Cultura

Luisa Elena Betancourt: Arte y Religiosidad-La Corte Malandra

Eduardo Planchart Licea

El arte al hacerse eco de temas esenciales, en un contexto geo-político como es la Venezuela contemporánea, genera propuestas plásticas que no pierden actualidad, sino por el contrario sorprenden al develar a través de la estética dimensiones ocultas del presente.

Esto ocurre con la serie Identidades de Luisa Elena Betancourt, 2011, al plantear una de las causas de la violencia y del dominio de los anti-valores en esta pequeña Venecia. Estos cuadros conjugan la arrolladora fuerza plástica de su cromática, que hunde sus raíces en la abstracción que desarrollo entre los años ochenta y los noventa; mediante lo cual crea tensiones cromáticas que materializan un discurso visual que rehúye de la realidad, para crear atmósferas sugerentes y paradójicas que develan al público el gozo de pintar.

Betancourt materializa la figuración en el universo ritual de la corte malandra, caracterizada por un expresionismo lúdico y conceptual.

Esta obra ha sido expuesta en diversos espacios expositivos de Venezuela y el extranjero. El concepto que la identifica es usado de manera irónica, pues la palabra identidad, viene de latín identitas, que significa lo mismo, posee por tanto dos niveles significativos, la primera, asociada a lo que caracteriza a un ser como único y la segunda, a lo que caracteriza una colectividad, ya sea un país, una etnia, etc.

La artista se aleja de estas concepciones de identidad para darle una connotación cercana a la multiplicidad de identidades de un colectivo y tratar de comprenderlas a través del arte.

Uno de los problemas fundamentales de la Venezuela en las últimas décadas es la violencia, la inseguridad, el secuestro, el sicariato, la narco-guerrilla que la han convertido en uno de los países del planeta con el mayor índice de muertes violentas. Identidades busca responder a la pregunta: ¿Cómo se refleja este rasgo atávico de nuestros ser colectivo en la cultura?

Para indagar en esta dimensión, se dirigió la artista a uno de los espacios, donde se dan con mayor intensidad la violencia: los sectores populares, que han creado una ética, una estética y una religiosidad en función de esta realidad. Y el espacio público, donde se evidencia las concreciones materiales de este valor, son las tiendas de santería, esotéricas, yerbaterias; y los espacios privados como los altares hogareños.

Este espacio de intercambio comercio de la religiosidad popular, se encuentra desde el casco histórico de petare, hasta los barrios de Maracaibo. En ellos, el otro busca la protección que el Estado no le puede dar, como es el derecho a la vida a través de una religiosidad que se centra en los santos de la Corte Malandra: Ismael, Miguel,…. cada uno rodeado de un halo sagrado, de mitos, rituales, oraciones y una iconografía. Estas esculturas de bulto se cubren de plástico transparente y se encadenan entre si a nivel de las piernas a las repisas de las tiendas, para evitar su robo.

Uno de los artículos rituales más buscados son las estampas con su iconografía y oraciones a cada uno de ellos; las victimas buscan con sus oraciones la protección mágica ante el malandraje, la violencia y las balas perdidas; por su lado los delincuentes, buscan evitar ser heridos por balas, o las armas blancas, o ser atrapados.

Incluso se venden milagros o exvotos asociados a los milagros hechos por ellos. Reflejar esta aberrante real religiosidad de trasformar a un homicida en santo es uno de los objetivos de la artista. Pareciera absurdo el surgimiento de una religión con rituales iniciáticos, mitos, jerarquías sacerdotales que tengan como eje la violencia y la impunidad de la silenciosa guerra civil que se vive día a día. Este fenómeno no solo ha surgido en Venezuela, sino en Colombia y México con rasgos propios en cada uno de ellos.

Luisa Elena Betancourt acerca al otro a esta realidad lacerante, lo hizo pictóricamente exorcizando a los integrantes de esta corte y sus objetos rituales de la carga trágica que poseen; lo hace a través de los contrastes cromáticos de su pincelada, que ha caracterizado algunas de sus series pictóricas como los cuadros inspirados en el ave Sorocua (Masked Trogon), en la cual los rojos, azules, verdes y amarillos puros se plasman para crear una atmósfera lúdica.

Esta policromía, que la artista llamara una paleta gozosa, le transmite a esta dura verdad, ludicismo, alegría y musicalidad caribeña. Los personajes sacros que pinta evitan la perspectiva, para acercarse a una figuración cercana al arte bruto y lo naif, para transmitir así el carácter propio de ser expresión de una religiosidad popular.

Son cuadros de gran formato, que buscan tomar las paredes a lo ancho y alto; Luisa Elena desea transmitir la omnipresencia de esta dimensión sobre la que estamos inmersos, y sumergidos. Las telas están ubicadas cercanas al piso, potenciando el movimiento descendente, y el carácter hierático de esta iconografía. Los gestos de los rostros se simplifican al máximo, son casi líneas y puntos, inspiradas en esculturas de bulto realizadas en serie.

De estas pinturas destacan “El malandro Ismael y Miguel” 2011 tienen las manos en los bolsillos, en signo de su total despreocupación, como si en vida hubieran estado más allá del bien y el mal. Las velas, a los pies de estos santos malandros le transiten un carácter ritual.

No se debe perder de vista, que se está ante una religiosidad dinámica, que día a día se va enriqueciendo a través de la oralidad, la cruda violencia y los milagros que se van incorporando a la tradición barrial, que a su vez se convierten en arquetipos de comportamiento.

El espectador desprevenido, podría solazarse y disfrutar de manera plácida por la belleza estética de la propuesta, hasta que mira entre los personajes pistolas, posees malandras, oraciones, y frases que hacen referencia a esta visión del mundo. La palabra asume una carga conceptual y sagrada. Y crea situaciones irónicas, plenas de humor, nacen de un absurdo, transformar la violencia en una manifestación de lo sagrado.

De ahí la facilidad con que se integró a estas cortes espirituales de manera espontánea la Corte Vikinga, los antiguos germanos se caracterizaron por tener una religión fundamentada en la guerra, donde no hay dioses que representen la paz.

A través de frases y oraciones plenas de humor y la representación de la parafernalia ritual de la corte ( pistolas, cachuchas ladeadas, armas blancas) la artista acerca al público a las categorías del pensamiento mágico urbano, y de la psiquis colectiva del venezolano.

Así las oraciones que acompañan estos cuadros, nos trasmiten una filosofía de la vida que funde creencias de la santería afrocaribeñas, con mitos urbanos, y con elementos del cristianismo; creando un sincretismo que nos identifica como país, y explica estéticamente las contradicciones sociales y morales que existen en la Venezuela actual.

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