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¡Rebeldía ciudadana…!

Antonio José Monagas

La historia del pensamiento político, se ha paseado por tantos parajes como situaciones de encuentro o desencuentro puedan definir el discurrir no sólo de formas de gobierno. También de expresiones de poder ciudadano que evidencien distintas posturas del hombre vividas ante contingencias padecidas o aprovechadas en función de objetivos de crecimiento y desarrollo humano y político, concretamente.

Desde deliberaciones llevadas por figuras curtidas por el estudio de las ciencias sociales, políticas y económicas, hasta la incidencia de revoluciones que dieron al traste paradigmas de cerradas expectativas, abonaron el terreno para que el mundo debatiera entre el consumo de ideas que garantizarían el acople del mundo a los cambios que su devenir exige, y su rechazo. Debates de esta naturaleza, sirvieron de lineamientos del desarrollo económico y social que fue permitiéndose a medida que el progreso fue gravando sus efectos.

En materia política, por ejemplo, se entablaron polémicas de toda índole y razón. Así, el mundo comenzó a perfilar sus esquemas de crecimiento. Ideas como las que asentaron la figura del denominado “Estado democrático de Derecho”, fueron esenciales para fundamentar lo que de su praxis o aplicación derivó. De esa forma, surgen los “derechos del ciudadano” los cuales se complementaron con los derechos políticos a partir de los cuales se erigió el “Estado democrático de Derecho”.

Fue el camino para despejarle las dudas que, respecto de su comprensión, se concibieron en el discurrir del ejercicio de la política. Es así como la teoría política, entendida como fundamento de distintas principios a partir de los cuales se estructuraron Constituciones de Estados de concepción democrática, considera tres razones de las que se sirve para articular tres principios claves de la democracia. A saber: “la soberanía reside en el pueblo”. La ley “es expresión de la voluntad general”. Y el que reza que “una sociedad democrática sólo es democrática, si garantiza el respeto hacia esos derechos fundamentales. Asimismo, si se cumple la división o separación de poderes”.

Ahora bien, si estos principios se miden sobre el texto constitucional venezolano, no es difícil inferir que la actual Constitución venezolana, sancionada en 1999, se apega a los mismos. Y en consecuencia, resultaría imposible negar la inspiración que del espíritu democrático, expone. Así que hasta ahí, no hay problema alguno que pueda derivarse de una insuficiente interpretación de la Constitución venezolana pues todas apuntan y apuestan por un ejercicio de gobierno con profundidad democrática. Entonces, la razón de la crisis que hoy agobia la funcionalidad nacional, no tiene otra explicación o fuente que la improvisación. O incluso, puede endilgársele a un proyecto de gobierno montado sobre una ideología cuyo perfil no se aproxima en nada a lo que detenta la referida Constitución Nacional de 1999.

Es ahí, una forma de razonar lo que representó el deslave constitucional que el alto gobierno forjó toda vez que justificó forzosamente el acto electoral del pasado 20 Mayo. A decir de la lectura que anima esta disertación, el régimen socialista obvió importantes derechos y cercenó libertades políticas respaldadas abierta y claramente la Constitución Nacional. De hecho, el reclamo que se dio como resultado de la arbitrariedad demostrada por el alto gobierno al momento de decidir y aplicar un proceso eleccionario extemporáneo, ilegal e inconstitucional, no es otra cosa distinta que negar lo que fundamenta la democracia. Es decir, la participación del pueblo en la gestión pública. Entendiéndose ésta, como un acto de legitimidad ciudadana. Basada en la satisfacción de las necesidades y demandas de la sociedad civil y de la ciudadanía vista desde la representación política del pueblo.

Es lo que, precisamente, le da carácter de participación al ciudadano con las atribuciones y facultades que tan importante proceso merece. Por eso, el problema no se concreta en haber invitado al ciudadano a participar en una elección. Por cuanto la elección, en si misma, no es significativa de los compromisos convocados bajo un sistema democrático. Es mucho más que eso. Es participación relacionada con procesos de información, de control, negociación, acuerdos y de decisión.

Explicado esto, bien puede decirse que las recientes elecciones presidenciales, complicadas con elecciones de parlamentarios regionales y municipales, constituyeron un vulgar remedo de lo que, en tiempos de dictadura, resulta dificultoso. O sea, lograr que el voto genere legitimación, gobierno, participación  y representación. Y nada de eso se alcanzó. Peor aún, el sistema representativo de lo que el Estado venezolano compromete, fue vulnerado pues el domingo 20 Mayo se violaron símbolos patrios, derechos, deberes y libertades. Además, fue pisoteada, y quizás, herida gravemente, la institucionalidad sobre la cual se erige el Estado, sus instituciones, y su condición político-democrática.

Justamente, haber rebotado el llamado a tan absurda convocatoria jurídico-legal, fue apenas una manifestación del rechazo democrático que viene dándose. Pero el mismo fue tan contundente, que fungió ser el arma más contundente que frente a un proceso comicial, se hubiese dado. Fue la mejor demostración de cómo se visibiliza una protesta, de efecto tan poderoso, que sus secuelas habrán de controvertir cualquier presunción gubernamental. Más, cuando intenta validarse a plena luz de la democracia. Aunque esta democracia ha sido vapuleada infinitas veces.

Podría agregarse que el tercer domingo de mayo de 2018, representó un acto histórico caracterizado por la desobediencia cívica y democrática de una ciudadanía cansada de tanto maltrato gubernamental. Además, se puso al descubierto el resquebrajamiento de los factores políticos adscritos al gobierno nacional. Asimismo, quedó en evidencia el miedo que padece el gobierno al momento que se acerca la entrega de cuentas ante la justicia internacional. Definitivamente, ese día de entumecimiento político, dejó ver un acto de protesta se convirtió en otro de dura ¡rebeldía ciudadana…!

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