Opinión Nacional

¿Una nueva política exterior soberana?

La actual política exterior venezolana dista bastante de ser novedosa y radicalmente distinta a la tradicional que se llevó a cabo durante los tan vituperados cuarenta años de vida democrática. Más bien, es muy similar a esa «vieja» política exterior y procura profundizar la riesgosa y aventurada senda de populismo internacional.

Con bombos y platillos, el nuevo gobierno venezolano ha anunciado un cambio de rumbo en materia internacional, una nueva política exterior. Se trata, según el titular del Ministerio de Relaciones Exteriores, José Vicente Rangel, de una línea de actuación soberana porque «reiteramos en forma consciente, muy seria, muy responsable, los atributos soberanos del país».

No cabe duda que por política exterior soberana, la actual administración se refiere no tanto al ejercicio del poder legítimo -que reside originariamente en el pueblo- y que garantiza la ley a todo Estado-Nación o, dicho en otra forma, al derecho del cual goza todo Estado de dominar y ejercer la autoridad, sino más bien a una formulación e instrumentación realmente autónoma de las diversas dicisiones y acciones del Estado venezolano en materia de política internacional. En otras palabras, esta definición, apela directamente al derecho de autodeterminación de los pueblos, principio que ha alcanzado legitimidad mundial (al garantizarlo la carta de la ONU y de la OEA, así como la mayoría de las constituciones democráticas), y que trata del derecho que tiene toda nación de decidir libremente sobre sus cuestiones fundamentales sin injerencias foráneas.

Se podría decir que el principal autor intelectual de esta conceptualización es el propio Canciller Rangel quien desde sus tiempos de candidato presidencial por el partido Movimiento al Socialismo ya decía: «cuando hablamos de autonomía no es por culto al fetiche de la autonomía; es decir no es que estamos descubriendo la autonomía en política exterior. No, yo levanto la idea de autonomía como respuesta a la dependencia, a la subordinación, no es que nosotros podamos hacer una política absolutamente independiente en un mundo interrelacionado como el que vivimos, pero lo importante es que las decisiones las tomamos nosotros de manera autónoma y soberana» (Tomado del articulo «Respetuosa Reciprocidad» del internacionalista Julio Portillo, El Nacional, mayo 1999).

Pero aún más importante que la autoría descrita, es que de estas afirmaciones y otras recientes de José Vicente Rangel se puede inferir otro rasgo de la conceptualización actual sobre la política exterior soberana: la política autónoma equivale a una política exterior antiimperialista. Porque no es difícil deducir de lo anterior que esta política va directamente dirigida hacia todos aquellos actores internacionales (sean estados-nacionales u organismos multilaterales) hacia los cuales hemos dependido política y económicamente (así sea en forma no formal e indirecta), como es el caso de Estados Unidos. De hecho, no parece casual que la mayoría de las acciones que sustentan esta «nueva política exterior soberana» al menos hasta el momento, se orienten –tácita o explícitamente- hacia esa potencia mundial:La pronunciación critica hacia la OTAN por sus ataques contra la provincia yugoslava de Kosovo; la votación venezolana en la Comisión sobre Derechos Humanos de las Naciones Unidas a favor de China, Cuba e Irak y la denuncia de unas supuestas presiones por parte del Embajador estadounidense en Caracas para que Venezuela votara en contra de esos países en Ginebra; las declaraciones publicas con relación a la preocupación venezolana por la instalación de bases antidrogas en Aruba y Curazao y el rechazo a la petición de sobrevuelos de aviones militares estadounidenses sobre territorio venezolano; la petición directa al gobierno de Clinton de cesar el bloqueo a Cuba; la propuesta de una Confederación de Naciones Latinoamericanas (sin Estados Unidos, por supuesto); el apoyo a la Cumbre Iberoamericana a celebrarse en La Habana; la denuncia de una posible internacionalización del conflicto colombiano e incluso, de una posible injerencia unilateral de Washington en el mismo; las conversaciones mantenidas con los guerrilleros izquierdistas colombianos, la disposición del Presidente Chàvez de entrevistarse personalmente con el líder de uno de los grupos guerrilleros –considerados por Washington como una amenaza para la seguridad hemisférica- y las declaraciones sobre «neutralidad» hacia el conflicto colombiano, lo cual ha sido percibido no sólo por el gobierno estadounidense sino por el colombiano como un innecesario respaldo a las guerrillas colombianas; el acercamiento con la República de Irán, país al que Estados Unidos acusa de auspiciar el terrorismo mundial.Ahora bien, según declaraciones provenientes tanto del equipo gubernamental en materia internacional como por parte de algunos analistas internacionales, dicha política es no sólo novedosa, sino que «representa un giro de 180 grados en estos tres primeros meses de gobierno» (Rafael Hernández, Presidente del Colegio de Internacionalistas de Venezuela) ya que «son contadas desde 1958 las ocasiones en que Venezuela ha exhibido una política exterior soberana» (analista Julio Portillo).

Pero, cabe preguntarse: ¿es realmente nueva y soberana esta línea autónoma (¿o más bien autonomista?) e independiente de actuación y decisión?
Los parámetros de la «moribunda» (Constitución de 1961) y la política autonomista durante los «nefastos» 40 años de democracia
De entrada, cabe subrayar que ya desde el preámbulo de la hoy tan cuestionada Constitución de 1961, se garantizan los derechos de soberanía e independiencia con respecto a otros estados y el principio de la autodeterminación de los pueblos. Y en el articulo primero de esta Constitución se señala expresamente que «La República de Venezuela es para siempre e irrevocablemente libre e independiente de toda dominación y protección de potencia extranjera».

Pero más allá de lo que dictamina nuestra aún vigente Carta Magna, también es preciso destacar que esos principios de soberanía, autonomía y autodeterminación han formado parte de los objetivos prioritarios de todas las agendas de política exterior de los diversos gobiernos que se han sucedido desde 1959 hasta 1998, y que en la mayoría de esos gobiernos (para no decir todos) dichos principios NO pasaron a ser simples letras muertas. Los mismos se respetaron y la política exterior venezolana en la llamada época democrática, como bien lo ha señalado el Profesor y Embajador Demetrio Boesner, (quien no se ha distinguido precisamente por ser un acólito del puntofijismo, sino más bien por ser más un hombre independiente, de izquierda moderada) por su contenido autonomista e integrador muy definido (En «Cambios de énfasis en la Política Exterior de Venezuela», revista Política Internacional, No. 8, Caracas, 1987). Y específicamente hacia Estados Unidos, nuestra política exterior se ha conducido -como también dijo una vez Rómulo Betancourt- «sin sumisión aunque sin desplantes», perfilándose como un socio confiable de la potencia del norte, pero manteniendo siempre su autonomía.

En este sentido, recordemos tan sólo algunas de las principales acciones venezolanas hacia EEUU en la época democrática:
1.- Durante las administraciones de Ròmulo Betancourt y Raúl Leoni: la adopción de la Doctrina Betancourt como instrumento unilateral de negarle reconocimiento diplomático a los regímenes de facto latinoamericanos surgidos de golpes de Estado, política que fue duramente criticada por los entonces gobiernos estadounidenses (Eisenhower y Kennedy); el rechazo a las invasiones hacia Cuba y República Dominicana (1961 y 1965, respectivamente); la creación de la OPEP, el desarrollo de una política petrolera de «no concesiones»; reclamo frente a USA por el impuesto de petróleo importado y la exigencia del llamado «Trato Hemisférico»
2.- Durante la Administración de Rafael Caldera I: la denuncia unilateral del Tratado de Reciprocidad Comercial con Estados Unidos; la iniciativa venezolana de exclusión de USA de la Conferencia sobre Derecho del Mar (Mayo, 1972); el acercamiento con Cuba y la URSS y en general la política de Pluralismo Ideológico; el reconocimiento del gobierno de Salvador Allende en Chile y el rechazo posterior a su derrocamiento.

3.- Durante la Administración de Carlos Andrés Pérez I: el liderazgo tercermundista y la promoción del diálogo norte-sur; el apoyo al movimiento de los no alineados y al proceso de descolonización mundial; la reanudación de relaciones diplomáticas con Cuba; el apoyo a los sandinistas en Nicaragua; la mediación venezolana con relación a los acuerdos Carter-Torrijos por el canal de Panamá; la política de nacionalización petrolera.

4.- Durante los gobiernos de Luis Herrera Campins y Jaime Lusinchi, a pesar de la situación económicamente critica en que se encontraba nuestro país, con un problema enorme de deuda externa que llevó en gran parte a que se desarrollara una política exterior de más bajo perfil y de mayores coincidencias con los Estados Unidos, destacan la iniciativa del Grupo de Contadora; el rechazo a la intervención en Granada y a la guerra de Las Malvinas; la internacionalización petrolera; la votación a favor de Puerto Rico en la ONU, y
5.- Durante los gobiernos de Carlos Andrés Pérez II, Ramón J. Velásquez y Rafael Caldera II: las denuncias en contra de las medidas tomadas por los gobiernos de Estados Unidos con relación a las exportaciones venezolanas de atún y gasolina reformulada; los rechazos a la intervención de USA en Panamá y Haití; el rompimiento unilateral de relaciones con Perú por el «Fujimorazo»; el rechazo a la Ley Helms Burton en diversos foros internacionales; y al predicar la unidad y solidaridad de todos los países del área
Este breve recuento, ¿acaso no pone de manifiesto una formulación e instrumentación realmente autónoma de las diversas dicisiones y acciones del Estado venezolano en materia de política internacional?; incluso, ¿no evidencia la tradicional actitud antiimperialista, propia de los países latinoamericanos y tercermundistas?: Ciertamente, aquí se expresan claramente los esfuerzos autonomistas que han signado la política exterior venezolana, los cuales entre sus innegables efectos positivos destaca un desarrollo socioeconómico, político y cultural nacional de carácter independiente, aunque el mismo -lógicamente- se encuentre limitado y enmarcado dentro de las realidades de interdependencia y globalidad que signan, inevitablemente, todas las relaciones internacionales en el complejo mundo de hoy.

De tal forma, la actual política exterior del gobierno del Presidente Chávez dista bastante de ser novedosa y radicalmente distinta a la tradicional que se llevó a cabo durante los tan vituperados cuarenta años de vida democrática. Más bien, es muy similar a esa «vieja» política exterior y, por lo que se observa hasta el momento, procura no sólo continuar, sino profundizar la riesgosa y aventurada senda de populismo internacional, iniciada durante la primera administración de Carlos Andrés Pérez, que terminó perjudicando, más que beneficiando, nuestros intereses nacionales.

Periodista y Politóloga. Directora de Venezuela Analítica Mensual

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