Opinión Nacional

Visita domiciliaria

Doña Elena está, otra vez, preocupadísima. Dice que cualquier día de estos,
el mismísimo Capitán Otayza y sus club de amiguitos van a tocar la puerta
de mi casa, para honrarme con una «visita domiciliaria». Doña Elena dice
que si fueron a desordenarle la oficina a personajes como Franklin Chaparro
y Arpad Bango, quienes tienen toda clase de conexiones y cargos, qué no
podrán hacer con esta maracuchita.

En fin, dada la angustia de Doña Elena, procedo a hacer del conocimiento
del Capitán Otayza y su equipo de investigadores submarinos que somos
muchos los venezolanos que estamos tenebrosamente «conspirando», en virtud
de lo cual, si quiere lo ayudo y procedo a elaborarle un programa de
visitas, digo yo, para que sea eficiente en su gestión. Sin embargo, podría
ahorrarle un montón de papeleo y de movilizaciones, si le refiero lo que
encontrará en mis aposentos y en los de quienes somos compinches en la
resistencia.

Tengo en casa un cerro de libros contrarevolucionarios, entre los cuales
destacan, La Biblia, Don Quijote de Miguel de Cervantes, el Repertorio
Poético de Luis Edgardo Ramírez, María de Jorge Isaacs, la colección
completa de las aventuras de Mafalda de Quino, y el diccionario Inglés –
Español de Appleton. Están también varias ediciones de los pasquines
puntofijistas Primicia, Time y Newsweek. Ah, se me escapaba el Diccionario
Pemón, regalo del hermano Cesáreo de Armellada (ofrenda que me ha resultado
particularmente útil para entender el mascullar filosófico de la jicotea
Bonita). Hay varios libros pecaminosos sobre Mercadeo, Planificación
Estratégica y algunos escandalosos textos referidos a Ciencias Políticas y
Economía del primer mundo. Ah, y reconozco que en los anaqueles de mi
biblioteca reposa un ejemplar de la deleznada y putrefacta Constitución de
1961, que me gustaría conservar pues estoy persuadida que a la vuelta de
pocos años se convertirá en un incunable, por lo que mucha gente estará
dispuesta a pagar su precio en oro.

Cuento además con una respetable colección de discos compactos de los más
aterradores músicos soliviantadores. Vale decir, el Bolero de un tal Ravel,
que escucho con frecuencia, pues me ayuda con su cadencia repetitiva a
entender que en la vida muchas veces la salida es cuestión de persistencia,
y no de desesperaciones, gritos y aspavientos. También están viejas
ediciones de Los Beatles (sí, los pelúos esos de Liverpool), ejemplares
varios de anticastristas declarados como la super negra Celia Cruz
(¡azúcar¡¡¡) y la rumbera posmo Gloria Estefan; y, claro está, mi colección
de gaitas, porque zuliana es zuliana más allá de la muerte.

En mi cuarto hay una computadora, instrumento pérfido que utilizo para mis
viles maquinaciones, y que me sirve para escribir estas notas subversivas
tumbagobierno, y para armar día tras día los expedientes secretos que
distribuyo vía los caminos oscuros electrónicos a miles de lectores, a
cientos de periodistas, a varias organizaciones transnacionales, y a
decenas de medios de comunicación nacionales e internacionales.

Dados los últimos acontecimientos, vale decir, las visitas domiciliarias
(porque en la Quinta República, asi se llaman ahora los allanamientos) a
Franklin y Arpad, el inconstitucional decreto del Gobernador de Apure, la
coincidencial quemazón de la emisora de radio en San Fernando, y la todavía
en proceso y curiosa investigación a un diario bien importante de Táchira,
comienzo a pensar que las angustias de Doña Elena quizás pueden estar bien
fundamentadas. No puedo, sin embargo, hacer promesa alguna referida a que
voy a dejar de hacer lo que hago todos los días. Le pido sí al Capitán
Otayza, que cuando ordene el operativo para investigar a este peligrosísima
conspiradora (y en vista que ya parece no bastar con pinchar mis
teléfonos), en su visita a mi casa hagan lo posible por no desordenar, no
elevar la voz, no romper los candelabros de cristal que me heredó mi
abuela, no asustar a mis peludos gatos, y no decomisar mi boina, que por
ser negra y francesa, no quiere decir que es contrarevolucionaria.

Ante la expectativa de su próximo arribo, he procedido a poner una
alfombrita nueva en la puerta, para que puedan limpiar las suelas de sus
zapatos, y evitar así el estropicio de mis alfombras. Con gusto les asajaré
con un aromático café y con unos sabrosos huevos chimbos.

Comunicador Social
email: [email protected]

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