Opinión Nacional

Logrará Einstein “Ciudadano del mundo” su sueño dorado

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La resolución para el desarme nuclear emitida en septiembre por la ONU, y la crisis de los misiles de 1962 obliga a recordar los constantes esfuerzos pacifistas de Einstein y los riesgos de coquetear con el armamento atómico.

En estos días, cuando la ONU insiste en que la comunidad internacional realice gradualmente un total desarme nuclear, cabe recordar la constante lucha por el pacifismo que hizo el científico Albert Einstein, quien más que ninguna otra personalidad del siglo XX mereció el calificativo de ‘ciudadano del mundo’, pues nunca mantuvo una fuerte asociación con una nacionalidad ni a ningún esfuerzo bélico.

En efecto, aunque nació en Alemania en 1879, renunció a la ciudadanía germana a los 17 años para evitar el servicio militar obligatorio, prefiriendo el exilio con su familia a Italia y Suiza para seguir sus estudios. Al graduarse como licenciado en física y matemáticas, y pensando en enseñar en Zurich, solicitó la ciudadanía suiza (que le fue concedida en 1900), después de estar sin patria durante cinco años. Con esa ciudadanía, pudo emplearse en la oficina de patentes en Berna, con un trabajo rutinario que le permitió dedicarse a elucubrar su famosa teoría de la relatividad, enunciada en 1905. A pesar de ser Suiza un país pacifista, tenía un limitado servicio militar, que Einstein eludió nuevamente alegando sus venas varicosas, producto de su prolongado sedentarismo, como intelectual al fin.

De nuevo en Alemania
Después de enseñar en las universidades de Praga y Zurich, Einstein regresó a Alemania en 1914, justo antes del inicio de la 1ª guerra mundial, pero sin solicitar su antigua ciudadanía alemana para no tener que cooperar con su esfuerzo bélico. Así, pudo dedicarse a la docencia y la investigación científica en la universidad de Berlín, algo que le fue permitido aún siendo suizo debido a la fama que había acumulado con sus revolucionarias teorías, que sacudieron los cimientos de la ciencia.

El ascenso del fascismo en Italia y luego del nazismo en Alemania, lo fueron alejando de estas naciones guerreristas. Aprovechó una visita a EEUU para criticar acerbamente a Hitler, quien había llegado al poder en 1933, lo que formalizó un virtual autoexilio de su patria nativa. De regreso a Europa, se estableció en Bélgica, donde acudió a la embajada alemana para renunciar públicamente a su antigua nacionalidad germana, condenando de paso el armamentismo de los regímenes fascistas. Con ese audaz acto, virtualmente quedo exiliado de Alemania y Austria, conservando apenas la ciudadanía suiza. Así que decidió residenciarse en Princeton, donde enseñó desde 1933. Einstein siguió con preocupación durante esa década el desarrollo de la energía atómica, y en 1939 escribió su famosa carta al presidente Roosevelt donde alertaba sobre la posibilidad de que Alemania tuviera pronto una bomba atómica, con la cual podría ganar la guerra y someter al mundo civilizado. Esa carta motivó luego que el gobierno decidiera iniciar el famoso “proyecto Manhattan”, que condujo a la fabricación acelerada de las bombas nucleares norteamericanas, pero en cuyo esfuerzo Einstein evitó participar por escrúpulos de conciencia.

Después de Hiroshima
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Al ver la destrucción causada por el estallido de las dos bombas en Hiroshima y Nagasaki, Einstein lamentó haber enviado esa carta y se alió con varias personalidades pacifistas, entre ellas Bertrand Russell, para iniciar una campaña en contra de las armas nucleares. Pero ya era tarde y la competencia armamentista entre la URSS y EEUU, impidió que se hablara de desarme por varias décadas. En los años 50 y 60 se sumaron al club nuclear Gran Bretaña, Francia y China, entrando luego India (1974), Israel (1979), Pakistán (1998), y Corea del Norte (2006). Durante la llamada ‘guerra fría’ sólo pudo negociarse el tamaño de los arsenales y la prohibición de pruebas nucleares en la atmósfera. Luego, tras un acuerdo internacional para evitar la proliferación nuclear, se pudo controlar la emergencia de nueva naciones, pero aún así todavía hay en la actualidad unas 8.300 bombas u ojivas nucleares activas entre todas las potencias, incluyendo en Israel, que nunca ha admitido tenerlas pero que todos los estimados suponen que tiene un arsenal de 200 bombas, que usaría en caso extremo para defenderse de ciertos agresivos vecinos islámicos.

Curiosamente, Israel le había ofrecido en 1952 a Einstein la presidencia del país, cargo que él declinó ya que se consideraba como “ciudadano del mundo”, para así seguir dedicándose a la ciencia y las causas pacifistas. Algo poco difundido es que, una semana antes de su muerte en 1955, Einstein le envió una carta a Bertrand Russell para autorizar que su nombre apareciera en un manifiesto pacifista que éste preparaba para llamar a la destrucción de todos los arsenales nucleares. Es muy significativo que el último acto público de este notable científico, fuera en pos del desarme y la paz mundial, algo que añoró toda su vida aunque ésta transcurrió en medio de las dos guerras más sangrientas y destructivas de la historia.

La hora del desarme global
Más de medio siglo después de la muerte de Einstein, y mientras algunas naciones del tercer mundo como Irán y Siria desarrollan una capacidad nuclear, y Corea del Norte alardea de que “ya tiene la bomba A”, la ONU lanzó en septiembre el mismo desafío del manifiesto Russell-Einstein de 1955. O sea, que todas las naciones se deshagan gradualmente de los arsenales atómicos, para que el mundo pueda iniciar una era menos preocupante, ya que se trata de armas tan destructivas y peligrosas que no vale la pena que la humanidad las tenga, ni siquiera para fines defensivos.

Es irónico que el nombre de la persona que más contribuyó al desarrollo de dichas armas con sus teorías científicas, estuvo ligada siempre al pacifismo y al desarme atómico, anhelos generales de los pueblos del mundo, aunque algunos líderes sigan propiciando el armamentismo para fines personalistas y la misma Venezuela –con su considerable potencial energético- coquetea innecesariamente con la energía nuclear sin tener capacidad tecnológica para desarrollarla. Es obvio que se hace sólo para atemorizar y llamar la atención, tratando de recrear una nueva ‘crisis de los misiles atómicos’ de 1962, en que se vio envuelta la vecina Cuba, tratando de ser protagonista de la historia a ultranza al permitir el emplazamiento de bases misilísticas soviéticas para amenazar a EEUU. Cuando se cumplen 47 años de esa crisis, es de esperar que la misma sirva para recordar que el mundo estuvo al borde de una pavorosa guerra nuclear, de la cual se salvó por la habilidad negociadora de sus protagonistas. Asimismo, ojalá que el tremendismo geopolítico venezolano sirva, aparte de motivar titulares, para generar una mayor conciencia de los riesgos que significan los arsenales y acelerar un desarme nuclear progresivo de todas las potencias. Sólo así se cumpliría con creces el sueño dorado de Einstein, por el cual luchó durante décadas y fue su mayor aspiración antes de su desaparición física.

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