Opinión Nacional

Una posición ante la tentación autoritaria

Cuando se analiza la actuación de un gobierno que no tiene vergüenza alguna ante el genuino significado de la ética y la moral; que no tiene empacho para burlarse de la propia Constitución y que, consiguientemente, utiliza las leyes e instituciones fundamentales del país, sólo para tratar de “justificar” –a toda costa- su avieso empeño de perpetuarse en el ejercicio del poder político, no queda duda alguna, a la hora de las conclusiones, de que estamos en presencia de una modalidad del quehacer político caracterizada por la arbitrariedad, los atropellos a los Derechos Humanos y el claro desconocimiento de los fines y esencia del sistema democrático. Para esta posición, la política no es la ciencia de gobernar en beneficio de la sociedad, sino el instrumento utilizado para que prevalezca la ambición de un hombre o sector en desmedro del interés general. Para esta corriente, la política sólo se justifica en la lucha por la conquista y conservación del poder. Sólo el poder sirve y es el elemento fundamental para justificar la hegemonía del sectarismo; lucrarse del poder es el único objetivo que guía la detentación del gobierno. Lo demás no importa.

Se trata de un modo de hacer política en el que la moral está ausente ante el obcecado y perturbado afán de una Nueva Clase, en funciones de gobierno, que extiende y expande sus tentáculos en medio de un inmenso piélago de corrupción, inoperancia, ineptitud e improvisación al frente de los asuntos públicos, fruto de la creciente desatención de las más elementales necesidades del colectivo y caldo de cultivo para que prospere –con nuevos bríos y rostro renovado- tanto la acción motivadora de la desidia política, los desmanes y la inseguridad social; como el desempleo, la miseria, el atraso y la incultura. Es lo que ha sido denominado como el nuevo rostro del populismo salvaje, suerte de freno a cualquier intento para llevar adelante un proyecto serio de desarrollo integral y armónico de la sociedad, en los albores del siglo XXI. Se observa, entonces, una nueva versión de ese fenómeno que muchos científicos y analistas sociales han calificado como el enfrentamiento entre las verdaderas fuerzas progresistas y la acción emprendida por los sectores más atrasados y reaccionarios de la sociedad.

En cambio, para otra vertiente en la lucha por el mejoramiento y superación social, la persona humana constituye el factor-eje de la acción política. Se trata de un planteamiento ideológico que descansa sobre bases serias en las que descuella la convicción en la dignidad de la persona. Tal afirmación implica el desarrollo de un trabajo social permanente y sostenido orientado hacia la instauración de un sistema socio-jurídico-político en el que el respeto por los derechos que emanan de la naturaleza humana constituya uno de los elementos primordiales de la misión que incumbe a los dirigentes sociales en todos los órdenes y aspectos. En esa dirección, tal perspectiva de la acción política (aún desde el enfoque de índole filosófica), es calificada –sin duda alguna- como entrañablemente personalista, en el sentido de concebir la persona humana como el centro y meta del quehacer político. En este planteamiento se distinguen los trabajos exegéticos y planteamientos valorativos de grandes pensadores del mundo contemporáneo, como Jacques Maritain y Emmanuel Mounier, quienes no vacilaron en demostrar la justeza de la lucha orientada en la forja de una sociedad justa y solidaria, enfrentándose, en su hora y circunstancias, a costa de grandes sacrificios y persecuciones, a todo intento de autocracia, tiranía y totalitarismo.

Por ello, la perspectiva de acción política, basada en el personalismo, impulsa y tutela el crecimiento del individuo, justamente en su esfera eminentemente personal. En esa dirección juega papel de especial importancia la libertad y la lucha sostenida por la democracia, su defensa y perfectibilidad. En esa lucha, en pos de ese objetivo, constituye imperativo categórico la igualdad de oportunidades para alcanzar nuevos y mejores estadios en la ruta hacia el avance y progreso social en su integridad; esto es, no sólo en lo que respecta a la persona individualmente considerada, sino en lo que atañe a la sociedad en general. Tal modalidad del quehacer político, signada por la cooperación entre todos los sectores sociales, plantea y defiende la forja y perfectibilidad de una verdadera sociedad solidaria. En efecto, la permanencia y superación de las sociedades intermedias (entre el individuo y el Estado), en concreto de la vida en comunidades debe constituir el desideratum en la fragua de esa nueva sociedad y al Estado sólo le incumbe actuar -como superior institución de la organización social- como garante del Bien Común.

Pero: ¿La diferencia planteada respecto de estas dos modalidades del actuar político se relaciona con la actual situación socio-política nacional? Un examen grosso modo acerca de ese contraste nos concita algunas reflexiones que, de uno u otro modo se relacionan con nuestro actual acontecer socio-político y sus implicaciones en el ámbito de las relaciones con otros países. De entrada, adicionalmente cabría preguntarse: ¿Será una falacia pensar que hay algún intento para concentrar el poder en una sola mano? ¿Existen algunas evidencias de ese pretendido empeño? ¿Acaso está amenazada la existencia del Estado de Derecho entre nosotros… y, de paso, estamos viviendo una verdadera democracia… con plena interdependencia y separación de poderes, libertad para los disidentes, respeto al debido proceso, pulcritud en los procesos electorales, muestras de tolerancia y respeto por las opiniones divergentes en el plano político…? Respondamos…

Por otra parte, hay que tener en cuenta que nuestro país no escapa al ritmo que marca la creciente presencia del llamado mundo globalizado: hoy día la interdependencia entre los pueblos se hace cada vez más exigente; tal realidad choca con el ímpetu exclusivista y excluyente (de por sí aislacionista) pregonado por los partidarios de la autocracia y concentración del poder. Las formas de intercambio en el terreno de una economía libre, en la que no sea coartada la iniciativa de los particulares y en la que no sea atacados ni el derecho a la propiedad ni la libertad de expresión, por ejemplo, son elementos que deben hallar camino expedito para lograr un mejor acercamiento entre los pueblos, tanto en la esfera económica como en los diversos aspectos de los vínculos socio-culturales. Estos aspectos están íntimamente ligados con la presencia de la democracia y su perfectibilidad. Empero, si se pretende seguir patrones sectarios y exclusivistas que ideológicamente han fracasado, con toda evidencia se estará ahogando el pluralismo y agudizando el cúmulo de contradicciones que constituyen el terreno más abonado para que continúe la presencia de los desajustes sociales, el atraso, la incultura, la miseria y el despilfarro de oportunidades que impidan el progreso integral y armónico de la nación.

Los grandes avances tecnológicos y científicos, componentes de progreso, no pueden quedar aislados en el contexto del desarrollo nacional. Hay que proporcionar a la niñez y juventud, los instrumentos y herramientas necesarios y los más convenientes para enseñarlos a coadyuvar en la construcción de un país nuevo, libre de cualquier elemento proclive al incremento de la injusticia social. Esa juventud no puede, bajo ningún aspecto o circunstancia, ingresar en las cifras del desempleo o ser parte de la delincuencia en todas sus expresiones.

El gobierno, en lugar de hablar mucho debe hacer más: urge concebir y poner en práctica políticas públicas tendentes a superar –de modo real y efectivo, esto es desprovisto de demagogia y populismo- las rémoras y carencias que agotan y afectan la sociedad, en especial los sectores menos favorecidos. El poder debe ser instrumento al servicio de la comunidad y no constituir la meta de los políticos de nuevo cuño, de esa Nueva Clase de privilegiados. También, en este aspecto debe abrirse paso a los esfuerzos para crear nuevas y mejores condiciones de vida. Se necesita con urgencia cambiar de rumbo. El país así lo exige y reclama. Ese cambio debe abrir libre cauce para crear las condiciones viables que permitan la recuperación de la confianza, facilitar las inversiones, auspiciar la creación de nuevas y más fuentes de trabajo, favorecer la iniciativa privada en todas sus expresiones, eliminar las trabas burocráticas, proteger la descentralización administrativa, incentivar la libre empresa, rebajar el exceso de impuestos en muchos renglones de la producción de bienes y servicios, redistribuir razonablemente el gasto público en planes, programas y proyectos desprovistos de todo asomo de proselitismo populista y prácticas sectarias o excluyentes; así como propiciar todo empeño a favor del diálogo constructivo entre todos los sectores de la vida nacional; armonizar vías y esfuerzos en pro de la eliminación de exclusivismos, odios y rencores entre todos los miembros de la gran familia nacional, siempre en función del único norte de toda acción política, el supremo interés de la nación.

Empero, bien sabemos que esas condiciones mínimas y fundamentales que hemos reseñado no son bien vistas con buenos ojos por los cultores del engaño pregonado por el populismo salvaje, ellos son enemigos de esos grandes objetivos. Por ello, es necesario aunar esfuerzos para cerrar el paso a todo intento que esgrime la tentación totalitaria. Si asumimos una actitud pasiva, resignada, de seguro que los cultores de la autocracia y el totalitarismo hallarán el mejor y más abonado terreno para perpetuarse en el poder. Si somos apáticos o pesimistas ante el gran desastre nacional, si no participamos de modo consciente y libre para lograr el ansiado cambio en las condiciones socio-políticas del país, entonces, se retardará aún más la lucha para realizar acciones en las que la persona humana y el respeto a su dignidad sean, real y efectivamente, las características y valores más justos para la instauración y perfeccionamiento de la verdadera democracia y el predominio de un régimen de libertades.

(*): Abogado, Politólogo y Profesor universitario

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