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Carta a Rafael Arráiz Lucca

Como estás enterado, nuestra Academia Venezolana de la Lengua me dio el encargo de escribir los anales de la Corporación a través  de las anécdotas de sus Individuos de Número que pudiéramos recordar. He venido cumpliendo con esa obligación en forma paulatina y precisamente cuando iba a ocuparme de la prestigiosa personalidad de Don  Edgar Sanabria recibí del distinguido amigo José Manuel Ortega – uno más de quienes han querido prolongar la celebración de mis noventa y cinco años – el obsequio de tu novísima obra CIVILES, que de inmediato leí con el agrado con que siempre he seguido tus producciones históricas y literarias. Leyendo mi última compilación Desde el rincón de mi escritorio,  podrás constatar que yo me he propuesto solicitar la rectificación de cualquier publicación donde aparezcan equivocadamente narrados algunos acontecimientos de cuya verdadera realización tenga yo conocimiento personal. Correspondiendo a tal voluntad, dirigí sendas cartas a mis eminentes colegas Don Ramón J. Velásquez y Alexis Márquez Rodríguez en las que los invitaba a modificar ciertas erróneas manifestaciones que aparecían en recientes producciones suyas. Gallardamente uno y otro no tuvieron a menos reconocer  las faltas y presentar de nuevo los hechos en su correcta versión.

Hoy me ha sorprendido que entre las personalidades que tú justicieramente exaltas por sus eminentes trayectorias, no aparezca  mi amigo, profesor y eminente colega universitario Don Edgar Sanabria. Limitándome a José María Vargas y a los contemporáneos – Rómulo Gallegos, Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Arturo Úslar Pietri, Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez – en nada tengo que objetar el puesto que tú les asignas, ya que todos contribuyeron efectivamente, en uno u otro modo, a la instauración  de un sistema democrático en nuestra República.

Volviendo al caso de Edgar Sanabria, lamentablemente muchos compatriotas sólo lo conocen “como el flaco Sanabria” y por sus anécdotas llenas de humor, pero cuya íntima significación desconocen. Por ejemplo, sus discípulos recuerdan que colocaba su revólver sobre el escritorio en su tarima de profesor cuando dictaba sus clases de Derecho Romano o de Derecho Civil en la Universidad Central de Venezuela. ¿Por qué lo hacía? Un día me explicó su razón: “Yo tengo una contextura  física muy débil y esto me sirve para igualarme con cualquiera que pretenda ofenderme o humillarme”.

Tampoco olvidan su particular habilidad para leer corridamente trozos completos de cualquier libro en dirección contraria a la de la letra impresa.

En el discurso que me correspondió pronunciar el 24 de abril de 1991, con ocasión del homenaje que le fue tributado por las Academias Nacionales, pude relatar algunas de las llamadas sus excentricidades y premoniciones que en cierta medida caracterizaron su existencia.

Al respecto citaré primeramente una que corresponde a su intimidad:

“Estando una noche de visita en mi casa de La Castellana, el Dr. Edgar– como a veces él mismo gustaba de nombrarse – nos dice de repente a mi mujer y a mí: – Ya saben que yo seré el padrino de su próxima hija. En nuestro matrimonio ya habíamos procreado dos hijos, varón y hembra, y para aquel momento no había ningún otro en camino. Fue grande nuestra sorpresa, emoción y regocijo ante tan espontánea manifestación de afecto. Casi dos años después nació nuestro tercer descendiente, precisamente una hija, a quien pusimos el nombre de Luisa, en recuerdo de mi madre muerta. Naturalmente el Dr. Sanabria fue el padrino. Así se estableció un nuevo vínculo espiritual entre nosotros.” 

En las líneas que escribió, en el liminar  de la edición de  ese discurso,  nuestro dilecto e inolvidable Oscar Sambrano Urdaneta, observó lo siguiente: “No me cabe la menor duda de que nadie como De Sola hubiese hecho mejor el elogio del doctor Sanabria. No es frecuente que una pieza para ser leída en una ceremonia académica tenga los aciertos de esta página en las que se conjugan la inmediatez y autenticidad de las vivencias del discípulo y del maestro, los lazos de una amistad próxima y entrañable, con la palabra feliz del expositor, cuya experiencia en varios campos de las ciencias jurídicas y de las letras, es bien conocida y celebrada.” 

La otra se refiere a una nota que estampé a pie de página en mi obra Balance inconcluso de una actitud universitaria, con motivo de una carta que me dirigió desde Bogotá el Reverendo Padre Félix Restrepo cuando todavía el Dr. Sanabria no había ejercido ninguno de los importantes cargos que el destino le tenía reservados. Posteriormente ocurrieron los importantes sucesos que culminaron el 23 de enero de 1958 y que devolvieron a nuestro pueblo la posibilidad de crear un sistema institucional del gobierno fundado en el respeto a las libertades públicas y a la dignidad humana. “El gobierno surgido del movimiento cívico-militar, llamó a colaborar al Dr. Edgar Sanabria como Secretario de la Junta de Gobierno y posteriormente – al ser ésta restructurada – entró a formar parte como Miembro, y más tarde pasó a presidirla. Como Secretario, Miembro y Presidente de la Junta de Gobierno, demostró poseer extraordinarias cualidades para el manejo de los asuntos públicos, perspicacia para juzgar a los hombres y escoger sus colaboradores; honestidad acrisolada en la administración de los dineros de la colectividad, y carácter para afrontar las difíciles situaciones políticas que se le plantearon. En el breve lapso de tres meses durante los cuales el Dr. Sanabria presidió la Junta de Gobierno, se llevaron adelante obras de importancia fundamental para el progreso del país y se adoptaron decisiones de orden económico, fiscal, político y cultural de evidente y trascendental utilidad para la Nación. El Dr. Edgar Sanabria presidió las elecciones más pulcras realizadas en Venezuela que constituyen la génesis del régimen constitucional, y con justificado orgullo pudo decir; “Hice por entregar el poder mucho más de lo que cualquier otro hubiera hecho por conservarlo”. Como Ministro de Justicia y Ministro de Relaciones Exteriores de la Junta de Gobierno presidida sucesivamente por dos grandes venezolanos – Wolfgang Larrazábal y Edgar Sanabria –, no puedo ocultar mi satisfacción por el hermoso y ejemplar período en que me tocó asumir funciones públicas. Como amigo del Dr. Sanabria y como venezolano, me place que su actuación pública no haya defraudado la fe que sus discípulos teníamos en su capacidad y que la nota anterior se encuentre hoy avalada por los hechos. (Abril de 1960).”

Cuando elevado a la posición de Presidente le tocaron por primera vez el Himno Nacional, seguramente se reprodujo en su mente un imagen de cuatro lustros atrás. De haber estado presente, lo mismo le habría ocurrido al Dr. Ramón J. Velásquez. Saliendo este último de la Universidad Central, encuentra a la puerta de la vecina Biblioteca Nacional al Dr. Edgar Sanabria, con quien se detiene a conversar. Enfrente, en el Capitolio, acaban de instalarse las Cámaras Legislativas y empiezan a resonar las notas del Himno Nacional. Velásquez recibe, con tenue sonrisa de incrédulo o sorprendido, esta manifestación de Sanabria: – No olvides esto, Ramón. Algún día a mí me van a tocar el Himno Nacional. 

Dentro de las dimensiones de un discurso me era imposible precisar las muchas ejecutorias del Dr. Sanabria que le otorgan muy especial relieve en la historia política nacional. No se ha escrito todavía una obra que analice todas las realizaciones de lo que él mismo llamaba “el gobiernito,” por su diminuta duración de sólo ochenta y ocho días. Hasta ahora esa injustificable ausencia ha sido cubierta en pequeña parte, pero muy bien lograda, por la investigación realizada por el esmerado escritor Adolfo Borges para la Biblioteca Biográfica Venezolana del diario El Nacional y la Fundación BanCaribe.

Tomando como guía para esta apresurada intromisión mía, el meritorio trabajo de Adolfo Borges, no me es posible concluir esta misiva sin poner de relieve algunos hechos de los que enaltecen la figura procera de Edgar Sanabria.

El Presidente de la Junta de Gobierno goza de una gran popularidad y recibe el apoyo de URD (Unión Republicana Democrática) y del Partido Comunista, para que lanzara su candidatura. Sanabria le había aconsejado que más le convenía mantenerse en el ejercicio de su cargo, con estas palabras: “Mejor te quedas en la Junta, y es un consejo que te doy que no es interesado, al contrario, es contrainteresado. Porque al tú irte, quedo yo de Presidente.” Larrazábal acepta la candidatura pero respeta el compromiso de la Junta de llevar al país a unas elecciones limpias y sin ventajismos. La mayoría de los miembros de Gabinete le habíamos pedido que renunciara a su cargo para evitar malas interpretaciones. No duda Larrazábal en respetar esta promesa y se retira del Gobierno el día 13 de noviembre de 1958. Larrazábal en un gesto hermoso de su espíritu democrático acoge sin reticencias la solicitud de sus Ministros y resigna el cargo, que de inmediato es asumido por Edgar Sanabria.

Desde el mismo día de la posesión del cargo de Presidente demostró su capacidad y valentía para afrontar con dignidad los problemas que se le presentaron. No le faltó coraje para enfrentar a militares presuntamente conspiradores con estas palabras: “Sepan ustedes que aquí tengo yo este revólver; si llega a haber un golpe los primeros muertos van a ser ustedes. A mí me matarán, pero a uno de ustedes me lo llevo por delante.”

Se trata ésta de una frase equivalente a la que hace honor al héroe civil José María Vargas (El mundo es del hombre justo) al rechazar el ataque brutal de Pedro Carujo. Sanabria se adelanta a los acontecimientos. Hay que reconocer el efecto persuasivo que tuvieron sus palabras para frenar las maniobras conspirativas que amenazaban a su incipiente gobierno.

Como una decisión soberana, sin consultar con nadie, el Gobierno de Sanabria toma la decisión de derogar, por decreto el 19 de diciembre de 1958, la Ley de Impuesto sobre la Renta del año 55, lo que le permitió elevar la participación de la Nación en el producto de la explotación petrolera del 50 al 60 por ciento. El Presidente de la Creole, Harold Warren Haigt, declaró que Venezuela había ignorado los derechos adquiridos por su empresa y había también ignorado la obligación moral de negociar.

La Junta de Gobierno replicó en la voz de su Ministro de Minas e Hidrocarburos, doctor Julio Diez, que no se trataba de relaciones    contractuales sino de un acto de soberanía. Dada la violencia de sus acusaciones, el Presidente de la Creole fue declarado persona no grata y su visa para la entrada al país fue cancelada.

Nombrado el Sr. Arthur T. Proudfit nuevo Presidente, solicita una entrevista con Sanabria, quien lo recibe en su Despacho y, con una habilidad extraordinaria, logra mantener una conversación cordial con aquél y – según lo anoté en mi referido discurso – hablaron de todo lo humano y lo divino sin siquiera tocar el escabroso tema  que motivó la salida de Haigt.

Como profesor universitario y luchador que había sido en defensa de su autonomía, Sanabria hizo honor a tales antecedentes y, con el apoyo de su Gabinete Ejecutivo, dicta el 5 de diciembre de 1958 una nueva Ley de Universidades, donde se reconocen plenamente su autonomía y los principios democráticos que deben regirlas.

Caraqueño universal, deja como colofón de su luminosa gestión de gobierno, el decreto de 12 de diciembre de 1958, que crea el Parque Nacional El Ávila, con lo que demuestra su honda  preocupación por la conservación de los recursos naturales y el amor s su ciudad natal.

Y a estas alturas me pregunto yo: ¿No constituye un lamentable olvido que tan brillantes  ejecutorias se hubieran omitido en una bella obra destinada a la  identificación de los CIVILES que lucharon por la implantación de nuestra institucionalidad democrática?

Querido colega: Termino pidiéndote excusas por mis palabras aunque ellas no están sustentadas sino por un sincero espíritu de apoyo en la consolidación  de verdades históricas indiscutibles.

Con la reiteración de mis felicitaciones por la importante labor que vienes realizando en el campo de la historia y de la literatura, me suscribo afectuoso y consecuente amigo,

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Un comentario

  1. Escrito de contenido importante y ameno. Habría sido preferible señalar en qué consistieron esas «erróneas manifestaciones» que invitó a modificar a Don Ramón J. Velásquez y Alexis Márquez Rodríguez. La anécdota del revólver sobre el escritorio del salón de clases toma significación si recordamos que en la época de guerrillas y malandros gatillo alegre, ocurrieron muchos crímenes absurdos, a manos de cobardes envalentonados por las armas y el anonimato con fachada de redención social, como los que asesinaron al profesor Ramírez Labrador en el Nocturno que funcionaba en el Liceo Andrés Bello. A Sanabria se le adjudica la anécdota de que, siendo nuestro Embajador en el Vaticano, estando solo frente al trono papal no aguantó la tentación de sentarse en él, y fue cazado infraganti, lo que motivó el cese de sus funciones diplomáticas en esa sede. René De Sola nos aclarará si eso sucedió así. Y realmente «el flaco» Sanabria merece que le incluyan en las memorias de la Venezuela construida por CIVILES, tiene muchos más méritos que un reposero no nacido en nuestro territorio, servil a los intereses de la dictadura castrista, y responsable por la Represión más BRUTAL e INJUSTIFICADA que en Venezuela hayamos conocido.

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