a Chávez a tener de su lado a un pueblo hambriento, lleno de carencias y que con un poco de querencia, por un puñado de arroz y un litro de aceite, le sigue ciegamente al comandante. Un sistema político basado en lo que Chávez ha llamado “misiones”. Maletines llenos de dinero para repartir entre quienes vistan una camiseta. Una corrupción enfundada en rojo. Unas misiones que han paliado la ausencia de institucionalidad que le faltaba a aquellos años de grandeza democrática y que, ser solamente un modelo de dádivas por seguir al líder, se han convertido en un aparato de Estado que, de acabarse el chavismo, desaparecerían y con ellas esa forma mesiánica de gobernar que Chávez ha creado en torno a sí.

Ahora, por lo visto, por la poca información que se sabe, por la baja veracidad del parte médico que nunca ha existido, se debate entre la vida -¿conectado a una máquina respiradora?- y la muerte. Una muerte que no sólo será física, sino que tras de sí, dejará a un país sumido en lágrimas, ilusionado y esperanzado por ese futuro que prometió tras largas horas de intervención por televisión. Un país de fantasía que solo existió para los chavistas y para los demás, para el pueblo sin padrino, en las pantallas. Un país que se debatirá en abril nuevamente en elecciones y que, si Chávez muere, tendrá que elegir entre seguir con el chavismo sin Chávez o las propuestas de la oposición.

[1] Sin ser muy afecto a Wikipedia, el enlace que tiene sobre el tema es suficiente para darse una idea de esta revuelta.

[2] 1. m. Der. En el antiguo derecho y hoy en algunos países hispanoamericanos, delito que consiste en el hurto de caudales del erario, cometido por aquel a quien está confiada su administración (Fuente DRAE. [En línea] http://lema.rae.es/drae/, tomado el día 19 de enero de 2013.

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