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El colaboracionismo, pecado grave

Y si se quedara en eso, pase: sería una imperfección del alma decidida voluntariamente por un individuo, y de la cual ha de rendir cuenta cuando se enfrente al duro ceño del Creador.  Pero es más que eso: es un delito grave.  Porque va contra el espíritu de la nación y atenta contra la cultura del país; ergo, es una traición a la patria.  Empecemos por la definición que nos trae el DRAE: “Colaboración con los invasores de un país o con un régimen establecido ilegalmente en él”.  El señor Wikipedia es un poco más específico: “Actitud o ideología de quien apoya o colabora con un régimen que la mayoría considera opresivo, en especial con las fuerzas enemigas que han ocupado su país”.

Quizá los casos más paradigmáticos de colaboracionismo fueron los del mariscal francés Philipe Petain y del noruego Vidkun Quisling.  El primero, cuando Francia fue invadida por las tropas alemanas, siendo mariscal y miembro importante del gobierno, se entrevistó con Hitler y aceptó ser la cabeza de una república francesa de parapeto que estableció su capital en Vichy.  Desde allí, dirigió un régimen autoritario y racista que entregó franceses —por razones de antagonismo político o por origen étnico— a los alemanes hasta que los esfuerzos conjuntos de los invasores aliados y los grupos de maquisards que formaban parte de la resistencia francesa lograron su caída, en 1944, cuando Francia fue liberada.  Petain fue juzgado y declarado culpable de realizar actividades de inteligencia con el enemigo y por alta traición.  Fue condenado a muerte, a la “degradación nacional” y a la confiscación de sus bienes.  Debido a su avanzada edad, la pena de muerte fue conmutada por cadena perpetua.  El segundo, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se entrevistó con Hitler y le pidió la inmediata ocupación de Noruega por las tropas alemanas.  El enviado del gobierno nazi intentó el monarca noruego, Haakon VII, nombrara primer ministro a Quisling.  En actitud gallarda, el rey se negó; por lo que los alemanes impusieron a su elegido como primer ministro de un gobierno títere que respondía al comisionado del III Reich.  Colaboró con las tropas de ocupación, fue el responsable del traslado de miles de judíos noruegos a los campos de exterminio alemanes y declaró a Noruega estado fascista, por lo que la familia real se vio obligada a abandonar el país.  Desmandó en Noruega hasta que, en 1945, las fuerzas aliadas expulsaron a los alemanes.  Fue juzgado por un Consejo de Guerra bajo las acusaciones de criminal de guerra y de colaboración con el enemigo. Fue condenado a muerte y fusilado.  El apellido Quisling ha quedado como sinónimo de traidor o colaboracionista.

Pudiera seguir nombrando colaboracionistas como Pavelic en Croacia, Antonescu en Rumanía y Horthy en Hungría —todos ellos, antisemitas y afines al nazismo; pero creo que ya el retrato ha quedado claro: colaboracionista es todo aquel que tiende a auxiliar o cooperar con una potencia extranjera, o un régimen, en contra del interés nacional, en contra de lo que la mayoría considera que deben ser los objetivos nacionales.  No importa los motivos que los animan; puede ser anímicos: afinidad ideológica o coincidencia con los objetivos del invasor, o por recibir coacciones y sentir temor.  Pero, en estas latitudes, parece que los principales motivadores son la esperanza de obtener dividendos políticos personales y el afán de lucro.  Si los primeros pueden a llegar a ser excusables porque están basados en confusión intelectual u obnubilación mental, los segundos son despreciables desde todo punto de vista. 

 En la actualidad, cuando una mezcla inenarrable de políticos con tendencia autoritaria, militares que dejaron de lado el pundonor profesional y caudillos de bandas criminales se ha apoderado del país —apoyados por fuerzas extranjeras en las cuales descuella la cubana— para enriquecerse a costa del bien común, todo venezolano que tenga sangre en las venas está en la obligación de oponerse a esos designios.  Esa ha sido la constante en estos veintidós largos años.  Ha costado la vida de muchos paisanos, la prisión o el exilio para muchos otros.  Por ello, no puede ser vista de buen grado la actitud de algunos, muy pocos pero con mucha presencia mediática, que se prestan para colaborar en la perduración de un régimen que aceptó la invasión de colonizadores cubiches y la expoliación de las riquezas del país por parte de chinos, rusos e iraníes; más las “importaciones” de guerrilleros colombianos que se han enseñoreado en medio país.

Esa es la estrategia de quienes han usurpado el gobierno y las demás instituciones vitales para el país.  Necesitan evitar que la oposición se organice en un solo bloque para derrocarlos.  Y para eso, nada mejor que buscar su división.  Es aquello tan viejo como “divide y reinarás”. 

En el momento actual, cuando lo que se requiere es unidad y consistencia nacionales, es una clara ofensa lo que hacen quienes se pliegan a cualquier iniciativa, sobre todo electoralista, propuesta por el régimen y que, por el contrario, critican abiertamente a los factores que pueden ser LA alternativa democrática al estado actual de cosas.  Eso de reconocer, d’emblée, que las elecciones convocadas por un CNE espurio designado por un TSJ ilegítimo que fue designado por una AN fraudulenta, es como mucho con demasiado.

Pero hay quienes aceptan los chantajes gobierneros y están chingos por anotarse como candidatos a lo que sea, aunque las condiciones no estén dadas para que resplandezca la voluntad de los votantes.  Eso de que dos miembros del CNE (los que se supone representan a la oposición) salgan con declaraciones penosas que significan el reconocimiento de facto de que no hay división de poderes en el país.  Uno salió a decir que en las votaciones “habrá un proceso medianamente transparente”; vale decir: mediocremente, apenas transparente.  Lo cual es de una imbecilidad absoluta.  Y el otro se ofreció para conseguir una “amnistía” a los inhabilitados que se anoten como candidatos.  ¿Y a los demás, que se los coma el tigre?  Una declaración desafortunada que es una profunda transgresión ética.

No solo son colaboracionistas quienes actuaron para que el TSJ les quitara a los nombres, símbolos y tarjetas a AD, PJ, VP, y Copei y se los entregaran a ellos.  Ni los pocos que saltaron la talanquera y defienden constantemente al usurpador y sus cómplices.  Los mencionados en el párrafo anterior, también…

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