Opinión Internacional

Fatah al Islam

Todo empezó, al menos de modo aparente, con una simple provocación, con un simulacro de atraco, con una persecución de presuntos malhechores por parte de la policía libanesa. Los delincuentes lograron borrar sus huellas en el interior del campamento de Nahr al Bared, mastodóntico  conglomerado de miseria urbana que alberga desde hace décadas a decenas de miles de refugiados palestinos. Pero los presuntos delincuentes tenían pocos vínculos con este paisaje de miseria humana; se trataba, en realidad, de milicianos de la organización radical sunita Fatah al Islam,  que se habían incrustado, hace ya algún tiempo, en el gueto edificado en las inmediaciones de Trípoli. Desde el inicio de las hostilidades, que debían haber desembocado en  la rendición incondicional de los guerrilleros, las autoridades libanesas hicieron especial hincapié en la diferencia existente entre los milicianos y la marea humana de refugiados (ya van tres generaciones) que malvive en el campamento.

Los miembros del grupúsculo armado son pocos, bien pertrechados y arrogantes. Según los servicios de inteligencia libaneses y occidentales, la milicia de Fatah al Islam está integrada por saudíes, jordanos, argelinos, iraquíes y paquistaníes, antiguos combatientes de la guerra de Afganistán o Iraq. Pero su presencia en el Líbano no obedece tanto a los designios de los líderes de Al Qaeda, como pretende la poderosísima maquinaria de propaganda estadounidense, como a las maquiavélicas maniobras desestabilizadoras de las grandes familias libanesas anti-sirias, dispuestas a acabar por todos los medios con el poderío del movimiento chiíta pro-iraní Hezbollah, convertido, desde la agresión israelí del pasado año, en segunda fuerza política con representación parlamentaria en el país de los cedros.

En los últimos meses, los campos de refugiados, que albergan a más de la mitad de los palestinos residentes en el Líbano, alrededor de 400 mil personas, se fueron transformando en feudos de los distintos grupos armados sunitas Jund al Shams (Soldados de Damasco), Ibna al Shaheed (Hijos de los mártires) Isbaat al Nur (Comunidad de la Iluminación), creados con el apoyo discreto aunque sumamente eficaz de algunos señores de la guerra. Suenan los nombres de Walid Jumblat, Samir Gragea o Saad Hariri. La presencia de estos grupos en suelo libanés es contraria al espíritu del Acuerdo de Taif, que contempla el desarme de todas las milicias libanesas.

Hasta el inicio del cerco impuesto por el ejército de Beirut, los milicianos de Nahr al  Bared mantuvieron relaciones correctas con las fuerzas de seguridad libanesas. Pero la situación experimentó un vuelco radical al cortar los patrocinadores libaneses el suministro de fondos destinados a Fatah al Islam.

Subsiste el interrogante acerca del papel desempañado por Al Qaeda  en la actual crisis. Aunque su presencia en los campamentos palestinos es innegable, parece poco probable que la telaraña islamista haya sido el principal artífice del conflicto. Las llamadas  «células durmientes» de la red no son operativas. La dirección de Al Qaeda  no tiene interés, al menos, de momento, en lanzar una ofensiva para la desestabilización del país de los cedros.

Hace cinco lustros, el propio Bin Laden me confesaba que su objetivo final sería «la liberación de Palestina». Pero qué duda cabe de que el enfrentamiento protagonizado por las milicias de Fatah al Islam o Jund al Shams no favorece a nadie. Se trata más bien de una espina clavada en el corazón de los palestinos.

Escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios
Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París)

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