Opinión Internacional

El nuevo comienzo

El discurso de Barack Obama pronunciado el 4.06.2009 en la universidad de Al Azhar pasará a ser, sin duda, uno de los grandes discursos de la historia. En ese punto, salvo una que otra opinión fundamentalista -de la que no vale la pena aquí ocuparse- la mayor parte de los comentaristas ha coincidido en que, efectivamente, se trata de un discurso histórico.

1. ¿Qué es un discurso histórico?
Un discurso puede ser histórico porque da lugar a una declaración de guerra o de paz; o porque desde el punto de vista retórico fue muy brillante; o porque trajo consigo una gran promesa; o por muchas otras razones. Pero más allá de todas esas razones podría haber coincidencia si formulo la siguiente tautología: un discurso es histórico cuando pasa a la historia.

Si un discurso no hace historia -evidente- no puede ser histórico. Eso significa que cuando se escriba la historia de los dramáticos acontecimientos ocurridos en el mundo islámico durante el mes de junio del 2009, el discurso de Obama no podrá ser soslayado. De una manera u otra, ese discurso se ha hecho un lugar histórico.

Ahora, para que un hecho tenga lugar en la historia se requieren, a mi juicio, tres condiciones. La primera es que no sólo sea algo que “ha sido hecho” sino, además, que sea un hecho significativo, vale decir, un acontecimiento, un suceso, o un evento.

La segunda condición es que sea un hecho nuevo. Si un hecho se repite en el tiempo, no hace historia, de la misma manera que si en la madrugada sale el sol nadie dirá que es un hecho histórico; mas, si el sol aparece de pronto en medio de la noche, ese hecho pasaría con hora y fecha a la historia. De ahí que un verdadero hecho histórico tiene que ver con los milagros. Ya me voy a referir a ese punto.

La tercera condición es el contexto histórico en donde ese hecho ocurre. Si Obama hubiera hablado en Egipto sobre las bellezas naturales del país, o sobre la hospitalidad de sus habitantes, ese discurso habría sido uno más entre tantos. Pero habló de las relaciones entre EE UU y el Islam, y sobre la necesidad de un nuevo comienzo: un discurso preciso dicho en el lugar preciso y en el momento preciso.

Y como si Dios lo hubiera escuchado: pocos días después del discurso tuvieron lugar en la región acontecimientos que permiten, efectivamente, hablar de “un nuevo comienzo”. Uno, fue la rebelión democrática en Irán. El otro, muy importante, aunque oscurecido por el primero, ocurrió el 8 de Junio con el triunfo electoral de las fuerzas democráticas en Líbano (que también fue una derrota política de Irán) representadas en el movimiento pro- occidental “14 de marzo”. Ese decisivo triunfo electoral cerró el camino político a la organización islamista Hezbolá y con ello impidió que el principal cable que une al Líbano con la teocracia iraní y con la dictadura de Siria, se extendiera hacia el propio Estado libanés. Habría quizás que agregar un tercer hecho. El primer ministro de Israel, Benjamin Netanjahu, habló el 15 de junio por primera vez, poniendo por supuesto muchas condiciones pero, repito, por primera vez, de la posibilidad de reconocimiento a un Estado palestino. Rompió un tabú casi personal; y eso es muy importante.

No estoy diciendo, para que nadie entienda mal, que el discurso de Obama fue la causa del triunfo electoral en Líbano ni tampoco de la rebelión democrática en Irán. Pero ocurrió en el mismo contexto, y a mi entender, algo tuvo que ver lo uno con lo otro. Lo que quiero decir es lo siguiente: si Obama pronunció ese discurso, fue porque él (o su equipo: es lo mismo) advirtió que “algo” se está moviendo en el mundo islámico, “algo” que tiene que ver con su propia llegada al gobierno de los EE UU y las expectativas que desde ahí se abren (y no sólo en la región islámica), o lo que es igual: que con (o desde) Obama, emerge la posibilidad de un nuevo comienzo.

2. Tres veces nombró Obama las palabras “un nuevo comienzo”. Creo que no fue casualidad. Cito:

– “He venido aquí a buscar un NUEVO COMIENZO para Estados Unidos y los musulmanes alrededor del mundo, que se base en intereses mutuos y el respeto mutuo; y que se base en el hecho de que Estados Unidos y el Islam no se excluyen mutuamente y no es necesario que compitan. Por el contrario: coinciden en parte y tienen principios comunes, principios de justicia, progreso, tolerancia y el respeto por la dignidad de todos los seres humanos.”

– “Sé que hay muchos, musulmanes y no-musulmanes, que cuestionan si podemos lograr este NUEVO COMIENZO. Hay quienes están ansiosos por avivar las llamas de la división e impedir el progreso. Hay quienes sugieren que no vale la pena; alegan que estamos destinados a discrepar y las civilizaciones están condenadas a tener conflictos. El escepticismo embarga a muchos más. Hay tanto temor, tanta desconfianza. Pero si optamos por ser prisioneros del pasado, entonces nunca avanzaremos.”

– “Tenemos el poder de crear el mundo que queremos, pero sólo si tenemos la valentía de crear un NUEVO COMIENZO, teniendo en mente lo que está escrito” (después viene la famosa cita de las tres religiones abrahámicas, relativas a la paz)

Ya de acuerdo al primer comienzo Obama deja claro que él se acerca al mundo musulmán con el propósito de encontrar un espacio de discusión de acuerdo a intereses mutuos y en el respeto mutuo. Ese espacio situado más allá de la conflagración militar, es el espacio político, lugar donde no se suprimen los conflictos pero sí son tratados de modo gramatical y no militar, sin estallidos emocionales ni acusaciones morales. Buscar las diferencias es lo único que importa en la guerra. Pero en la política es necesario, además, buscar las coincidencias. En ese sentido Obama no sólo invitó, también incitó a los musulmanes a atreverse a avanzar hacia el espacio de la conflictividad política. Obama ha dado el primer paso.

Corresponde a los políticos profesionales y no a gobernantes pre-políticos dar siempre el primer paso. Del mismo modo que el buen analista prueba su capacidad tratando con personas altamente inestables (y no con quien tuvo apenas un sueño extraño) el político profesional prueba su eficacia en su trato con gobernantes no democráticos. De ahí se explica que no sólo por halagar al “otro” fue que Obama se refirió a los innegables aportes culturales que ha hecho el Islam en el pasado. En cierto modo la suya fue una invitación para que desde la cultura islámica sigan surgiendo aportes, para lo cual es necesario la paz e incluso –lo dijo- la democracia. Pero, ojo, no la paz a cualquier precio. Y eso también es importante decirlo, porque más de alguien quiso entender el discurso de Obama como una petición de perdón por deudas no contraídas.

Por una parte, Obama dejó establecido que el reconocimiento del otro como es y no como quisiéramos que él fuera, no pasa por la negación de sí mismo. Ese reconocimiento, en breve, debe ser recíproco. Eso quiere decir, si yo reconozco a ustedes lo que son, reconózcannos ustedes, a pesar de nuestros errores, en lo que realmente somos. Y, cuidado, lo que somos, aclaró Obama, no es poco: Así – dijo – “como los musulmanes no encajan en un estereotipo burdo, Estados Unidos no encaja en el estereotipo burdo de un imperio que se preocupa sólo de sus intereses. Los Estados Unidos ha sido una de las mayores fuentes del progreso que el mundo jamás haya conocido. Nacimos de una revolución contra un imperio. Fue fundado en base al ideal de que todos somos creados iguales, y hemos derramado sangre y luchado durante siglos para darles vida a esas palabras, dentro de nuestras fronteras y alrededor del mundo. Nuestra identidad se forjó con todas las culturas provenientes de todos los rincones de la Tierra, y estamos dedicados a un concepto simple: E pluribus unum: «De muchos, uno».

En otras palabras: si nos tratan como somos, los trataremos a ustedes como son. Esa es una condición ineludible.

La otra condición, aclaró Obama, es el reconocimiento histórico, político y geográfico de Israel. Histórico, porque negar el Holocausto –como hace el salvaje que todavía gobierna Irán- es negar no sólo la historia reciente de Israel sino también, un capítulo central de la historia europea. Político, porque la existencia de Israel pasa por el reconocimiento de su soberanía estatal. Y geográfico, porque esa soberanía sólo puede ser ejercida en el marco de la territorialidad de una nación. La dimensión exacta de esa territorialidad podrá ser discutida, la territorialidad: jamás. Esas son las bases para cualquier entendimiento. Sin reconocer esas bases no puede haber ningún nuevo comienzo. Sólo a partir de ahí será posible reconocer los errores de EE UU, los de Israel y los del mundo islámico en todas sus versiones.

Tampoco Obama, como muchos esperaban, se presentó como un ingenuo pacifista. Por el contrario, hizo una defensa cerrada de la intervención de los EE UU en Afganistán. No así con respecto a la guerra de Irak, la cual según el Partido Demócrata podría haber sido evitada apelando a medios políticos. Efectivamente, cuando EE UU intervino en Irak, Sadam Husein se encontraba políticamente aislado, aún al interior del mundo islámico. En este sentido, a diferencias de sus predecesores no habló Obama de “guerras justas e injustas” sino de “guerras inevitables y evitables”. La de Afganistán era inevitable porque la agresión del 11. 09. 01 provino directamente de ese país. No así la de Irak. Eso quiere decir que, antes de avanzar a una guerra, hay, de acuerdo con Obama, que jugar todas las cartas políticas disponibles.

Es un secreto a voces que una fracción del gobierno de Bush representada por Richard B. Cheney postulaba, además de Irak, bombardear el Irán de Ahmadineyad. Afortunadamente se impuso el realismo de la fracción que seguía la línea de Condolezza Rice. De haber triunfado la opción Cheney, no sólo habría sido bombardeado el contingente del enloquecido Ahmadineyah sino, además – y hoy lo sabemos muy bien- la oposición democrática de Irán. Si se hubiera impuesto la tesis de Cheney esa oposición no existiría. O serían furiosos anti-norteamericanos, o simples cadáveres. En otras palabras, el proyecto que mostró Obama al mundo islámico no es pacifista, pero sí, intenta reestablecer el primado de la política en las relaciones internacionales. Sin ese primado no habrá jamás un nuevo comienzo.

Para casi todo el mundo, para Obama también, no es un misterio que hay sectores del Islam que jamás abandonaran la violencia. El islamismo, que es una ideología totalitaria construida sobre la base del Islam, es parte de un proyecto histórico destinado a la re-islamización militar del mundo islámico para iniciar un proyecto de guerra frontal con el occidente político, incluso al interior del Islam. Para esos sectores, según el discurso de Obama, no habrá paz ni tregua. Eso indica lo importante que es diferenciar entre el islamismo terrorista y el islamismo que recurriendo a la violencia también contiene dispositivos políticos que pueden ser activados. El Hezbolá, por ejemplo, no sólo es una sucursal militar de Irán en el Líbano. Es también una fuerza política y sobre todo social, hasta el punto que ha concitado el apoyo de campesinos cristianos (maronitas) gracias a la implementación de intensos programas reivindicativos.

Un nuevo comienzo debe partir entonces no de una realidad quimérica, sino de la que existe. Y en política hay que trabajar con los actores que se tienen y no con los que se quieren. Probablemente el llamado que hizo Obama al Hamas a abandonar el camino de la violencia puede parecer, a primera vista, algo ingenuo. Pero nadie puede pasar por alto que si el Hamas aplica la violencia e incluso practica el terrorismo, también usa recursos políticos como las elecciones, las alianzas con otros grupos políticos e incluso el parlamento. No hay que olvidar tampoco que no hace muchos años el Hamas colaboró con Israel en la lucha contra el PLO de Arafat, del mismo modo que no han sido pocas las ocasiones en que el Al Fatah de Abbas ha colaborado con Israel en la lucha contra el Hamas. Por cierto, lograr el desarme del Hamas, si es que alguna vez ocurre, no será un proceso muy breve. Mas, en plazos cortos, hay posibilidades de treguas, de armisticios, de conversaciones indirectas. Y no deja de ser interesante: después del discurso de Obama aparecieron algunos gestos, muy mínimos, pero gestos al fin. Por ejemplo: el día 14 de junio, Al Fatah y Hamas liberaron respectivos presos políticos. Y el día 24 de junio, Israel liberó al líder del Hamas, el presidente del parlamento palestino Aziz Doweik. Son, por cierto, gestos muy leves, pero así se hace la política, poco a poco y con paciencia
En fin, quien entienda algo de política internacional puede leer entre líneas (que no hay otro modo de leer los discursos políticos) el siguiente mensaje de Obama: “Estamos dispuestos a mediar con Israel para que limite su política de asentamientos. Estamos dispuestos a retirar nuestras tropas de Irak en un momento no demasiado lejano. Ese es nuestro trabajo. Pero ese trabajo no es gratis. Ustedes también tienen que poner lo suyo. Si no es así, no hay nuevo comienzo”.

Yo creo que muchos sectores islámicos entendieron de inmediato el mensaje y puede que en estos mismos momentos lo están conversando para hacer, a su debido tiempo, una “contra- oferta”. No hay grandes tradiciones democráticas en la región, es cierto. Pero de negocios sí saben los hombres del Islam (Mahoma, además de militar, era comerciante) Después de todo tenía razón Montesquieu, cuando corrigiendo a Hobbes escribió que no sólo de la guerra viene la política, sino también del “dulce comercio”. Que no ha sido ni será tan dulce en esa región, eso lo sabemos.

3. “Sobre esa madera carcomida que es el ser humano tenemos que trabajar”- escribió una vez Kant. Y, en verdad, sólo en los manuales de sociología existen “tipos ideales”. La realidad en cambio no es ideal y los nuevos comienzos no ocurren casi nunca con personas nuevas. El nuevo comienzo deberá ser siempre realizado con seres comprometidos con el más turbio pasado. Ese es el caso, por ejemplo, de Mir Hosein Musavi, antiguo jerarca, ministro (y cómplice) de la dictadura teocrática de Irán quien de candidato presidencial se vio elevado de pronto a la condición de líder de un amplio movimiento de masas que exigía y seguirá exigiendo la democratización política de la nación.

Inevitablemente la figura de Musavi recuerda a otros líderes que viniendo del pasado desataron revoluciones que nunca quisieron ni imaginaron. Fue el caso del primer ministro ruso Alexander Kerensky, un liberal democrático que permitió el tránsito entre el zarismo y la revolución bolchevique de 1917. O el caso del presidente Francisco Madero en México, que con su llamado en contra de la reelección de Porfirio Diaz desató fuerzas agrarias ocultas que condujeron a esa epopeya sangrienta que fue la revolución mexicana de 1910. Pero quizás el caso más ejemplar fue Mijail Gorbachov. Tan comprometido y tan cómplice de la “nomenclatura” como Musavi con la teocracia, desató con su, al comienzo reformista Pereztroika, la revolución más intensa del siglo XX: la revolución democrática de la URSS y de las naciones del Este europeo en contra de las dictaduras comunistas. Que ese será el rol que le corresponderá a Musavi en Irán, no lo sabemos todavía.

Los mismos jóvenes que arriesgan sus vidas en las calles de Teherán no exigen la abolición del régimen teocrático. En primer lugar exigen nuevas elecciones y a partir de ahí, reformas políticas que no inhiban la vida ciudadana. Y sin embargo, con teocracia o sin ella, son los portadores de un nuevo comienzo. Ese nuevo comienzo se encuentra reflejado en los símbolos de la rebelión.

Con el paso del tiempo he ido aprendiendo que para entender los grandes procesos históricos no basta leer en los programas y manifiestos; también hay que aprender a leer en los símbolos. Y en el marco de la recién iniciada revolución democrática de Irán hay tres símbolos que permiten afirmar que al interior de movimientos tradicionales puede latir la potencia de un nuevo comienzo. Uno de esos símbolos es el color de la revolución. En este caso, el verde. Las revoluciones comunistas eligieron el rojo de la sangre derramada. Las revoluciones de Hitler y del Ayatolá Jomeini eligieron el negro de la muerte. Los portugueses eligieron el multicolor de los claveles. La revolución anticomunista de Ucrania eligió el color naranja. Las multitudes iraníes eligieron el verde, color de la vida y de la esperanza. Verdes son también los velos de las mujeres democráticas de Irán.

Más que el de su esposo Musavi, muy significativo ha sido el rol jugado por Zahra Rahnavar. Que Hillary Clinton haya sido tan o más importante que Bill durante las elecciones que dieron el triunfo a este último, o que Michelle Obama haya luchado hombro con hombro junto a su esposo, son símbolos exquisitamente occidentales. Quizás esos déspotas no sólo estatales sino además conyugales que son Ahmadineyad y los monjes que siguen a Jameini han percibido que a través de los discursos de Zahra Rahnavar, algo grande les puede caer encima. Algo mucho más importante que ganar o perder unas elecciones: y ese algo es nada menos que la erosión del orden patriarcal sin el cual la dominación estatal que ejercen se vendría rápidamente al suelo. Fue esa, seguramente, una de las razones que llevó a los partidarios de Ahmadineyad a adulterar las resultados de las elecciones en el mismo momento en que comenzaban a computarse los primeros votos.

Pero sin duda, el símbolo más importante de la revolución verde es y será Neda Soltani, la niña mártir del Irán. Asesinada en plena calle por los esbirros de Ahmadineyad, su foto ha pasado a convertirse en la bandera de lucha de los jóvenes de Irán. Neda Soltani, mujer, bella y joven, perseguirá a Ahmadineyad más allá de su tumba. Donde vaya el tramposo e ilegal gobernante, una mano elevará el retrato de Neda, símbolo de todos los caídos: de los de ayer, de los de hoy y de los de mañana. Neda, quien sólo quería vivir, anuncia con su presencia inmortal que ese nuevo comienzo ya ha llegado a Irán.

4. No puedo terminar este artículo sin decir que la idea del nuevo comienzo no la inventó Obama. Viene de Hannah Arendt.

Gracias a la divulgación de los escritos de Arendt, la noción del nuevo comienzo ha pasado a formar parte del repertorio político de la cultura política norteamericana. Y con razón: la primera vez que Hannah Arendt lo aplicó fue para referirse a la revolución de independencia norteamericana en su libro “La Revolución”. Gracias a ese nuevo comienzo, los hombres que hicieron la revolución hubieron de fundar una nación y por lo mismo, fundar una Constitución. Todo nuevo comienzo, dice Arendt, es fundacional.

La posibilidad de un nuevo comienzo se da, según Arendt, a partir de dos razones. La primera es que el ser humano no sólo es mortal; además es natal. Cada nacimiento implica un abrirse a la vida por primera vez. La segunda razón deviene del hecho de que la vida, tanto individual como colectiva, está marcada por acontecimientos que obligan, cada cierto tiempo, a comenzar de nuevo. Los acontecimientos, por lo tanto, no están inscritos en ninguna ley de la historia; no están determinados por nada; no conocemos sus causas. Sólo después que un acontecimiento emerge, como si fuera una revelación o un milagro, comenzamos a preguntarnos por sus causas. Luego, según Arendt, no son las causas las que determinan los acontecimientos sino los acontecimientos “producen” sus causas. Dicha tesis, que a la vez es un paradigma, la desarrolla profundamente Hannah Arendt en su libro “Vita Activa”.

Debe ser dicho, por último, que la idea del nuevo comienzo tiene sus orígenes en la filosofía de Heidegger. De acuerdo a Heidegger, los acontecimientos que nos indican la verdad del mundo yacen escondidos o enterrados. Mas, de pronto, en el momento en que menos lo pensamos, casi siempre a partir de un “encuentro” inesperado, irrumpen sobre la superficie de la tierra revelando la verdad del ser en su misma existencia.

A Hannah Arendt le corresponde el mérito de haber extrapolado la noción de “acontecimiento” desde la ontología heideggeriana hacia el campo de la filosofía política. Sin esos acontecimientos, no podríamos hacer política. De este modo, la política no sólo es el lugar del encuentro ciudadano sino, además, aquel donde intentamos siempre comenzar de nuevo, levantándonos a veces sobre nuestras propias ruinas. Así se explica porque Hannah Arendt dijo una vez: “el sentido de la política es la libertad”. Y la libertad para que exista no puede ser parte de ninguna teoría de la historia.

Ese y no otro es el sentido de ese nuevo comienzo propuesto por Obama al comenzar ese intenso mes de junio del 2009. Su discurso fue, en sí, un nuevo comienzo; luego ese nuevo comienzo apareció en las elecciones en Líbano, y muy poco después, en las demostraciones democráticas y populares de Irán. De ellas conocemos hasta ahora sólo su primer y sangriento capítulo.

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