Opinión Nacional

Los estudiantes y la libertad

La historia de la modernidad no ha sido mezquina en la producción de movimientos estudiantiles. Grandes transformaciones que han tenido lugar en nuestro tiempo, si no han sido resultado de movilizaciones estudiantiles, ha contado con la participación activa de contingentes universitarios y, en algunas ocasiones, hasta escolares. Las grandes luchas sociales y democráticas que marcan la historia de América Latina desde comienzos del siglo XX no sólo fueron de masas, u obreras. En gran medida los estudiantes han sido actores decisivos tanto en su gestación como en su desarrollo. Así ocurrió en la revolución mexicana de 1910; en el movimiento argentino de Córdoba; en la revolución nacional boliviana de 1952; en el fin de la dictadura de Pérez Jiménez (1958); en la fase democrática de la revolución cubana (1959- 1962); en la caída de Somoza en Nicaragua. Así ocurre hoy, de nuevo, en Venezuela.

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Hay que remarcar, sin embargo, que no todas las luchas estudiantiles obedecen a motivos similares ni tampoco están todas signadas por las mismas características. No se trata, por cierto, de especificar el “carácter de clase” de los estudiantes, como acostumbraban los antiguos marxistas quienes a través de simplistas determinaciones terminaban por concluir que las motivaciones estudiantiles tenían un carácter “burgués” o, en el mejor de los casos, “pequeño burgués”. Efectivamente: si hay un sector difícil de ser ubicado socialmente, es el de los estudiantes; no tanto por su extracción social heterogénea sino porque, en muchas ocasiones, los estudiantes se vuelven en contra de los sectores sociales desde donde ellos provienen. De ahí que descalificar a los estudiantes como “hijos de su papá” es una imbecilidad sin límites. Y no lo es sólo porque en raras ocasiones los estudiantes son hijos de un abuelo o de un tío, sino, sobre todo, porque casi nunca los intereses de los movimientos estudiantiles coinciden con los de sus padres. Si así hubiera sido, el joven Fidel Castro habría luchado por los intereses de los latifundistas, que eso era su papá. Que después haya convertido a toda una nación en un latifundio personal, o familiar, eso ya es otra historia.

El carácter de las luchas estudiantiles puede ser configurado por el sentido histórico que ellas adquieren, suposición que si, aunque suene a tautología, es cierta, llevará a deducir que ese sentido no es sólo positivo, vale decir: que no sólo surge de aquello que los estudiantes persiguen sino, sobre todo, de aquello que los estudiantes niegan. En el caso de los estudiantes, la negación como razón política es mucho más decisiva que en otros tipos de actividades sociales, y lo es por una razón evidente: las luchas estudiantiles han sido rebeliones y las rebeliones se definen fundamentalmente como una reacción radical a determinados ordenes de cosas. De ahí que la palabra NO sea la más decisiva en las rebeliones estudiantiles de todos los tiempos.

¿Quieres conocer el sentido de una movilización estudiantil? Entonces pregunta contra quien se movilizan, o a qué, o a quien, dicen NO los estudiantes. No el Sí, siempre el NO ha sido la palabra mágica; la consigna subyugante; la atracción magnética de toda rebelión estudiantil. En la historia de América Latina al menos, ese sentido reactivo, o si se prefiere: esa predisposición negativa de las movilizaciones estudiantiles, ha sido una constante y nunca una excepción.

Hay, en efecto, rebeliones estudiantiles que surgen cuestionando determinados sistemas y estructuras al interior de las universidades. Hay otras en que surgen como expresión organizada de una protesta generacional, y el ejemplo quizás más claro fue el Mayo francés de 1968. Hay aquellas, en cambio, que aparecen como un medio de defensa de la universidad frente a gobiernos agresivos y autoritarios. Por ejemplo: la lucha por la autonomía ha marcado desde el legendario grito de Córdoba de junio de 1918 en la ciudad argentina del mismo nombre, la mayoría de las luchas universitarias de nuestro continente. Hay, empero, otras veces en que la protesta estudiantil, por muy virulenta que sea, apenas rebalsa los recintos universitarios. Hay otras, por el contrario, en que los estudiantes se convierten en centro catalizador de múltiples demandas colectivas, como ocurrió en Córdoba. El Manifiesto Liminar de Córdoba de 1918, por ejemplo, fue un manifiesto universitario, social y político a la vez. Las demandas universitarias estuvieron dirigidas, en esos lejanos tiempos, en contra de una universidad que aún no se sacudía del peso de la noche poscolonial.

El de los estudiantes de la ciudad Córdoba fue en un comienzo, que duda cabe, un simple movimiento modernizador. Mas, como las estructuras universitarias argentinas eran correspondientes con muchas otras instituciones arcaicas que regían en toda América latina, la protesta juvenil concitó el apoyo de múltiples sectores liberales latinoamericanos que como tales eran fieros amantes de la modernidad. A ellos se unieron de pronto, sectores sociales subalternos, entre ellos, los sindicatos obreros. Así, los estudiantes de Córdoba, y quizás sin proponérselo, habían hecho detonar una dinamita social que los convirtió en adalides de las luchas sociales latinoamericanas de comienzos del siglo XX. El grito de Córdoba fue el ejemplo a seguir en diversas universidades latinoamericanas, cuyas luchas adquirieron en ese periodo un carácter continental que culminó nada menos que con la fundación de la Federación Latinoamericana de Estudiantes.

2.

Después del grito de Córdoba, quizás no hay nada más ejemplificador que las rebeliones estudiantiles europeas de los años sesenta, en particular aquellas que alcanzaron su cenit en el legendario Mayo francés. Como en Córdoba, los estudiantes europeos comenzaron su lucha en contra de entidades académicas autoritarias y planes de estudios obsoletos. Esa simple oposición desencadenaría, ante los ojos atónitos de los propios estudiantes, una carambola social que ni por nada figuraba en sus planes. Pues los académicos autoritarios no eran una excepción sino que la regla en las distintas naciones europeas.

De modo paradojal, los diversos Estados europeos eran desde el punto de vista constitucional más democráticos que las instituciones sociales subalternas. Los hospitales, las oficinas públicas, las empresas financieras, las fábricas, y sobre todo, las familias, eran instituciones extremadamente autoritarias (y patriarcales, agregarían después las feministas). De ahí que el antiautoritarismo académico detectado por los estudiantes franceses y alemanes, destaparía una olla de asfixiantes y múltiples micro-poderes autoritarios, constatación que llevó a Foucault a desarrollar su conocida tesis relativa a la atomización del poder, vale decir, a proponer que el poder no residía sólo en un Estado, como proclamaba la sociología weberiana, sino que esparcido a lo largo y ancho de la vida social. Razón que incitó a Marcuse a desplazar la visión del “proletariado redentor” hacia la del estudiantado concebido como fuerza de vanguardia “erótica-social” que se levantaba en contra de la unidimensionalidad del ser humano y su supuesto campo de prostitución: la llamada “sociedad de consumo”.

La lucha anti-autoritaria de los estudiantes europeos coincidió, además, con dos situaciones históricas. A un lado: las rebeliones de los llamados “pueblos del tercer mundo”. Al otro lado: las rebeliones sociales y culturales en contra de las dictaduras comunistas, sobre todo durante y después de la invasión soviética a Checoeslovaquia. En el hecho, ambas realidades eran contradictorias; no obstante, la mayoría de los estudiantes asumió esa contradicción. Para ellos era lo más normal del mundo pronunciarse en contra de la guerra en Vietnam, apoyando al comunista Vietkong, y denunciar la invasión de los comunistas rusos en Praga.

No obstante, tarde o temprano el movimiento estudiantil europeo, como todo movimiento, acusaría la formación de diversas tendencias. Ellas se hicieron manifiestas de un modo muy marcado entre los estudiantes alemanes. De esas tendencias, tres fueron las principales: la socialista ortodoxa representada por el riguroso marxismo de Rudi Dutschke; la libertaria, representada, tanto en Francia como en Alemania por Daniel Cohn- Bendit, y la insureccional tercermundista, desde donde surgirían organizaciones terroristas, como la RAF alemana y la Brigada Bandera Roja italiana.

Las dos primeras tendencias, la socialista y la libertaria, fueron muy decisivas para el posterior desarrollo político de la política alemana. Así, algunos ex-estudiantes se reintegrarían a las instituciones, sobre todo al Partido Socialdemócrata. Otros, sin embargo, se convertirían en precursores de nuevos movimientos, como el ecologismo, el pacifismo y el feminismo, cuyas corrientes todavía coexisten al interior del Partido Verde. Como suele ocurrir, los objetivos que se trazan los movimientos sociales no se cumplen de inmediato sino mucho después; y, casi siempre: de un modo imperceptible.

3.

En América Latina, al igual que en Europa, surgieron durante los años sesenta diversos movimientos estudiantiles. Al igual que los europeos, los movimientos universitarios latinoamericanos hicieron su puesta en escena cuestionando estructuras universitarias internas. Pero a diferencia de los europeos, los jóvenes latinoamericanos fueron (fuimos) rápidamente atrapados por aquella maraña ideológica que provenía de la revolución cubana.

La revolución cubana nunca concitó el apoyo de las llamadas masas latinoamericanas; en ningún caso, tuvo un apoyo entusiasta de las organizaciones obreras. Pero sobre los estudiantes ejerció un influjo casi magnético. Una razón salta a la vista: los revolucionarios cubanos, sobre todo Castro, provenían del movimiento estudiantil. La noción mimética que de ahí emergía era que si los ex estudiantes cubanos habían alcanzado el poder, también eso podía ser posible en otras partes. Por lo demás, los movimientos estudiantiles que emergían en diversas universidades latinoamericanas, coincidieron con profundas crisis políticas en sus respectivos países. Es necesario recordar que los partidos políticos llamados tradicionales, incluyendo los socialistas, ya no ejercían ninguna atracción hacia las nuevas generaciones. Los partidos comunistas, a su vez, se habían convertido en simples agencias burocráticas de Moscú. De ahí que, en gran medida, la lectura – todo lo falseada y mitológica que se quiera- de la revolución cubana, parecía ofrecer a los estudiantes dos posibilidades: la de transformar las revueltas estudiantiles en revoluciones sociales, y la de inventar un socialismo latinoamericano, diferente al moscovita o estaliniano y al socialdemócrata europeo. Durante los años sesenta, Cuba mantenía fuertes tensiones con la URSS, de modo que esa alternativa no parecía tan desatinada.

Al igual que los estudiantes europeos, gran parte de los estudiantes latinoamericanos veían en la URSS un enemigo de la “revolución mundial”. No obstante, cuando Castro, en 1968, después de la invasión a Checoeslavaquia, en uno de los más vergonzantes discursos que se conocen en la historia, alabó la entrada de los tanques rusos en Praga, entregando a su nación al imperio más brutal del siglo XX, muchos supimos que una idea o una creencia o una ideología, al fin, una esperanza, había llegado a su fin. El resto de la historia es conocida: siguiendo el ejemplo de Che Guevara, algunos ex estudiantes fueron a morir en erráticas guerrillas financiadas por Cuba. Otros inmolaron sus vidas bajo dictaduras militares. Muchos viven todavía, pero en el pasado. Los menos hemos enfrentado críticamente ese pasado, aunque, muchas veces, pagando el precio del aislamiento y de la soledad.

Las movilizaciones estudiantiles no terminaron en los años sesenta en Latinoamérica. Cada cierto tiempo, y de modo ocasional, han irrumpido en diversos países, ya sea formando parte de movimientos nacionales democráticos, ya sea como detonantes de movimientos sociales. Uno de los ejemplos más conocidos fue la alta participación universitaria en la lucha que tuvo lugar en Nicaragua en contra de la dictadura de Somoza. Los estudiantes de la Universidad Católica, mucho antes que los sandinistas entraran a la fase insurreccional, ya habían realizado acciones espectaculares en contra de la dictadura. “Los hijos de su papá” de la Universidad Católica, llevaron a cabo en 1970 una audaz toma de la catedral, con el apoyo indirecto del, entonces arzobispo, Obando. De la misma manera, ya avanzada la lucha sandinista, los estudiantes de la Universidad Centroamericana dirigida por los jesuitas, se convirtieron en vanguardia de la lucha urbana en diferentes manifestaciones donde desafiaban el “gas del bueno” que lanzaban en contra de ellos los esbirros de la dictadura.

A esas tradiciones pertenece también el movimiento estudiantil venezolano del siglo XXl.

4.

Durante el primer decenio del siglo XXl no ha aparecido en ningún país latinoamericano un movimiento estudiantil tan aguerrido y al mismo tiempo tan pacífico como aquel que en Venezuela desafía al gobierno de Chávez. En cierta medida, el movimiento estudiantil venezolano de nuestro tiempo se encuentra en una relación de continuidad, pero al mismo tiempo de ruptura, con otros del pasado latinoamericano.

La continuidad histórica lo conecta con las tradiciones estudiantiles del propio país. Las jornadas que llevaron al derrocamiento y fuga del dictador Pérez Jiménez (enero de 1958) tuvo como actores principales a los estudiantes. Si no hubiera sido por ese acontecimiento, no se habría firmado jamás el Pacto de Punto Fijo de octubre de 1958, pacto que cerró el periodo dictatorial y abrió un periodo democrático que por ser democrático sólo podía ser imperfecto, pues sólo las dictaduras son “perfectas”. Hoy, ese periodo democrático amenaza ser clausurado por un gobierno militarista, personalista y autoritario, que es el del presidente Chávez. Y nuevamente los estudiantes renuevan sus luchas, constituyéndose así, sino en la vanguardia, en el más notable actor de un amplio movimiento que es constitucionalista, democrático y popular a la vez.

La ruptura histórica, o si se prefiere, la diferencia fundamental con los movimientos estudiantiles del pasado, reside en las formas de luchas, principalmente pacíficas, que asumen los estudiantes venezolanos. La violencia, verbal y de hecho, proviene del gobierno y del “chavismo duro”. En el mismo momento en que escribo estas líneas, las calles venezolanas están siendo asoladas por grupos de choque motorizados y piquetes armados que recuerdan los momentos originarios del fascismo europeo. Los opositores al régimen son intimidados y golpeados, las fotos y videos – de la nunciatoria apostólica asaltada por turbas rabiosas; de los edificios de las alcaldías de oposición cercadas por matones armados; de la siniestras excursiones de los maleantes de La Piedrita; de la tierna, infinita y maternal dulzura de Lina Ron – son imágenes que recorren las televisiones del mundo, choqueando incluso a aquellos que por razones ideológicas (supuesto anti-imperialismo) apoyaban al gobierno de Chávez.

Una ola de simpatía hacia los jóvenes que levantando sus manos pintadas de blanco protestan en defensa de una violada constitución comienza a crecer en todo el mundo, aislando cada vez más a un gobierno que gracias a los desatinos de Bush había llegado a alcanzar cierta notoriedad internacional.

El combativo pacifismo de los estudiantes venezolanos, como ha ocurrido con todos los movimientos estudiantiles mencionados, representa todo lo contrario a lo que representa su enemigo. Si el gobierno es personalista, el movimiento estudiantil es constitucionalista; si el gobierno es militarista, el movimiento estudiantil es no-violento; si el gobierno es autoritario, el movimiento estudiantil es democrático.

¿Por qué la gran mayoría de los estudiantes venezolanos no apoya el proyecto de poder del chavismo?

Dejemos de lado las explicaciones ramplonas del gobierno. Los estudiantes no son fichas del imperio, ni representantes de la oligarquía, ni están manejados como títeres por sus padres. Esas son, al fin, las mismas explicaciones que han dado todas las dictaduras del mundo cuando se encuentran amenazadas por movimientos estudiantiles. Dejemos también de lado explicaciones superficiales, como aquellas que dicen que los estudiantes son buenos por naturaleza, que luchan por el futuro, que son idealistas.

Los estudiantes son un sector social, y como todo sector social, tienen intereses particulares, los que coinciden a veces con los de otros sectores sociales, y al coincidir, articulan sus acciones con ellos. Los estudiantes, en fin, actúan como todo sector social cuando se siente amenazado, accediendo a la política; y cuando nadie los escucha, accediendo a las calles.

Interesante es constatar en este caso, que el movimiento de los estudiantes venezolanos no ha surgido como resultado de la exportación de conflictos inter-universitarios. Por el contrario, ellos son apoyados por las autoridades universitarias y por la gran mayoría de los académicos. Eso significa que actúan en nombre de la comunidad universitaria, o si se quiere: son la parte más activa de esa comunidad. Hecho muy explicable: la comunidad universitaria se encuentra amenazada por el gobierno. Hay diversas razones, por cierto, que explican esa amenaza. Destaquemos dos de ellas: la primera, es el carácter innegablemente militarista y anti-intelectual del gobierno. La segunda, es su ideología totalitaria que, al serlo, es también antidemocrática y antipluralista. La comunidad universitaria es, a su vez, parte de un tejido social, lo que significa que está articulada con otras comunidades, ya sean culturales, laborales, empresariales. Ese hecho explica, además, porque gran parte de la oposición democrática se siente identificada con el movimiento estudiantil.

La llamada “sociedad” a diferencia de lo que piensan algunos marxistas, neoliberales, y otros darwinistas sociales, no es un cuerpo orgánico sujeto a leyes sino, para decirlo en los términos de Michael Walzer, una “asociación de asociaciones”. Una de esas asociaciones es el Estado. Ahora, cuando una asociación, en este caso el Estado, intenta subordinar o reprimir a las demás asociaciones, la llamada sociedad civil reacciona en defensa propia. De ahí se explica el carácter reactivo y defensivo que asumen las luchas antichavistas dentro de las cuales, las estudiantiles, son por el momento las más significativas. Ellos, los estudiantes, para decirlo en términos breves, están luchando en contra de la estatización de la sociedad. Estatización que, dado el carácter del régimen, llevaría, tarde o temprano, a su militarización. Como ya ocurrió en Cuba.

La contradicción que atraviesa a la nación venezolana no es entonces la de capitalistas en contra de socialistas. La gran mayoría de quienes pertenecen a tradiciones socialistas se encuentran –situación que hay que remarcar- en la oposición. Tampoco se trata de una lucha popular en contra de una supuesta oligarquía. Si hay alguna oligarquía en Venezuela es aquella que, proviniendo en gran parte de los cuarteles, se ha posesionado no sólo del Estado, sino que de los poderes públicos. Mucho menos se trata de una contradicción entre el imperio y el antimperialismo. Si hay alguna vinculación económica con algún imperio en Venezuela, esa es exclusiva responsabilidad de quien controla el petróleo; y quien lo controla es el gobierno. Todas esas supuestas contradicciones en fin, no pasan de ser ideologías de legitimación de un régimen marcado por el unipersonalismo más extremo, el militarismo más rígido y, no por último, por una radical vocación antipolítica.

Incluso el marxismo que maneja Chávez no tiene nada que ver con el marxismo intelectual que primaba en los años sesenta y setenta en la izquierda venezolana y latinoamericana. De hecho, no tiene nada que ver con las teorías de Marx. Solamente se trata de un puñado de consignas funcionales a la mantención indefinida de un régimen y de quien quiere ser consagrado como dictador legal de la nación. Dichas consignas funcionales, operan, por supuesto, de acuerdo a un estricto sentido militar. Son extraordinariamente simples, siempre dicotómicas, no abren ninguna posibilidad de discusión, en fin, no sólo atentan contra la libertad de pensamiento, sino que están hechas para llevar al máximo embrutecimiento ideológico, tanto al interior como al exterior de las universidades. Probablemente en las universidades dependientes del régimen, dicho embrutecimiento, en base a “la ideología única” oficial y obligatoria, ya está teniendo lugar. En las universidades históricas de Venezuela, eso no ha sido ni será posible. Esas universidades son, por lo tanto, una espina clavada en el corazón del régimen. De ahí que la orden de “echarles gas del bueno” a los estudiantes, no sea una inconsciente casualidad, sino un deseo cada vez menos oculto de quien quiere todo el poder para sí.

En verdad, aquello que está teniendo lugar en Venezuela, es una lucha entre dos culturas. A un lado, la Venezuela política: pluralista, democrática, esclarecida y culta. Al otro lado, la Venezuela poscolonial: caudillista, semi-agraria, antidemocrática y militarista. Esas dos culturas existen, por supuesto, a lo largo y ancho de todo el continente latinoamericano, pero pocas veces se han visto enfrentadas de un modo tan directo y definido como ocurre hoy día frente a la violación constitucional perpetrada desde y por el gobierno de Chávez.

Frente a esa -y que valga la paradoja- “cultura de la barbarie”, se han levantado los estudiantes venezolanos, con las manos blancas elevadas hacia el cielo, y coreando un NO cada vez más retumbante.

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