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La Memoria Social

Mi memoria es magnífica para olvidar”

Robert Louis Stevenson

Dr. José Miguel López C. MD, Msc.

La memoria social se comporta de manera muy similar a la memoria individual. El recuerdo (del político) se establece cuando el estímulo es persistente, novedoso o impactante (propaganda, discursos, imagen), como el caso de un nuevo personaje, candidato a liderar y que noche y día es visto en redes, foros, concentraciones, así la sociedad pasa de no saber cómo se llama, a hacer juegos con su nombre. Cuando el estímulo se extingue, cuando el personaje político ya no es tan protagonista o el interés se pierde por alguna razón, deja de tener la presencia mental que en la memoria social se hubiese esperado, se reduce la información de ingreso (income) y sobreviene el olvido. También la sociedad tiene una memoria a corto, intermedio y largo plazo. La memoria a corto plazo social graba los estímulos de poca intensidad, duración y permanencia en el tiempo, en el caso del personaje político que hace ejemplo al relato, la sociedad graba la imagen y el discurso antes que las características personales. Conforme aumentan las interacciones en los medios comunicacionales, se van agregando a la memoria colectiva detalles como el nombre, la familia, el timbre de la voz de manera que sea reconocible, palabras claves acuñadas por el hablante. Conforme aumenta la exposición del personaje en el escenario social vienen las órdenes: el personaje da instrucciones de acompañamiento y es cuando se dan concentraciones y donde la sociedad da señales de obediencia irrestricta al líder emergente, a ello se le conoce como memoria intermedia o ejecutiva, y por último la memoria social de evocación o el recuerdo de lo más antiguo y que en las sociedades se ven de maneras, a veces, muy anecdóticas y donde el recuerdo de actitudes similares a las que esgrime el emergente, comparándolo con líderes del pasado y correlación con tal recuerdo que tan bien o mal lo hace. En pocas palabras, la memoria corto plazo social toma interés, la memoria intermedia social acata órdenes y la memoria de evocación social compara con situaciones antiguas similares. Si el objetivo político a ser recordado por la masa, resulta lo suficientemente agradable para la salvación de todo lo perdido, el resto de los copartícipes del líder tienden a ser reducidos de sus pasados más oscuros mediante un efecto llamado sublimación y que busca trasladar un poco de la “bondad” de ese que “nace”, al resto de quienes lo apoyan, quedando “ungidos” con el mismo “manto de misericordia social”. La memoria social, al igual que la individual, puede ser influenciada, inclusive deformada, de manera primaria o secundaria, es decir por evidencia de primera mano o por relatos de terceros, esta última es la que más contribuye a sembrar en la memoria colectiva elementos que puedan realzar o reducir un determinado hecho, lo cual se ve mucho en política con los grupos de apoyo al candidato y que realzan en sus discursos soporíferos aquellos fundadores del partido, aquellos que tuvieron la idea primigenia y los muestran como héroes y paladines de la moral, en cambio con los adversarios se hacen campañas de descrédito que deforman lo que pudiese ser la verdadera esencia de estos personajes. Una diferencia fundamental de la memoria social con la individual es la capacidad de la segunda para negociar. Las masas tienden a la irracionalidad ya que el apoyo colectivo genera empoderamiento, por ello cuando la memoria que tiene la masa acerca del candidato lo olvida por no cumplir sus expectativas, cuando la sociedad coteja la memoria pasada de aquello que fue dicho con lo visto en el presente, sobreviene el castigo, el desprecio, la descalificación, en particular en situaciones donde la convivencia y la satisfacción de las necesidades básicas se encuentran comprometidas, como en las naciones con crisis de supervivencia social importante. Por el contrario, el individuo tiende a ser más manipulable y tiende a negociar, a suprimir sus propios criterios para dar cabida y apoyar las nuevas proposiciones, reagrupándose como masa condicionada. Se habla de la facilidad que tienen los humanos, tanto individuales como en sociedades, para olvidar, en particular eventos que, o bien generen trascendencia o que, por el contrario, resulten en sí mismo rutinarios. Entre estas dinámicas, las políticas agrupan ambos, lo insignificante y lo sideral. Para ejemplificar los grupos se puede decir que las crisis sociales, catástrofes, hambrunas, en sí mismas son acontecimientos singulares, a veces persistentes en el tiempo, que rompen un bienestar previo y que llevan al olvido social del fenómeno para soportar la existencia. Se comentó sobre el grupo social al que le sobreviene la catástrofe, pero existe otro modelo donde la sociedad con bienestar perdurable en el tiempo, creciente en su economía y creyente en la inmortalidad de su prosperidad, es alcanzada por el socavamiento lento y silencioso de quienes deberían garantizar la paz nacional. El apolillamiento de las bases estructurales del funcionamiento óptimo de la sociedad, y la catástrofe social tras el derrumbe de esas bases. Un ejemplo es el país próspero que descuida sus valores ciudadanos y su arraigo de patria haciéndose vulnerable a la captura y sometimiento por entes esclavistas. Por ello se insiste tanto, en particular en aquellos grupos sociales más cultos, que el aprendizaje de la historia y por supuesto los recuerdos más emblemáticos derivados del mismo, hacen que los errores que otros cometieron no se repitan. Algunos autores han esbozado, al mejor estilo del arte del bonsay, que repetir una y otra vez eventos sociales que pudieron ser evitados (conflictos, crisis y decaimiento poblacional), se convierte en una poda de la nación que la hace tener, al cabo del tiempo, todas las características de las grandes naciones, pero en formato controlable del árbol recio y pequeño, donde el dicho “menos es más” cobra vigencia. Los pequeños países europeos deben en parte su éxito a haber logrado que el mensaje relacionado con los años de tormento vividos, no sean olvidado por sus ciudadanos y la frase “nunca más” se hace patente día a día en todos los grupos etarios y, para sostener que la memoria colectiva sobre lo conveniente para el país se mantenga, resulta imprescindible que la ignorancia social este reducida a mínimos casi despreciables, permitiendo que la aquiescencia automática al discurso no exista. El cerebro como cada órgano, trata de deshacerse de lo dañino y pernicioso, en la mayoría de los casos, de todo aquello que no le es útil, de todo aquello de lo cual no puede obtener una ganancia o que lo puede afectar. De igual forma ocurre con las crisis sociales que son fuente de dolor y pena, que despiertan la ira y la tristeza colectivas e individuales por su profunda injusticia, y donde el cerebro coloca esas circunstancias en un espacio en donde no sean de acceso fácil para mantener la paz mental, haciendo soportable la existencia. En otras palabras, el cerebro olvida la profundidad de los obstáculos en el desarrollo social, propios o secundarios, para hacerlos llevaderos, y ese olvido social profundiza el olvido individual. Existen evidencias experimentales que califican tales acontecimientos extremos sociales como neurotóxicos, es decir, las hambrunas, la inflación y muchas otras, por la magnitud de la ansiedad, la tristeza y la ira que generan. Esta neurotoxicidad secundaria a los eventos propios de las crisis sociales, alteran bien sea la estructura o la función del cerebro, o ambas, todo dependiendo de la intensidad de la experiencia, la duración y la vulnerabilidad individual y social. La mente busca defenderse de todo aquello que le hace daño a través, entre otras formas, del olvido, que reduce la tortura psicológica que tiene presentaciones temporales tal como en el cuento de Dickens, las propias del pasado y que se puedan de nuevo presentar, las propias del presente y que se viven en toda su crudeza y aquellas del futuro que propician el desamparo y la oscuridad del horizonte. Lo social no es lo único involucrado, sino que lo político y los políticos también. Los eventos que reducen la capacidad de los políticos para ser electos como representantes de la sociedad, en toda su amplia gama, curiosamente y de manera contraria a la lógica tienden a ser olvidados, por lo menos como opción a ser votados para liderar o representar, por ejemplo características como la poca preparación de un candidato o la existencia de un prontuario criminal, o ambos, tienden a ser más olvidados socialmente que usados para eliminar cualquier posible candidatura de tal perfil. Tales eventos a saber: Ignorancia Basal: falta de mecanismos de manejo gerencial que se traduzcan en sufrimiento social, lo que sería pecar por parte del político, de incompetencia, soberbia, incultura, estupidez entre muchos otros desempeños humanos. Prácticas Deshonrosas y Delincuenciales: la sustracción de los bienes del Estado, la ruptura de los mecanismos de control y la cooperación deliberada con aquellos que hacen daño a la estructura nacional, conformarían los que pecan por acción, pecado bastante más grave y que incluye muchos más grupos. Son aquellos que, de manera comportamental, flagrante e inclusive sin ocultamiento, perpetran el delito contra la propiedad pública. Ambas reducciones, por imbecilidad o deshonestidad, colocan al político en una situación de merma que, inexorablemente, conduce al olvido. El político en los países más latinizados tiende a ser olvidado por la historia que ha dejado, en general de desmanes y desaciertos, el olvido como forma de extinguir la ira propia de la injusticia, pero también puede ser recordado, quizás por cosas buenas realizadas, pero más por escándalos, ocurrencias, frases infelices o eventos que fijen en la memoria colectiva al ser de carne y hueso y no a la “deidad”. De aquí parte el principio que reza sobre las acciones y no los seres, las que se recuerdan. Van Gogh no es una persona en la memoria colectiva, es un cuadro, Beethoven es una sinfonía, Einstein es una fórmula, Saher es un pastel, Eiffel es una torre, Roosevelt es el empoderamiento del país luego de un crack económico y ganar la guerra, Lincoln es liberar a los esclavos, en cambio los políticos, al contrario de los recién nombrados, entre otros, no tienen sino sus atuendos y sus palabras y por ello son olvidados y a partir de aquí dijo el caminante: “Eres lo que Haces o Haces lo que Eres”. Esos personajes olvidados por cualquiera causa pueden ser objeto de redención y consiste en una especie de limpieza que se da por parte de grupos que conforman las maquinarias partidistas y que son apoyados por los ciudadanos buscando emancipar a aquellas figuras que en algún momento fueron destruidas por el escarnio público y por el olvido. La redención es una opción de resucitación política del olvido que logra funcionar en muchos casos ya que el ciudadano, por lo menos el ciudadano latiniforme, tiende a perdonar para que de nuevo pueda figurar. Dicha redención se puede dar de manera emocional, siguiendo el marketing político del personaje, o racionalmente, observando los hechos, de ahí que el nivel de academia, la capacidad para mantenerse ilustrado, sea un elemento importante en la reserva social para olvidar. En otras palabras, los países más cultos olvidan menos su historia y a la hora de elegir sus representantes lo hacen con criterios individuales y sociales más cercanos a lo que sería el ideal y no a la imposición del partido o las redes sociales o a la esfera instintiva y emocional del votante. La madurez del ciudadano en materia política determina cuánta es la influencia de las herramienta de propaganda y manipulación de los partidos y si éstas  funcionan o no. Dicho de otra forma, en la escogencia de un representante para una posición de gobierno o legislatura, en el acto del voto, intervienen dos factores: la influencia de las maquinarias partidistas en las mentes ciudadanas haciendo, entre otras cosas, que se olvide el hándicap del individuo a elegir y con ese hándicap el de su partido y grupos de apoyo, y dos, la percepción que, de manera intrínseca, tiene cada ciudadano de forma individual de acuerdo a sus sistemas de creencias, confianza social, tendencias políticas, de ese personaje que es propuesto para una elección y mientras más culto se es a nivel individual y social, más sería la aproximación a la escogencia del candidato ideal, aunque esta conjetura no es siempre una constante. La visceralidad es inversamente proporcional a la capacidad racional de elegir. De aquí que muchas de las fatuidades que resultan inherentes al político y que en muchos casos lo definen, llevan al olvido por falta de interés, rechazo a lo implícito en el comportamiento y por ello es excluido socialmente de ese primer plano de necesidades básicas diarias en las cuales no está la política a menos por supuesto de aquellos que viven de ello, necesidades como alimentación, vestido o casa. Se dice con cierta frecuencia que los pueblos no tienen memoria, ello como una forma de justificar sus desaciertos en los sufragios, la realidad va más allá. La supervivencia del humano grupal estará basada en la confianza, en la consciencia de lo que se puede hacer con sus propios recursos y cuando cada uno piensa de manera coordinada con un interés común, se obtienen sociedades fuertes, a partir de ahí todo lo que implique la dirección de esa sociedad, es decir quién sea elegible para conducirla, queda como un objetivo secundario ya que el primario es la propia habilidad de cada ser humano para autogobernarse y para hacer lo mejor para él y para el grupo. A manera de resumen, el olvido social obedece fundamentalmente a la falta de interés en ese ser político que se da a conocer para liderar, por no tener mayores atributos. La sociedad rechaza y olvida los líderes fabricados que no tienen historia. El olvido también ocurre en los transgresores, ante la imposibilidad de hacer justicia. Son mecanismos sociales de base biológica que subyacen en las poblaciones y determinan errores y aciertos en las dinámicas políticas de las naciones.

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