Una Reflexión: Carta al Editor
Estimado Emilio Figueredo:
Muchas gracias por haberme enviado tu Editorial de Analítica bajo el título “Cortinas de Humo”, la que termina en un encomiable llamado a la unidad.
Y a propósito de unidad. Un muy estimado amigo venezolano me escribía en una carta: “¿Cómo sacar a la oposición de éste país fuera de esa tenaza que la ahoga, de esa tenaza cuyos dos hierros, son por un lado, un electoralismo que linda con la obsecuencia, y un abstencionismo que linda con la locura?”
Entre la obsecuencia y la locura, es difícil, en verdad, encontrar términos medios.
No obstante, aunque parecen ser polos antagónicos, tanto “el electoralismo puro” como el “abstencionismo puro”, provienen de la misma raíz. Ambos intentan reducir la política a una cuestión de principios morales y/o ideológicos, los que deben ser aplicados independientemente a cualquier acontecimiento. Tanto para los electoralistas como para los abstencionistas, la acción política será siempre algo que se deduce de apriorizados principios, sean estos morales o ideológicos.
Por cierto, los principios son muy importantes, tanto en la vida privada como en la pública. Mas, los principios deben cumplir una tarea regulativa, y en ningún caso determinante. Cada uno puede experimentar a diario, que si actuáramos siempre de acuerdo a principios inamovibles, convertiríamos nuestra existencia en algo absolutamente insoportable.
Lo dicho creo que es importante para definir la acción política. Pues, la política es el espacio en donde actuamos frente a acontecimientos que siempre son muy diferentes entre sí, y en muchos casos, que duda cabe, son muy sorpresivos (o sino, no serían acontecimientos). Actuar en política implica abrirse ante “lo nuevo”. En ese sentido, la política es casi siempre “reactiva”. Primero aparece el acontecimiento. Después viene nuestra respuesta. Es por eso que hace algunos años escribí en un libro, “la política llega siempre con atraso”. Y así es: si la política llegara antes que los acontecimientos, deberíamos hablar de ideología, de moralismo, de dogmas, pero no de política. Por esa misma razón, quien va a la política, no debe temer, en algunas ocasiones, contradecirse. Hacer política supone rectificar, y cada rectificación contradice las posiciones anteriores. Mucho menos, no hay que temer a equivocarse. “Sólo el error es fuente de verdad”, escribió una vez Nietzsche. Y es cierto, sin errores no necesitaríamos corregir nada, y pensar es fundamentalmente eso: Corregir.
Quien tema entrar en contradicciones, quien no quiera equivocarse, quien quiera ser fiel a lo que pensó ayer y no a lo que piensa hoy, recomendaría que no vaya a la política. Hay lugares más adecuados para vivir bajo la pureza inconmovible de los principios ideológicos y/o morales, sean estos, electoralistas; sean estos, abstencionistas.
Esta reflexión, Emilio, puede ser ejemplificada muy brevemente. Antes de que apareciera públicamente la así llamada Reforma Constitucional -que al no ser reforma, sino que “otra Constitución”– los frentes opositores estaban divididos entre “el votar no”, y el “no votar”. Mas, ante la aberración jurídica que representa la intención de obligar al electorado a votar a la Reforma en un solo bloque (delatándose así que se trata de otra Constitución y no de una simple Reforma) ya no sólo la Reforma (que no es reforma) será no sólo no- constitucional, sino que, además, -como ha advertido de modo inapelable, el destacado constitucionalista Hermán Escarrá– una “violación a la Constitución”.
¡Quién lo iba a pensar! Hasta hace un par de días, casi nadie sabía que significaban los artículos 342, 343 y 344 de la Constitución.
Hoy en cambio, esos simples números 342-343- 344, están puestos en el centro de la política venezolana. Vale la pena luchar por ellos. Son números muy democráticos Y; además, muy constitucionales.
Y quien sabe lo que pasará mañana
Muchos saludos
Fernando Mires
