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Marcella y la nueva generación de detectives

Pablo Brito-Altamira

Aunque el género ya era conocido en la literatura de la antigua China y Arabia (Las Mil y Una Noches) la figura y el personaje del detective se establecen en pleno a partir de 1841 con la publicación del relato ‘Los Asesinatos de la Rue Morgue’ de Edgar Allan Poe, en la que hace su aparición Auguste Dupin, investigador criminal que no lleva el título de detective por la sencilla razón de que la palabra no tenía aún lugar en el diccionario. Fue dos años más tarde cuando el Chamber’s Magazine bautizó en inglés (con escritura similar al español) a los “hombres inteligentes seleccionados para formar un cuerpo llamado ‘detective policial’, que a veces se visten con el atuendo de individuos comunes”.

Ya para entonces había mujeres que cumplían con las tareas del personaje, como la célebre Abigail Adams, descubridora de misterios y esposa del futuro mandatario de EE UU John Adams, o la destacada Kate Warne, conocida como la primera investigadora privada de la Historia de Norteamérica y que trabajó para la Agencia Pinkerton.

Vienen luego grandes detectives, desde Sherlock Holmes hasta Hercule Poirot y Maigret, con lo que el personaje se convierte en uno de los pocos héroes sobrevivientes a la llamada “muerte de Dios”, esa titánica empresa de la que Nietzsche es uno de los más conocidos, aunque no el único, fundador en Occidente.

Por vocación, condición y profesión, los detectives son buscadores de la verdad. Muerto Dios, se contentan con perseguir asesinos.

Todo lo anterior nos lleva, como el camino de migas de pan, hasta los detectives de la ficción de nuestros días, a los que el clima contemporáneo ha transformado, incluso en algunos casos de manera radical.

Tal es el caso de Marcella, mujer policía británica protagonista de la serie del mismo nombre estrenada en 2016 que ahora presenta su segunda temporada. Marcella Backland (interpretada muy dignamente por Anna Friel ) está casada con un colega negro y tiene con él dos hijos. Una tercera, Juliet, muere en sus primeros meses de vida y a partir de allí la detective comienza a sufrir de ‘apagones’ de conciencia que se repiten cada vez que ocurre una situación de extremo estrés. Pronto ocurre el divorcio, que ocupará la primera temporada, y la subsecuente reorganización de la vida de ambos cónyuges separados.

Por su misma naturaleza, el detective no puede tener menos de 40, por lo que no hay detective milénico o milenial, como se acepta decir en español.

Pero sus hijos sí son milénicos, con lo que las carencias de los detectives son acusaciones indirectas que abren una brecha insalvable entre las dos generaciones. Los mileniales admiran héroes de otra clase, los inmortales super-héroes de Marvel y de los juegos de video, que no sufren ni hacen sufrir porque matan de manera instantánea, con un gesto despreocupado y cool.

Sometida a la hipnosis recomendada por la nueva mujer de su ex, Marcella regresa mesméricamente al momento en que sus ausencias mentales y el derrumbe de su familia comenzó: el día de la muerte de su pequeña hija Juliet.

Pero ocurre que los discursos de crítica de la sociedad se han agotado o convertido en coartadas de la corrupción y no hay ya cómo saber dónde está el bien y dónde el mal, por lo que los guionistas no tienen refugio que sirva de lugar de observación neutral: deben conformarse con una relativización general que pretende ser objetiva pero que linda con el cinismo más básico e irreflexivo.

Diseñan entonces una estructura llena de grietas por donde se cuelan las exigencias de productores que buscan mantener la serie viva y actualizada y que no tienen temor ni rubor en exigir que se agreguen ingredientes macabros y paroxísticos como el de asesinos en serie mezclados con pedófilos convictos que se rehabilitan para casarse con mujeres que quieren darles hijos normales y son sometidas a los abusos de la prensa de sucesos… puñados de especias para hacer más fuerte y más oscuro el sabor de un mazacote que solo se sostiene con recursos cinematográficos impecables en la técnica pero absolutamente carentes de arte y significado.

Así se exprime hasta sus últimas gotas el discreto éxito de una historia y un personaje que resultaron notables y rentables en su primera temporada y que ahora se desvirtúan de manera grotesca en la extensión artificial, como es el caso de segundas y terceras partes de otros relatos que atraparon a la audiencia en su comienzo y que ahora no hacen otra cosa que torturarnos con su absurdo y su irrealidad sin atenuantes.

Solo el detective permanece incólume y pasa de un estado anímico alterado a su actividad profesional habitual como quien se mueve de uno a otro cuarto de la misma casa en la que tiene además un amante diferente cada noche en la alcoba y una sala de ejercicios donde recupera la compostura cada mañana. Una hazaña insólita, similar a la de los westerns del siglo pasado en la que los protagonistas eran arrastrados por caballos furiosos por leguas y al llegar a su destino se ponían en pie sin que su peinado hubiese sufrido lo más mínimo.

Prueba de que seguimos apostando al heroísmo titánico como único recurso ante el caos que nos invade.

No se trata de consideraciones morales ni éticas, sino que es simplemente una cuestión de estética. Los actores lo hacen bien ( la actriz principal especialmente) , el equipo técnico también incluyendo a los productores, pero nada valida la historia, que incluso para los que la toleren no será memorable.

Y es la cualidad de lo memorable lo único que redime a una obra de ficción.

Twitter: @Hermeticum

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