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El gigante del miedo

El miedo es una respuesta emocional natural ante la percepción de una amenaza, ya sea real o imaginaria. Es una sensación vital que ha evolucionado para ayudar a los organismos a sobrevivir, alertándolos de posibles peligros. Al entender el miedo como esa sensación vital que nos alerta para preservarnos de un peligro inminente, entonces entendemos que el miedo puede ser positivo; de otra manera, si no sintiéramos miedo nunca seríamos capaces de discernir el peligro y, literalmente, seríamos atrapados por todos los lobos.

Sin embargo, qué ocasiona que la mayoría de nuestros miedos sean más originados por nuestra mente que reales. La mente responde a experiencias traumáticas del pasado trayéndolas al presente; con tan solo un pensamiento que pareciera invadirnos como con la velocidad de un rayo. Pero, al pasar despierta un recuerdo, se anida y se hace tan real en nuestro interior, como la realidad que podemos palpar externamente. El impacto del miedo puede comprometer nuestra salud mental y física, puede aislarnos como individuos y retraernos a un mundo que se va haciendo cada vez más oscuro y difícil de superar, aunque solo tenga lugar en nuestra mente.

Abordar el miedo implica comprender sus raíces y encontrar estrategias adecuadas para vencerlo. Aprender a gestionarlo de manera saludable nos conduce al crecimiento personal; para esto la terapia cognitivo-conductual y la exposición gradual a los miedos con técnicas de relajación son enfoques comunes. La autoexploración y la construcción de resiliencia son elementos clave para cambiar la perspectiva sobre el miedo y transformarlo en una oportunidad de aprendizaje. Sin embargo, como todo proceso merece dedicación, atención y tiempo.

En nuestro mundo actual donde cada vez nos hemos emancipado más en muchas áreas del quehacer diario, esta libertad nos conduce a tener la voluntad de querer controlar todos los eventos y situaciones, dejándonos totalmente vulnerables ante la incertidumbre del futuro. Mientras más nos aferramos a un futuro que se despliegue ante nosotros tal como lo hemos pensado y cuidadosamente planeado, mayores serán las posibilidades que ante cualquier disrupción terminemos sintiendo pánico. Por el contrario, cuando aceptamos que no tenemos el control de todo, cuando nos rendimos ante las infinitas posibilidades de que lo incierto puede sorprendernos gratamente, maravillosamente; entonces, podemos enfrentar mas miedos reales y menos imaginarios.

Por supuesto, esto es muy fácil decirlo, lo difícil es llevarlo a una práctica cotidiana. Por esa razón, me impresiona cuando leo que algunos expertos en las Sagradas escrituras sostienen que la frase: “No temas”, está escrita en la Biblia 365 veces. Algo así como un recordatorio de que todos los miedos, reales o imaginarios, pueden ser vencidos mediante la comunión con Dios. Uno de mis favoritos es Isaías 41:10 porque lo siento muy directo, muy personal, muy íntimo: “No temas, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa”.

Sin duda, una promesa que podemos tomar como ancla espiritual. Porque el miedo nos paraliza, nos invade con una sensación de estar perdidos aún en los sitios más íntimos y comunes de nuestra vida. Cuando el miedo al futuro asalta, hace que el devenir luzca sin atractivo para desearlo, genera una sensación de vacío que nos incapacita para abrir la cortina y ver el sol brillando en todo su esplendor; porque nos obnubila de tal manera que puede convertir el jardín del momento presente en la noche más oscura. Precisamente, porque allí se encuentra la razón del miedo, cuando nos desconectamos del hoy, del día que Dios nos dio, de lo único que realmente tenemos, el presente.

Cuando constantemente insistimos en el pensamiento que nuestros mejores años son los que están por venir, que es allá en nuestro futuro cuando vamos a ser felices. Entonces, de repente comienza a surgir el cómo lo haremos, la ansiedad se apodera de nuestra mente y subyuga nuestro cuerpo modificando miles de procesos saludables en nuestra contra. De ninguna manera, estamos expresando aquí que no debemos planificar nuestro futuro, proyectarnos para alcanzar metas, esperar con alegría algún encuentro; en fin, las miles de posibilidades que existen cuando en el presente vamos construyendo lo que será el porvenir.

No obstante, cuando en el presente nos conectamos de todo corazón con Dios, cuando nos hacemos conscientes que el primer propósito de cada ser humano es el encuentro con su Creador, surge una increíble armonía en nuestro ser interior, la ansiedad es sustituida por una sensación de tranquilidad que nos proporciona seguridad y una paz que sencillamente se hace indescriptible, la paz de Dios. Un estado de bienestar interior que nos impulsa a disfrutar de lo que somos y tenemos hoy. Un estado de bien tan profundo que se traduce en excelencia en todo lo que hacemos. 

Bien le aconsejaba el apóstol Pablo a su discípulo e hijo espiritual, Timoteo, al decirle: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” II Timoteo 1:7. Al estar anclados en Dios, su poder y su amor fluyen en nuestro espíritu. Y que precioso es experimentar que a través de su poder y amor lo primero que podemos conquistar es nuestro propio ser; ya que nos otorga el domino propio para no sucumbir como víctimas del miedo. La mejor arma contra este y cualquier otro gigante es rendirnos a Dios, hablarle en oración, anclarnos a esos 365 versos que comienzan diciéndonos: “No temas”.

“Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque el SEÑOR tu Dios estará contigo a dondequiera que vayas”. Josué 1:9.

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