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¿Es compatible la revolución democrática con Europa?

El marxista y economista francés Christian Palloix planteó con acierto, que el proceso de internacionalización fue la respuesta del capitalismo a la crisis de la década de los setenta del siglo pasado. Dicho proceso tuvo concreciones nacionales, que en el caso Español, pasaron por la adhesión el 12 de junio de 1985 a la CEE, hoy UE.
Frente al agotamiento del modelo económico y político español heredero del desarrollismo franquista, con la entrada en la UE el capitalismo español asume su forma contemporánea, en torno a su plena inserción como periferia en la globalización y la asunción de un modelo de democracia representativa con primacía del capital privado.
La entrada en la UE otorga la dimensión cualitativa definitoria al régimen económico y político español actual, al ser el elemento determinante del consenso social que ha marcado la vida política española en estas tres décadas. Para decirlo en una frase, el elemento definitorio de lo que llamamos Régimen del 78, no es tanto la Constitución o el bipartidismo -que serían más una consecuencia-, como la idea de Europa.
El acuerdo con la UE se desplegó en la larga onda depresiva de finales de los setenta que cerró la etapa que permitió el desarrollo de las constituciones sociales de la segunda posguerra mundial. Esta diferencia adquiere todo su significado considerando que, si la adhesión a la UE permitió a la economía española beneficiarse subsidiariamente del auge de la economía europea, el acuerdo con Europa supuso el desarme de la economía española y una dejación de soberanía política, que ha supuesto una paulatina pérdida de independencia y la supeditación a la política económica comunitaria dominada y regida por la países más potentes de la UE, que particularmente marcan nuestra dependencia del capitalismo alemán.
El acuerdo de adhesión a la UE hizo avanzar a un ritmo extraordinario la internacionalización de nuestra economía a costa de serios problemas y desequilibrios que con la crisis actual se nos presentan con toda su crudeza. Entre esos problemas puede resaltarse en primer lugar, las repercusiones adversas sobre el empleo. La liberalización e intensificación de los intercambios comerciales y financieros suponen una desviación de la demanda hacia las importaciones, que representa una pérdida considerable del crecimiento potencial de la producción nacional y del empleo. La ampliación del déficit comercial implica fomentar la producción de los países extranjeros en perjuicio de la producción propia, que explica en gran parte la situación de paro estructural que vive nuestro país.
En segundo lugar el enorme déficit comercial acumulado se ha traducido en un grave empeoramiento de la balanza por cuenta corriente, que está en el origen de la dependencia económica y política que nuetro país tiene respecto del capital financiero internacional, que explican hechos como la entrada de España en la OTAN o la reciente reforma del artículo 131 de la CE.
Por último hay que señalar que no hay economía capaz de sostener durante mucho tiempo un déficit exterior tan profundo. Surge así el tercer problema, la asunción del ajuste salarial como política económica central de nuestro país. El problema de la inevitable depresión de la economía propia de todo país sometido a un fuerte desequilibrio exterior, que como en el caso Español, al abandonar toda política monetaria propia, obliga a mejorar nuestra posición en el mercado mundial por vías distintas a la devaluación, lo que fuerza una política antiinflacionista rigurosa que descansa sobre los salarios, que hace del ajuste  salarial y de la precariedad la característica central de modelo social de nuestro país.
En el marco de la crisis actual y a tres décadas de nuestra entrada en la UE, cabe preguntarse si es posible la revolución democrática que propugnamos desde la izquierda con el proyecto europeo. Para responder a esta cuestión tal vez deberíamos mirar a Grecia y sacar conclusiones, no vaya a ser que en aras de una ambigüa «extensión electoral» la izquierda pierda la profundidad política, que a la larga, puede ser letal.
Dedicar este artículo a Pedro Montes, economista y militante de la izquierda transformadora, que durante décadas nos advirtió, casi en solitario, de lo que se nos venía encima.
*Jurista hispano-venezolano. Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca, en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) e investigador del Departamento de Economía Aplicada I en la UCM. En Público.es, 12.06.15
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