Opinión Nacional

Vivir en una lista

. Cuando la maestra se ausentaba del aula dejaba a uno de mis condiscípulos anotando a los que adoptábamos conductas incorrectas, que en el lenguaje coloquial se conoce como “portarse mal”. La pérdida del recreo o “quedarse preso” al final de la clase eran castigos habituales para los infractores anotados. Después, cuando fue derrocada la dictadura de Pérez Jiménez supe de las listas que la Policía del régimen, la Seguridad Nacional, tenía de sus enemigos, es decir, de los demócratas.

Durante los 40 años de gobiernos civiles que sucedieron a la dictadura militar, las policías represivas o “policías políticas”, tuvieron periodos de mucha actividad perseguidora, fueron los tiempos de las guerrillas castrocomunistas que pretendieron tomar el poder, y las listas de perseguidos y “sospechosos” eran abundantes: soplones, confidentes y delatores alimentaban con nombres las listas de subversivos y de enemigos, y cuando no existían se inventaban para justificar la existencia de los tenebrosos y corruptos aparatos que se esconden, en todo tiempo y lugar, detrás de las oficinas de “inteligencia” y “contrainteligencia”.

La lista de represaliados perpetuos del régimen chavista la inauguran los aproximadamente 22.000 trabajadores de la industria petrolera venezolana que se sumaron al paro de finales del 2002 y comienzos de 2003. Esa lista contiene los nombres de los “intocables” venezolanos, la casta inferior y más impura entre los “enemigos” y perseguidos del régimen, los parias entre los parias. Muchos de ellos fueron aventados por el mundo entero y trabajan en industrias petroleras de los lugares más insólitos.

La otra lista es más numerosa e igual de aberrante. Su origen viola varias normas de la Constitución venezolana y todos los tratados de derechos humanos suscritos por la república, contiene más de tres millones quinientos mil nombres y lleva el apellido de uno de los más oscuros represores, de evidente catadura fascista, de la contemporaneidad latinoamericana: la lista de Tascón. Quienes ejercimos el derecho constitucional de convocatoria a un referendo revocatorio presidencial el año 2004, tenemos allí inscritos nuestros nombres. La represalia se concreta en una limitación a la ciudadanía venezolana: no tenemos derecho a cargos públicos ni a trabajo en empresas del Estado ni a contratar con éste. La represión a los anotados se aplica por funcionarios del régimen con alborozada eficacia.

Pero de un tiempo para acá, cuando después de 13 años de gobierno revolucionario chavista el país está entre los más corruptos del mundo, entre los de mayor pobreza, con un déficit de 3.000.000 de viviendas, tiene carreteras y hospitales inservibles, más de la mitad de la fuerza laboral sobrevive en la economía informal, con la inflación más alta de occidente, con una deserción escolar escandalosa y los índices de criminalidad (homicidios, robos y secuestros) batiendo récord mundial cada año, al gobierno no se le ocurre otra cosa que abordar mediante listas lo medular del asunto social no resuelto. Es decir, la lista, el instrumento que ha usado para represaliar y perseguir a quienes no aceptan convertirse en súbditos, pasa a ser ahora la carnada clientelista, la fórmula mágica para transformar no la realidad sino el vulnerable espacio donde germina la esperanza de cada pobre o necesitado venezolano.

A los que no tienen vivienda ni cómo comprarla se les ha ofrecido estar en una lista, a las madres adolescentes, sin oficio ni trabajo, en otra; a las madres adultas sin trabajo les han hecho un listado especial, también a los ancianos sin pensión ni seguro. Cada lista es una promesa o una posible donación, cerca de las elecciones, de trescientos o cuatrocientos bolívares al mes, que cada año valen 30% menos por la inflación. El gobierno, que no es capaz de entregar un pasaporte a tiempo ni de tapar el hueco de una carretera, promete hacer, entre otras cosas, 300.000 casas en un año, cada año. Los campesinos sin créditos, tractores o insumos están en otra lista, y ahora, lo último, los que están crónicamente desempleados ingresan a otra lista: es probable que jamás tengan trabajo pero están en la lista, “el gobierno se está ocupando de atenderlos”: vivirán en la lista con sus necesidades intactas.

Las listas, como remedio, vienen de fracasar: fracasaron las listas de cooperativas para sustituir el modelo capitalista y también las listas de las llamadas empresas de producción social (EPS), ¿dónde estarán?, y fracasó la lista de “fundos zamoranos”. Fracasó la lista de Tascón: ahora somos muchos más.

En Venezuela la dictadura populista postmoderna del régimen ha derivado en la manipulación populista de la esperanza mediante listas. Es una nueva forma de fascismo: fragmentar las necesidades insatisfechas y engullirlas en listados separados. Licuar la corrupción y la incapacidad del gobierno en una lotería de ilusiones cultivadas y administradas por una burocracia cínica, corrupta y millonaria.

Desentrañar y desmontar esta sutil perversidad política es una de las tareas de los demócratas que aspiran a una victoria el 7 de octubre próximo. Emocionar con propuestas y ofertas que vayan más allá de los 400 bolívares mensuales de la neodictadura y de las listas engañosas, demanda políticos con mucho talento, pasión y compromiso

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