Cultura

Raíces del día de los muertos en México: Mictlantecuhtli o El Señor del Mictlan

Las raíces del día de muertos en la civilización mexicana, se encuentran en sus ritos y deidades que poseen atributos humanos, como son las diversas calidades anímicas que asumen en los mitos que van de la ira al regocijo, de la risa a la tristeza,  creando justificaciones míticas  para que la sociedad interprete simbólicamente estos comportamientos y sentimientos.

Para acercarnos a esto analizaremos una escultura emblemática del arte mexica:    Mictlantecuhtli  o Señor  de la Muerte. Algunos de los comportamiento y roles  que desempeña   tienen semejanzas con Tezcatlipoca (Espejo Humeante), unen dador de la vida y la muerte.  Esta deidad en los cantares se convierte en sinónimo del devenir y el destino, y por tanto de la muerte; pero ante sus risas y  burlas, la humanidad debe reaccionar y trascender, no huir, como lo hiciera Quetzalcóatl ( Serpiente Emplumada) ante su caída dejando que la tristeza y el  llanto lo dominara, sino aprender a alegrarse y reír como Tezcatlipoca a pesar de las adversidades, transformando el existir y el hacer a través de la  voluntad creativa, tal como se repite una y otra vez en los cantares y los Huethuetlahtolli (libros educativos escritos por los Tlamaltini=el que sabe algo),  trocándose la risa   del dios  y su belicismos  en risa creadora y trascendental, que nos lleva a la calidoscópica  influencias que determinó el esplendor de esta civilización; que en su visión místico- guerrera logró   convertir su existir  en una lucha por dar forma y espiritualizar la materia. Dándole corazón al tiempo y el espacio.

La  alegría y la risa son valores simbólicos y rituales,  exorcismos que hacen retroceder a la muerte y a algunas  enfermedades, pues atrae a la vida con sus energías  y  provoca a su vez el regocijo de los dioses, tal como se muestra en la alegría que se provoca a los sacrificados para que los dioses acepten con regocijo estas ofrendas y no lancen   malos  augurios a la sociedad, de ahí   los  inspirados cantos que buscaban hacer reír al dador de la vida, Tezcatlipoca. Por el contrario, la tristeza ahoga  y quita ánimo al corazón, símbolo de la pasividad y del abandonando de sí, actitud molesta a un  dios como Tezcatlipoca, que se caracteriza por la continua actividad desplegada en sus conductas.

La risa de Tezcatlipoca es burladora pero retadora,  de resonancias cósmicas,  enseña a los humanos  a regocijarse a pesar de sus limitaciones,  de ahí su carácter sagrado, pues  se transforma en una imitación de un comportamiento mítico, esta es  unas de las raíces de la celebración de los muertos, donde se las canta, se les da alegría y se le llora al recordarlos.

En este espacio tiempo  la civilización mexicana  es dominada    por la embriaguez poética, es un eterno presente de lo que acaecía en los corazones de los cantores   que nos legaron sus inspiradas palabras, para aligerar la muerte. Y uno de sus rostros más paradójicos y sublimes se encontró:

En las excavaciones  que se realizaron en el Templo Mayor en el “recinto de los Guerreros  Águila” (1994) se encontraron dos señores de la muerte, integrados por cinco partes de barro moldeado y modelado a baja temperatura, lo cual nos señala el hecho de que fueron creados posiblemente en otro lugar y luego armado   en  su ubicación definitiva:

…, el hallazgo más impresionante de esta temporada fueron dos esculturas de cerámica colocadas sobre dichas banquetas y que flanqueaban un acceso hasta ahora desconocido. Ambos son semejantes en tamaño y proporciones a las dos esculturas de guerreros águilas actualmente exhibidas en el Museo del Templo Mayor. Las imágenes recién sacadas a la luz representan a Mictlantecuhtli. Las dos están de  pie y tienen dimensiones ligeramente superiores a la humana (175x 80 x 50) (López Luján, Leonardo, Guerra y muerte en Tenochtitlan, Revista Arqueología Mexicana, 1995)

Estos Mictlantecuhtli, deidades o señores de los nueve niveles del inframundo,  se encontraron encima de un banquillo de 30 cm de alto, como guardianes de la entrada de un  laberinto, adquiriendo  dimensiones de más de 2 m. Esta ubicación junto a las  dimensiones acentúan la monumentalidad y el dramatismo de la pieza.   Es obvio que el artista mexica, buscaba a través de esta posición y estos recursos estéticos  provocar el temor reverencial a la muerte  y acentuar la sensación de indefección de la humanidad. Los cantares mexicas son huellas indelebles de este sentir.

Me siento ebrio, lloro, sufro,

cuando sé, digo y recuerdo;

¡Ojalá nunca muriese yo,

ojalá jamás pereciera!

¿En dónde no hay muerte?

¿En dónde es la victoria?

Allá fuera yo…(Poesía Náhuatl, Cantares Mexicanos)

 

Y ante este pavor por la extinción, la muerte paciera burlarse  de la humanidad, pues es ella  quien  pone fin a los afanes, a  los placeres, a los dolores, a las esperanzas y a los sueños.  Esto  nos podría guiar a uno de los posibles sentidos de este conjunto escultórico, el ser un adoratorio al señor de la muerte, en donde los mexicas  buscaban su clemencia exorcizando con rituales   las lacerantes  heridas  de sus garras en la carne viva.   Esto podría explicar   las seis ofrendas y el entierro; que se encontraron cerca de esta pieza.[1]

Estas esculturas guardan similitudes estilísticas  y técnicas   con los Caballeros Águila  encontrados   en el mismo recinto, exhibidos en el Museo del Templo Mayor. Ambas piezas están en posición erguida, fueron fabricadas en barro por secciones,   tienen   dimensiones similares,  sus  brazos están semiflexionados,  manos, pies y rostro  están moldeados con gran realismo, y ojos y bocas  están abiertos.  Entre su indumentaria se encuentran las sandalias y  eran piezas policromas,  lo cual se deduce de los fragmentos de estuco que las recubre. Los elementos del lenguaje plástico de  las esculturas de los Caballeros Águila, como sus rostros enmascarados, sus brazos-alas, los puños semicerrados, la  posición de los brazos y los rasgos  de sus  rostros  no poseen  el carácter  desafiante  de los señores de la muerte.

Esta distinción en torno al carácter de ambas representaciones se debe en parte a  la libertad gestual del Mictlantecuhtli, elemento que lo distingue del empleado  de   los Caballero Águila,  más estáticos debido al predominio de la verticalidad de su posición.  A diferencia estos  Señores de la Muerte,  tienen el tronco al nivel de las caderas  semiflexionadas, la cabeza ladeada, los brazos recogidos    y   del  tórax    cuelga lo que creemos podría ser una representación del  hígado,  rompiendo con el quietismo  que caracteriza a los Caballeros Águila, transformándose el hígado en el centro visual de la escultura,  elemento que se  lanza  sobre el vacío, retando la gravedad.  Este órgano, por tanto, domina la pieza, transmitiendo sus contenidos simbólicos  a la deidad. Visualmente se establece un vínculo entre el hígado colgante y la boca abierta, por la cual brota el aliento  nefasto del señor de la muerte. Se establece una relación  dinámica  entre el hígado y la boca, los cuales están  ubicados  linealmente  Parecieran comunicarse directamente, contraviniendo la realidad anatómica, hecho que no creemos sea resultado del azar sino guarda un propósito,   el cual  podría  señalar que a través de esta boca semidescarnada  brota el aliento de la tierra, la corriente de vientos telúricos provocadores de los males y enfermedades  que provienen del inframundo. Este sentido es reforzado  por la forma  que asume el tronco,   líneas incisas en el barro   imitan las costillas  formando una especie de  cono en cuyo centro (en la parte inferior) se encuentra el hígado colgante, creándose una continuidad visual.

En este  rostro,   destaca  su posición   ladeada y los pómulos recogidos o alzados, la dentadura hacia afuera, los cuales son  elementos  tipológicos que acompañan al reír.  Podríamos estar ante un Señor de la Muerte riente. Por tanto  dicha  deidad al igual que Tezcatlipoca se  ríen  de sus devotos para señalar su transitoria victoria  sobre la vida. Si observamos la pieza de perfil,  con el tronco inclinado hacia adelante,   el hígado colgante,  el rostro ladeado, las garras extendidas,  son elementos que le transmiten  una energía potencial, dando la impresión  de estar a la espera de saltar, rompiéndose así el aislamiento y el alejamiento con el devoto que produce la verticalidad hierática de otras esculturas de deidades mexicas, como la Coatlicue, ubicada en el Museo Nacional de Antropología de México.

Mictlantecuhtli  pareciera estar a la espera de devorar  gozosamente a quien se le enfrente. Se libera a través de esta escultura el arte de los mexicas   de la inmovilidad y la verticalidad.   Esto  convierte hace que las  piezas,    interactúan con el espacio de manera agresiva,  a través de su posición y  su lenguaje corporal.

Por las crónicas de fray Bernardino  Sahagún sabemos que los comerciantes  mexica distinguían entre dos tipos de risas.  A través de la analogía que se establece  con los cantos del ave oactli. Una sería era el reír que brotaba de la parte superior de la cavidad bucal, el cual era signo de buen agüero, lloviznas y frescura y, la gran risa que emanaba del pecho, o sea del área cercana al hígado, ante la cual temblaban los comerciantes por ser de mal agüero y el cruento destino que se les avecinaba, como eran  lluvias torrenciales destructoras de las cosechas y de crecidas en los ríos.  Debido a la vinculación que se establece entre el hígado y la boca del Mictlantecuhtli,  podríamos estar ante la gran risa o  la risa de la muerte  que brota de la entrañas de la tierra.

Las causas del reír de Tezcatlipoca y  Mictlantecuhtli    podrían ser  el mismo. Ríen de los esfuerzos del hombre por sus  luchas, angustias  y por el temor que anida en sus corazones, provocado por la conciencia de que a pesar de todos estos afanes, su tiempo en la tierra se agotará. Este reír  exige a los hombres humildad ante la vida, aceptación de la muerte, valoración de los  regocijos  del existir,  y de los escasos instantes en que logra huir de las garras de la muerte, y entre ellos  el vuelo de corazón ocupa un lugar especial, pues los hombres se mutan en dioses al imitar  sus comportamientos arquetipales, al apropiarse de sus atributos, al aprender a burlarse de las adversidades que lanzan sobre ellos.

Las respuestas  de los mexicas ante la muerte oscilaba    entre el temor y  risa, entre el respeto reverencial y la soberbia; dualismos que  esconden la  tensión muerte-vida y  la ciclicidad que  unen estas realidades, son valores que se representan plásticamente en el Mictlantecuhtli. La muerte, al apropiarse de uno de los estados de ánimo que expresan el florecimiento de las fuerzas de la vida, como   es el reír (huetzca), nos está señalando los estrechos e indisolubles vínculos que existen  entre estas dos dimensiones y el hecho de que la  vida nace de la muerte y viceversa.  En términos formales esta tensión se proyecta en  los seres semidescarnados,   combinación de carne, llaga, sangre y hueso. En el caso específico de este Mictlantecuhtli del recinto de los Caballeros Águila,   las piernas, caderas, brazos, manos y parte del tronco están   recubiertos de carne.   En el rostro se establecen también estas tensiones  a través de las partes encarnadas con las desencarnadas que señalan la vida como son el mentón, las mejillas, las orejas, los dientes que contrastan con  otras áreas donde la muerte brota de la piel   como ocurre con la nariz,  los ojos saltones y la ausencia de labios.

En esta pieza observamos que la forma escultórica combina el  realismo con lo mítico,  estamos ante la figura de un hombre reinterpretada plásticamente, y   algunas secciones del cuerpo están sobredimensionadas convirtiéndose en centros visuales, tal como ocurre con el hígado, las manos, el rostro,  el detalle de las manos-garras y de los dedos de los pies.  La recombinación de  la naturaleza  se presenta en las manos-garras, cuyas uñas  son  de aves de rapiña. Se establece de esta manera una relación entre creencias míticas, símbolos y ritos  de los mexicas con el arte, a través de la búsqueda de la risa sagrada como expresión del ciclo de la existencia, que es un eterno presente a través de la celebración de la muerte…

 

LA MUERTE COMO ESPERANZA

En verdad lo digo:
ciertamente no es el lugar de la felicidad
aquí la tierra.
Ciertamente hay que ir a otra parte:
allá la felicidad sí existe.
¿O es que sólo en vano venimos a la tierra?
Otro es el sitio de la vida.
Allá quiero ir,
allá en verdad cantaré
con las más bellas aves.
Allá disfrutaré
de las genuinas flores,
de las flores que alegran,
las que apaciguan al corazón,
las únicas que dan paz a los hombres,
las que los embriagan con alegría…
Cantares mexicanos, fol. 1 v. / Traducción del Náhuatl de Miguel León Portilla.

[1] “Hasta las fechas han sido recuperadas seis ofrendas y un entierro. Este último corresponde a un individuo de alto rango -tal vez un militar- cuyo cadáver fue incinerado y sepultado al pie del recinto. Tres urnas de cerámica sirvieron como recipientes de sus cenizas y de una rica ofrenda funeraria compuestas por  puntas de proyectil y cetro de obsidiana, agujas de cobre, garras de águila,  discos diminutos de lámina de oro y textiles de algodón…”López Lujan, Leonardo, “Guerra y muerte en Tenochtitlan”, descubrimientos en el recinto de los Guerreros Águila,  Rev. Arqueología Mexicana, 1995, vol. II, Nº 12, p.77.

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